LA UNA EN PUNTO
Dedicado
a Ibrahim y Daniela, que hacen
posible
esas tertulias. gracias
QUICOPURRIÑOS.
Estoy en la terraza del Pan Vía, esa entrañable cafetería que regentan Ibrahim y Daniela, los dos únicos nombres que saldrán en este relato, por aquello de la ley de protección de datos. Esa en la que en las mañanas tomo café y veo montar Ibrahim la terraza con sus mesa, sillas y parasoles con la eficaz e inestimable ayuda del que llamamos “Puigdemont” pues es clavadito a él.
Sentado a mediodía . Acompañado de una, dos, tres o más personas. Según el día. Los que acuden son
tertulianos habituales, con distintas profesiones, algunos en activo, otros
jubilados, algún que otro en el paro. También, porqué no decirlo, algún que
otro pícaro, changa o delincuente, en activo o en potencia. También algún
mentiroso compulsivo que se te presenta con una profesión que no procesa
realmente, alardeando de estudios y conocimientos de los que carece. Mentiroso
compulsivo al que detectas en dos patadas. Para mentir hay que tener muy buena
memoria, en caso contrario lo pillas al
instante, antes que a un cojo. No han
dado la una.
Cada uno con su historia
y carácter. Los hay sosegados y los hay histéricos, histriónicos también. Las
hay que tuvieron mala vida, enganchadas a lo que saben y viviendo de los
legionarios a su paso por Fuerteventura ejerciendo, eso, la profesión más vieja
del mundo, aunque ya no ejerce, bueno quizá de forma esporádica pero no como
profesión habitual y permanente.
En el último piso del Edificio donde está el Pan Vía hay un piso
tutelado donde conviven esquizofrénicos, que se incorporan a nuestra tertulia. Bajan
y se sientan en la terraza, disfrutan de la charla y de hablar, como ellos
dicen, con personas “normales”. ¿Con personas normales, les digo yo? Tu lo que
tienes una enfermedad, la tuya es mental, como otros pueden ser diabéticos, o
tener cáncer o cualquier patología crónica. Y se ríen. Y me pagan el café, la
cerveza o el vino que estoy tomando. Y no han dado la una.
Venida de Los Realejos, con su andar elegante y siempre bien
vestida. Unos días calzada sobre unos tacones de infarto y otros con unas
sencillas bailarinas se sienta a la mesa con nosotros una dulzura de persona.
Busca nuestra compañía para hablar y escuchar un rato. Sobre todo escuchar.
Habla poco, pero disfruta del momento. Y nos mira con ternura. Son las doce y
algo.
Es hora de que venga la de la farmacia. La que vendió cepillos
de dientes a los chinos en el Sur a la comitiva esa del presidente que visitó
la Isla para ver el Teide y de paso promocionar, sin quererlo, a Tenerife.
Llega rubia como siempre y se sienta y habla de sus hijos, de los que está muy orgullosa.
La veo venir con su ropa a lo leopardo. Su favorita. Se sienta y sonríe, con
una sonrisa que es para darle un premio Guines. Y no han dado la una.
Baja también y se acomoda su vecina, esa mujer añosa con un
sentido del humor increíble. La que salió en un videoclip del grupo musical “Sin
Fundamento” promocionado la canción del “ higo pico flower”. La que abre y
cierra Alteza y Mercadona. La que no para de reír y hacerte reír. La que conoce
a medio Santa Cruz. La que no para de hablar. A ella le da igual si es la una,
o las dos o las ocho. Qué lujo contar con su amistad y compañía.
Y se te sienta también, en esa tertulia, un premio Canarias de
literatura que aunque lleve bastón y le cueste andar oírle hablar es una
delicia. Escuchando lo que dice, siempre aprendes algo, te enriquece. Vuelves a
casa llevando en la mochila del aprendizaje, del conocimiento, algo más. Y se
va caminando lento, antes de la una , hacia la próxima estación de su vía
crucis.
Y uno venido de Granada, aunque sea de Jerez. Profesor de inglés
que pasó un tiempo de enseñante en Estados Unidos pero que su pasión es
Canarias, de donde es su mujer. Un amante de la isla, del timple y la cerveza.
Siempre es un placer hablar con él, hasta la
cuarta cerveza, luego, normal, se repite. Y no han dado la una de la
tarde.
