BRUTAL ATAQUE DE GATOS
GERARDO TECÉ
Esta semana la ultraderecha española ha puesto sobre la mesa la enésima problemática social no resuelta, otro anhelo más de libertad que la dictadura progre se empeña en negarnos: ¿por qué no dispararle más a menudo a los malhechores? ¿Qué falta de libertad es esa que impide que un policía pueda sacar su pistola más alegremente, sin los actuales remilgos? “Contra los delincuentes, plomo”, lo ha resumido en comisión parlamentaria Javier Ortega Smith, brillante orador y heroico patriota al que recordarán de capítulos anteriores como aquel en el que fue incapaz de aguantarle la mirada a una mujer víctima de violencia machista o aquel otro en el que abatía a tiros una diana en la pared –un terrorista del ISIS, según él–. Plomo. Alegre guiño al colombiano y padre, ya se sabe, de las políticas de seguridad mundiales, Don Pablo Escobar. Colombia, a propósito, ocupa junto a Estados Unidos uno de los puestos más altos del ranking mundial de homicidios. Mientras, en España, la tasa de delitos y muertes violentas es inferior a la de países como Dinamarca, Finlandia, Suecia o Islandia. Pero, bueno, ¿qué importan los datos y la realidad cuando de lo que estamos hablando es de extrema derecha?
El mayor éxito de
la ultraderecha mundial ha sido, sin ninguna duda, el saber crear el ambiente
necesario para que cualquier estupidez, por inmensa que sea, por absurda que
parezca, ocupe un espacio central en el debate público. En plena crisis
sanitaria, España debatía sobre si estábamos o no bajo el yugo de una dictadura
socialcomunista por aquello del confinamiento en casa. Mientras, el debate
sobre la necesidad de rastreadores, profesores o médicos pasaba a un segundo
plano. Lo que pasó a continuación te sorprenderá. En pleno verano de crisis
económica, con miles de familias perdiendo sus trabajos y casas, con la banca
impagando una deuda de decenas de miles de millones de euros y más de tres
millones y medio de pisos vacíos, debatimos sobre el problema de la okupación,
Miguel Bosé y sus negacionistas, Bill Gates, la conspiración mundial y las
vacunas que servirán para inyectarte a la población mundial el 5G. No hay que
descartar que la G sea de gilipollas. En plena crisis ecológica y
medioambiental, el documental de Netflix relacionado con el planeta que más
éxitos acumula trata sobre un grupo de personas que aseguran que la Tierra es
plana. Causa furor. No pierdan su tiempo en verlo.
Si mañana alguien
propone eliminar a todos los gatos del planeta, la cosa no quedará en los
delirios de un imbécil. Aparecerán rápidamente cuatro vídeos de gatos atacando
a humanos y un puñado de estadísticas inventadas sobre muertes por ataque
felino. Un buen día, tu primo el de Valladolid mandará al grupo de WhatsApp de
la familia la foto del rostro ensangrentado de una persona que ha sido
violentamente atacada por un gato. Tú, por la convivencia familiar, no le dirás
que, en realidad, la foto corresponde a una carga policial en Ucrania en 2015.
Podría sentirse atacado. El telediario de turno y los programas matinales
entrevistarán a dos víctimas de ataque de gato a las que no podremos negarle su
sincera angustia y preocupación. Cuando alguien explote preguntándose qué
gilipollez es esta de los gatos, muchos le responderán que ojalá su familia sea
atacada por una colonia de felinos, o que, si tanto le gustan los gatos, los
meta a todos en su casa y se deje el sueldo en pienso whiskas. Zasca épico,
dirán las crónicas. Unos distribuyen la idiotez y otros se ven obligados a
tener que perder su tiempo explicando lo obvio, que la tierra es redonda y no
plana, que sí existe violencia machista contra las mujeres, que Bill Gates no
necesita una puñetera pandemia para que compremos móviles con tecnología 5G o
que el problema no es el social-comunismo, sino la falta de inversión en
sanidad pública. Lo haremos muriendo por agotamiento, porque la idiotez agota.
Internet traerá conocimiento a la humanidad, nos dijeron.
La mala noticia es
que el mundo está paralizado por la idiotez en un momento clave de la historia,
con retos muy complicados y urgentes que resolver. La buena noticia es que la
estupidez no triunfa por sus contenidos, sino por novedosa, por exótica. La
idiotez supone un giro de 180 grados sobre el discurso habitual, el aburrido
discurso pegado al mundo real. De ahí su éxito, su atractivo, como el de las
pelis de zombies. Pero lo exótico y lo novedoso, tarde o temprano, deja de
serlo y vuelve al plano secundario. Cuando produce el hartazgo suficiente,
cuando la repetición necesaria del mismo esquema aparece una y otra vez, el
fenómeno muere. La novedad del discurso idiota pasará al aburrimiento igual que
pasaron al aburrimiento todo tipo de nuevos discursos, no importa que
estuvieran pegados o no a la realidad. Cuando el 15M le puso nombre a la clase
política –chorizos– y a las actividades económicas –somos mercancía en manos de
banqueros y empresarios–, el discurso caló por preciso, por ser capaz de
explicar aquel momento, pero también por atractivo, rupturista y novedoso.
Cuando lo segundo murió, cuando la novedad dejó de serlo, aquel discurso acabó
diluyéndose por más razón que tuviera. La estupidez morirá. Por entretenidas
que sean las teorías, por mucho éxito que tengan en Netflix o en las redes
sociales. Es cuestión de tiempo, repetición y hartazgo. Mientras tanto, toca
esperar con estoicismo. No es fácil vivir una época clave de la historia
teniendo que discutir con tu primo de Valladolid sobre lo que creías más que
superado. Como dijo Salvador Allende, se abrirán de nuevo las grandes alamedas
por las que paseará el hombre libre sin recibir bulos en el grupo de WhatsApp
de la familia. Mientras tanto, ánimo.
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