“VUESTRA MADRE ES PUTA”
CRISTINA FALLARÁS
Cunde la idiotez de
que una mujer puede enumerar las agresiones sexuales que ha sufrido en su vida.
La base de tal idiotez consiste en que basta con enumerar las muertas. El
problema es dónde pones la raya sobre la que enumera quien ha decidido
enumerar. Y qué enumera, qué son las asesinadas.
En 2003 España
empezó el "recuento" de las asesinadas por "violencia de
género". Para empezar, eso apesta a basura. Lo llaman "cifras
oficiales" y son ocultación.
Voy a valerme
varios casos para explicarme. Para
empezar, el de una muchacha asesinada. Empezar a narrar la basura. Elijo a
Diana Quer porque dudo que exista alguien en España que no conozca su nombre.
Al menos, el nombre. Pero es solo un cebo del que cuelgan otros dos, estos
míos.
CEBO 1.
La joven llamada
Diana Quer tenía 18 años cuando desapareció en la madrugada del 21 al 22 de
agosto de 2016 en una localidad de Coruña llamada A Pobra do Caramiñal. Durante
497 días, casi año y medio, estuvieron buscándola. El 31 de diciembre de 2017
encontraron su cadáver. Dieron con el cuerpo tras detener a José Enrique Abuín
Gey, El Chicle, quien confesó el asesinato y el lugar en el que había escondido
los restos de la chica. En el juicio, el tipo se declaró culpable de asesinato,
pero insistió en su inocencia en cuanto a la violación.
Abuín confesó que
se cruzó con Diana Quer aquella madrugada de agosto del 16 y la maniató a para
meterla en su coche. Admitió que, una vez amarrada, ya dentro del vehículo, ella
no dejaba de resistirse, así que la estranguló. Cuando los agentes la
encontraron, su cadáver estaba atado de hombros y cadera con ladrillos y
sumergido en agua dentro del pozo de una nave industrial abandonada del
municipio de Rianjo (Coruña), bajo el suelo de cemento del almacén y cubierto
con una chapa metálica. Se encontraba a 20 kilómetros de donde se le había
perdido el rastro y a solo 200 metros de la casa familiar del asesino.
¿Mató José Enrique
Abuín Gey a Diana Quer para robarle?
¿Mató José Enrique
Abuín Gey a Diana Quer por un ajuste de cuentas?
¿Mató José Enrique
Abuín Gey a Diana Quer por despecho o venganza?
¿Mató José Enrique
Abuín Gey a Diana Quer a causa de un abandono de pareja?
No.
José Enrique Abuín
Gey mató a Diana Quer porque era una mujer. Punto pelota.
Ah, pero este
asesinato no consta en las "cifras oficiales" sobre "violencia
de género" del Estado español. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Jose
Enrique y Diana no mantenían ni habían mantenido lo que se llama "una
relación sentimental". Si Quer hubiera sido menor, tampoco constarían, de
la misma manera que no lo haría si fuera prostituta.
La idiotez a la
hora de relatar la violencia machista en España, de enumerar, como en cualquier
otro lugar del mundo (todos y cada uno de los rincones de la Tierra), no tiene
límites.
El de Diana Quer es
un ejemplo sintomático y muy útil para arrancar este artículo, un buen cebo
porque incluye las necesarias dosis de (se me perdonará) espectacularidad y
popularidad que lo convierten en un aliciente hacia explicaciones más
complejas.
Voy con otros dos
cebos, estos ya personales. Hace ya mucho tiempo que opté por la primera
persona para narrar la vida, no para elaborar una ficción, sino para convertir
lo que nos sucede en un relato que se le asemeja.
CEBO 2.
No debía de hacer
mucho frío aquella noche, porque recuerdo que había quedado en la barcelonesa
plaza de Castilla para una entrevista y el encuentro discurrió en el exterior,
sentados en el borde de un parterre. Me había citado el escritor y periodista
Álvaro Colomer para preguntarme algunos datos sobre mi relación con el también
escritor Félix Romeo, recientemente fallecido entonces. Romeo falleció el 7 de
octubre de 2011, o sea que los hechos transcurrieron, como máximo, una semana
después. Así que sucedió una noche de otoño.
Nuestra cita era
sobre las nueve de la noche, seguro que antes de las diez, porque mis hijos
estaban cenando en el momento en que yo me disponía a salir. Me vestí con lo
básico para echarme a la calle. No eran buenos tiempos. Tres años antes me
habían despedido de mi puesto de subdirectora en el diario ADN (Grupo Planeta)
en mi octavo mes de embarazo y estaba ya esperando la orden de desahucio.
Agarré las llaves y
me dirigí a mis hijos, que cenaban sentados en la mesa del salón de casa.
