EL ENGAÑO PERMANENTE SOBRE EL
FUTURO DE LAS PENSIONES
JUAN TORRES LÓPEZ
Como es natural que ocurra en medio de una crisis tan grave como la que estamos viviendo, el debate sobre el futuro de las pensiones ha vuelto a ponerse en primer plano de la actualidad y una vez más se difunden en los medios los mismos engaños interesados de siempre.
El Banco de España vuelve sobre el asunto y lo hace con su impertinente y paradójica línea habitual. Se pronuncia sobre materias que no son de su competencia y sobre las que nadie le pide opinión como si fuera un dios que lo sabe todo y siempre acierta, cuando se equivoca una vez detrás de otra y con un coste muy elevado para nuestra economía en las materias sobre las que tiene responsabilidad, la estabilidad y solvencia del sector financiero.
Como en ocasiones
anteriores, el Banco de España insiste de nuevo en afirmar que la evolución
demográfica hará insostenible el sistema de pensiones cuando lo cierto y verdad
es que nadie ha sido capaz hasta ahora de anticipar correctamente cuál será la
composición de la población a unos cuantos años vista. Y olvidando, además,
algo tan elemental como que la sostenibilidad de un sistema de pensiones no
depende de forma determinante del factor demográfico. Lo que influye más rotundamente
en lo que pueda percibir cada persona (cada jubilado en el caso de las
pensiones) de la tarta que se produce en una economía no sólo es el número de
personas que estén trabajando y sin trabajar, sino la magnitud de la tarta y el
criterio de reparto que se establezca. Y a la hora de determinar ambas cosas,
lo decisivo no es si trabajan muy pocas personas o muchas en relación con la
población total. Podría ocurrir, por ejemplo, que trabajen muy pocas personas
pero tengan una productividad tan elevada que puedan producir una tarta tan
grande o mayor que la producida por muchas más personas pero menos productivas.
Lo decisivo es, por tanto, el tamaño de la tarta y, además, qué parte de la
tarta es la que se va a dedicar a retribuir a cada quién (propietarios del
capital, trabajadores o pensionistas).
Si la demografía permitiera que trabajase gran parte de la población y
que sólo una pequeña estuviera jubilada, pero con una masa salarial equivalente
al 10% del PIB, podría haber más dificultades para financiar las pensiones que
si trabajaran muy pocas personas pero con una masa salarial de donde sacar las
pensiones equivalente al 70% del PIB.
Como hace siempre,
el Banco de España siembra primero la duda con argumentos falaces sobre la
sostenibilidad futura de las pensiones y presenta luego como soluciones lo que
no son sino fórmulas intelectualmente denigrantes de hacerle el juego a la
banca privada. Su argumento provocaría risa si no fuera por el daño social que
hace: como hay mucho gasto, las pensiones son insostenibles, de modo que la
solución es... reducir el gasto, bien evitando que se actualicen, reduciendo su
cuantía o aumentando la edad de jubilación. Es impresionante: quienes se
consideran a sí mismos los economistas más sabios y actúan y se pronuncian como
si fueran los dueños de la verdad viene a decirnos, cuando estamos sufriendo
una inundación, que solo ellos tienen la solución y que el remedio es reducir
el nivel del agua.
Razón lleva el
Banco de España, eso sí: si se quiere evitar que aumente el gasto en pensiones
o si no se quiere seguir haciendo frente al que hay lo que se debe hacer es
bajarlo. Es obvio. Lo que ocurre es que se empeña en hacer creer a los
españoles -como si fuésemos tontos- que eso es una solución al problema de las
pensiones y, por otro lado, que, sin decirlo, el Banco de España está
presentando una respuesta política al problema de las pensiones como si fuera
técnica y neutra.
Para abordar el
problema que plantea la financiación de un sistema público de pensiones lo que
hay que hacer es responder en primer lugar a dos preguntas cruciales y previas:
¿queremos que el conjunto de la sociedad -en función de un principio de
solidaridad o de reparto- garantice un ingreso digno a las personas que han
dejado de trabajar o preferimos que cada persona se las arregle como pueda,
mientras esté trabajando, para garantizarse por su cuenta, mediante su propio
ahorro, un patrimonio suficiente para cuando se jubile?
Si la sociedad
decide -como se decidió en España y así está plasmado en nuestra Constitución-
que la sociedad será solidaria con la población jubilada, hay que responder a
otra segunda pregunta: ¿qué parte de nuestros ingresos queremos dedicar,
quienes ahora estamos obteniéndolos, a proporcionar una pensión a las personas
que ya no trabajan?
