lunes, 28 de septiembre de 2020

¿DEJAR LAS REDES SOCIALES?

 

¿DEJAR LAS REDES SOCIALES?

ANA BERNAL-TRIVIÑO

En julio, cuando mi madre fue ingresada en urgencias, tomé la decisión. Suprimí de mi móvil todas las notificaciones, salvo las de Whatsapp con los familiares directos. El resto, fuera. Tampoco ver parpadear la luz del móvil condicionaba antes mi vida, pero reconozco que desde entonces vivo mejor. Consulto las aplicaciones cuando lo necesito y no cuando nadie me reclama. Antes, ya había tomado otras decisiones sobre las redes, desde impedir que me etiqueten, que escriban en mi biografía, o dejar de publicar durante días.

 

He visto el polémico documental de El dilema de las redes sociales, en Netflix, y me pareció una americanada total, no sólo por su estética sino por su visión del mundo tan ajena a la realidad. La presentación es apocalíptica, con una frase de Sófocles: "Nada grande acontece en la vida de los mortales sin una maldición".

 

Luego aparece ex personal de Google, Facebook o Twitter, arrepentidos por lo que hacían en su trabajo y, además, con signos evidentes de haber sido adictos a las redes. Son las mismas empresas de las que suelen hacer reportajes "super guays", porque "mola" mucho trabajar en ellas. En el documental te dicen que eres una marioneta manejada por esas empresas porque (oh, sorpresa) hay un algoritmo que controla tus movimientos en la red para consumir más contenido. A más tiempo en la aplicación, más publicidad y más ingresos para la empresa. Algo que ya sabemos pero que presentan como nuevo.

 

Llevamos tiempo advirtiendo de la tecnología persuasiva, del refuerzo positivo inmediato o de cómo la mentira tiene más éxito que la verdad en las redes, de la falsa imagen que se vende en ellas de nuestros cuerpos y los problemas que desencadena en la juventud… pero me irrita la falta de análisis en este debate y de cómo todo se basa en crear una culpa en la ciudadanía que usa las redes y que, prácticamente, les dice que son idiotas por hacerlo.

 

No hay crítica al capitalismo, tampoco hacia estas empresas. Dicen que nos usan pero no dan herramientas para impedirlo. Vi a varios coach compartiendo (en sus redes sociales, ojo) el documental, aterrados, aconsejando abandonar Instagram, Facebook o Twitter... pero luego alquilan un apartamento turístico por Airbnb o cogen un Uber. El remate es que un documental que critica a las redes lo difunden en un espacio como Netflix, que también tiene algoritmos y nos aconseja qué películas ver según nuestras preferencias.

 

Dicen que las redes provocan suicidios y autolesiones en la juventud, pero yo crecí con decenas de amigas anoréxicas cuando las redes ni existían por influencias de las revistas y de la televisión. Dicen que las redes unen a miembros de organizaciones terroristas, pero también unen para grupos de trabajo, movimiento sociales, campañas de crowdfunding necesarias o denunciar violaciones de derechos humanos. Dicen que el móvil aísla a la gente, pero también une a quienes están a kilómetros de distancia porque emigran o sirvió para que personas enfermas de Covid vieran a sus familiares desde los hospitales.

 

Hablan de cómo nos controlan con la publicidad, pero eso ya ocurre cuando pisas un centro comercial o un super desde hace décadas, con campañas de marketing más que calculadas, o en la misma televisión cada día. Hablan de adicción al móvil (que no la niego), pero hablan menos de cuánto se incita a jóvenes y adultos con las casas de apuestas. Los casinos, como las drogas que destruyen generaciones, ya estaban mucho antes que las redes.

 

Quizás el problema vuelve a ser el de siempre. El de no comprender la lógica capitalista del mundo donde vivimos, el cómo siempre nos consideraron un producto y cómo no nos educan para tener conciencia frente a ello. Quizás otro gran problema es que el mismo sistema crea personas aisladas, empobrecidas, con muchos instantes de soledad, con la necesidad de ser escuchadas y queridas. La película Her ya apuntaba hacia ello. Punto aparte de análisis merece el papel de los y las ‘influencers’, a quienes también habría que exigir otros comportamientos más realistas.

 

"Cuando el teléfono estaba atado a un cable… los humanos eran libres", dice una frase por las redes sociales, en añoranza a los teléfonos fijos. Yo, en cambio, conozco más de una mujer que tenía el teléfono fijo de casa controlado por su marido, y desde que tuvo el móvil pudo llamar a sus hijas, a sus amigas y a quien le apeteciera con total libertad. En esta misma pandemia, se dispusieron alternativas para las mujeres maltratadas como el servicio psicológico online… con su propio teléfono móvil.

 

Recuerdo un día que estaba con Rosa María Calaf y hablamos de la tecnología. Me dijo: "es como el cuchillo, con él se puede matar a alguien o con él se puede partir el pan para un hambriento". Todo dependerá de cómo la usemos, pero lejos de mensajes totalmente triunfalistas pero tampoco apocalípticos. No voy a ser yo, que he sufrido acoso en redes, quien las defienda a capa y espada, pero tampoco las señalaré de maldición. ¿Dejamos las redes o empezamos a cuestionar el sistema?



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