Y está en la tertulia, esa amiga
morenita de siempre, la del colegio de la infancia. Esa que miras como a una
hermana y te trata como tal, porque si se te ocurre una insinuación de otro
tipo te dice, Quico que te doy una torta.
Y es que así debe ser cuando además, cuando llega una hija suya y
comparte mesa, me mira con ojos que dicen “ese es amigo de mi madre desde
siempre y yo algún día querría tener un amigo así”. Y no han dado la una.
Y viene la que trabaja en la
Residencia, madre de una médico que ahora está fuera de España haciendo la
especialidad en Bélgica. La que administra biberones a los recién nacidos en La
Candelaria. Habla poco y mira mucho. Está pegada al móvil recibiendo mensajes
absurdos que se cree a pies juntas. Pero que no deja de venir porque ese rato,
pues vive sola, ese rato compartido forma parte de lo que le alegra su vida. De
su día a día y lo disfruta. Es su momento.Y se va y no han dado la una, pero
tiene que coger el tranvía porque trabaja a las dos.
También viene doña limpieza. Esa rubia
entrañable con una familia enorme. Se pega el día limpiando su casa, donde vive
sola, una y otra vez. Fairy, lejía, agua
y jabón. Madraza y abuela sin igual, que se queja de hijos, nietos y sobrinos
pero que siempre sabe y saben que cuentan con ella y nunca se negará a ayudar.
Pero sí, protesta, porque ese es su carácter. Y yo le pregunto: ¿amiga, para
qué escupes para arriba si vas a ir? y me contesta, ¡ joder Quico cómo me
conoces! Yo también te quiero le digo. Y no han dado la una.
Y se aproxima la hora de almorzar y
viene con la que en la mañana tomé café.
Llega la que da clases particulares a niños, la que cocina para la calle y con
la que disfrutas hablando. Compartes mucho con ella, platos, recetas, frutas y
verduras, pero sobre todo, el interés por
aprender en esa terraza de la Rambla Pulido preguntándonos y debatiendo por el
origen de una palabra hasta conseguir averiguarlo. La que con su conversación pone nerviosa a la
“una en punto” ¿van a hablar otra vez de recetas o de cosas que no entiendo?
dice y le contestamos, escucha y aprende. Y todavía no han dado la una.
No han dado la una y se para el moro y
el argentino. Dos que vinieron de fuera y se han integrado de maravilla. El que
cumple con el Ramadán te sorprende por
su educación, su saber estar, del cómo se ofrece a ayudar desinteresadamente a
los demás. Un señor en mayúsculas. Y el que llegó desde la tierra de la
Patagonia, no habla el pobre. Para coño le tengo que decir, deja que diga algo,
respira. Vale, camarera, ponga dos vinos que los pago yo me dice. Bueno si es
así sigue hablando aunque todavía no sea la una.
El histriónico llega un poco antes de
que lo haga la de la una en punto. Calentón, gritón, mal hablado, pero un amigo
del alma que te ayuda en lo que pueda, pero que no puede ver ni a la una en
punto ni a doña limpieza. No me pregunten porqué. Yo se lo he preguntado, y me
dice, porque soy así. Respuesta que no me explica nada, pero él es así. Y son
la una menos cinco.
El changa querido, ese el de las mil
novias peligrosas que me hacen asistirlo en el juzgado cada dos por tres, el
que tiene miles de “hijos”, no ha venido hoy. Está haciendo un cáncamo por
Güimar. Y no vendrá, ya den la una, las dos, las tres o las cuatro.
Miro, desde la terraza el reloj de la
farmacia de la esquina que está a punto de dar la una. Y dirijo mi mirada hacia
la acera y veo que se acerca, como casi siempre a su hora habitual, menos los
miércoles que va a la peluquería y entonces como que llega pasadas la una y
media. Baja caminando, con su andar torpe y lento, fruto de un accidentado y
misterioso atropello con un coche que la
obligó durante más de un año volver a aprender a caminar.
Mi amiga, la de la una en punto, llega,
se sienta y saluda a todos. Con su
peculiar hablar ordena a la camarera,” recoooja toda la mesa y tráiiigame un caaafé
con hielo, jejeje”. Y luego se pide pedazo tarta, ella que además es diabética.
Ya sé que el reloj dio la una, porque, mi amiga, la de la una en punto, se acaba de sentar en
nuestra mesa del Pan Vía.
Quicopurriños.
Septiembre de 2020
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