La respuesta a
ambas preguntas es política pues depende de nuestras preferencias y lo que hace
el Banco de España es arrogarse la facultad de tomar una decisión puramente
política como si fuese una cuestión técnica que no admite discusión. Está
engañando a la población.
Si se está en
democracia y se quiere respetar la preferencia mayoritaria (en este caso la
existencia de un sistema de pensiones públicas basado en la solidaridad y
digno) lo que hay que hacer no es ir cortándole capas como a una cebolla hasta
hacerlo desparecer (como viene proponiendo el Banco de España y los economistas
que siguen su doctrina) sino encontrar la forma de aumentar sus ingresos y, por
supuesto, hacer que sus gastos sean los que tengan que ser y no otros. Es decir,
por un lado, evitar que el sistema se sobrecargue con gastos inadecuados, como
está pasando en España con las pensiones no contributivas, ciertos gastos
sanitarios, complementos de pensiones o gastos asociado a políticas laborales
fraudulentas, por ejemplo. Y, por otro, que aumente la masa salarial o que se
diversifiquen las fuentes de ingresos del sistema, pues en ningún lugar está
escrito que las pensiones públicas se tengan que financiar solo con las
cotizaciones sociales.
Lo malo del caso es
que, obviando estos planteamientos y limitándose a decir que para enfrentar un
elevado o mayor gasto en pensiones lo que hay que hacer es reducirlo, el Banco
de España y los economistas que suscriben sus mismos planteamientos no sólo se
convierten en el brazo torpe de la economía, sino que se dedican a servir en
bandeja un negocio colosal a los grupos financieros privados pues lo que están
proponiendo en realidad es que éstos se hagan con el ahorro de los grupos
sociales más pudientes para invertirlo en beneficio propio.
El Banco de España
estafa a los españoles cuando lo que recomienda, como acaba de hacer su
gobernador y como suelen hacer habitualmente los financieros y economistas que
defienden sus intereses, que los españoles ahorren más por su cuenta para garantizarse
una pensión en el futuro.
Lo que se debe
contemplar y analizar es la forma en que podrían aumentarse los ingresos del
sistema para cumplir con el mandato constitucional y con la preferencia social
mayoritaria. Y para ello no basta con aumentar en alguna pequeña medida algún
impuesto como el IRPF, en la línea que últimamente defienden algunos
economistas. Hay que ir más allá de esas respuestas de cortísimo plazo y
empezar a hacer planteamientos de mayor alcance, comenzando por evaluar con
honestidad los efectos de las políticas económicas que se han aplicado en los
últimos años, precisamente siguiendo las imposiciones del Banco de España y de
las demás grandes instituciones económicas.
Decía Charles
Chaplin en El judío errante, "nuestra ciencia nos ha hecho cínicos;
nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos" y eso es lo que
parece que le ocurre al Banco de España y a muchos economistas: su análisis
económico ideologizado y lleno de falsas premisas los ha hecho cínicos y su
inteligencia indudable los convierte en seres sin sentimientos pues no parece
que se den cuenta de que la inmensa mayoría de la población que se jubilara sin
pensiones públicas, porque se hubiera querido que su pensión dependa de un
ahorro de imposible generación durante su vida laboral, estaría
irremediablemente condenada a la pobreza y al sufrimiento.
El Gobierno español
ha comenzado a dar algunos pasos que podrían ser positivos y es desear que
avance con determinación para ir mejorando la situación financiera de nuestras
pensiones públicas: modificar la tributación de los autónomos, flexibilizar la
edad de jubilación, desincentivando que se adelante, salvo en las profesiones
de mayor desgaste, o encontrar fuentes alternativas y extraordinarias de
ingreso en estas condiciones económicas tan difíciles.
Pero medidas de
este tipo son el chocolate del loro. Son imprescindibles, pero solo con ellas
será imposible evitar los problemas que se presentarán en el futuro si la
economía se sigue deteriorando porque se continúan aplicando políticas que
generan artificialmente la escasez y gran desigualdad, desigualdad que
disminuye la productividad y baja productividad que conforma una economía de
bajo valor añadido y, por tanto, dependiente e incapaz de producir una tarta
suficientemente grande o de muy difícil reparto equitativo. Hace falta un
encuadre distinto para la política económica general.
Es una tarea
difícil por muchas razones pero, sobre todo, porque obliga a enfrentarse al
diablo del que habla Umberto Eco cuando dice que este no es el príncipe de la
materia, sino "la arrogancia del espíritu (...) la verdad jamás tocada por
la duda", de las que hace gala el Banco de España y los economistas a los
que promociona y cobija para ponerlos al servicio más o menos inocente de los
intereses financieros privados.
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