"Salgo y ahora mismo vuelvo", les dije, "voy un momento a hacer
una entrevista de trabajo". El mayor tenía 9 años y la pequeña, 3. Mi
pareja de entonces, de pie junto a la puerta que comunicaba la habitación con
el pasillo de salida, me miró, volvió la vista hacia ellos y les dijo con una
seriedad seca, pausada: "Vuestra madre no sale para una entrevista,
vuestra madre sale porque es puta".
CEBO 3.
Soy la madre, una
puta. ¿Qué es una puta? ¿Qué es una madre?
No sé contestar. Lo
que sí sé es que el hombre que masculla esas palabras ya no es hombre sino
tigre. De eso se trata. Convivir con un tigre. ¿Y qué puede hacer una frente a
un tigre? Sonreír. Sonreír mucho y todo el rato. Sonreír y moverse despacio
hacia un lugar donde los niños no lo oigan.
Ah, pero el tigre
no solo puede abrir a los niños en canal. También puede usar esa facultad, esa
posibilidad, para modificar mi vida, y para modificar lo que yo soy, lo que
hago, la imagen que de mí tiene ese entorno que, entre otras cosas, nos
alimenta. Así que había una vez un tigre que se instaló en nuestra casa para
despedazarnos sin necesidad de usar sus zarpas, despedazarnos con la simple
amenaza de hacerlo.
Pocos días después
de que el tigre les dijera a las criaturas que yo era una puta al bajar a una
entrevista con Colomer, la escritora y editora Carmen Moreno me pidió que
presentara su último libro en Barcelona. Por supuesto le dije que sí. Aquel fue
precisamente el día en el que constaté que un tigre es un tigre porque una vive
en la selva.
Ay, la selva.
Salíamos de
presentar el precioso texto de Moreno cuando me llegó un mensaje al teléfono
móvil. Esto decía: "Vuelve a casa, puta. Esta noche va a haber
sangre". Sé que en la selva la frase "Esta noche va a haber
sangre" puede parecer parte de un juego, qué sé yo, una costumbre animal.
Sin embargo, en el mundo íntimo de una madre que ha dejado a su hijo y su hija
de nueve y tres años en la casa donde ronda el tigre, supone un puñetazo allí
donde las vísceras se rozan pero ni vísceras hay.
(Permítaseme aquí un
inciso, que responde a la pregunta tan repetida como infame de "¿y por qué
seguía con él?": Resulta ABSOLUTAMENTE imposible echar a un tigre,
ahuyentarlo, espantarlo; de la misma manera que resulta ABSOLUTAMENTE imposible
que cualquier autoridad competente y a poder ser armada entienda que un tigre
es un tigre. Solo por fin lo entienden cuando tu carne ya es pulpa en el suelo)
Así que ¿qué hace
una cuando recibe tal mensaje en el teléfono móvil –"Vuelve a casa, puta.
Esta noche va a haber sangre"– estando a un par de barrios de su casa?
Parece inocente, pero lo primero que haces es enseñárselo a las personas que
tienes más cerca. En mi caso, dos hombres. Eran dos amigos, un par de colegas
cultos con quien había compartido innumerables conversaciones, lecturas y
cervezas. La respuesta de ambos se podría resumir en "ya lo conoces, no le
hagas caso".
Ay, "no le
hagas caso".
Ay, ay, ay.
Cagondiós, "no le hagas caso".
No hubo sangre esa
noche y sí un infierno que, habiendo empezado con aquel "vuestra madre sale
porque es puta", se multiplicó hasta el punto de convertir el dolor en una
costumbre doméstica.
FIN DE LOS CEBOS.
He arrancado este
texto afirmando que cunde la idiotez de que una mujer puede enumerar las
agresiones sexuales que ha sufrido en su vida. Yo acabo de relatar dos propias
y una ajena. La de Quer está en un extremo. Las mías, aunque parezca lo
contrario, no. Ni mucho menos. Las mías forman parte de la vida cotidiana de
cientos de miles de mujeres en España; según el Consejo General del Poder
Judicial, más de 600.000. Si esas son las estimadas por una de las
instituciones más brutalmente machistas del España, hagámonos a la idea de cuál
podría ser la realidad. ¿Millones? Cada cual sabrá hasta cuántos le llegan los
dedos de las manos de las manos de las manos de las manos.
Pero volvamos a
Diana Quer. Su caso NO está considerado "violencia de género", que
dicho sea de paso, no es "de género", sino machista. Se trata de los
patrones. Los patrones mismos que definen la violencia machista SON violencia
machista. De la misma forma, cuando se habla de la posibilidad de que una mujer
enumere las agresiones sexuales que ha sufrido en su vida, los patrones tampoco
sirven.
Al hablar de
violencia sexual consideramos solo las agresiones físicas o psicológicas que
las mujeres sufrimos por parte de los hombres. Me reiría si no fuera siniestro.
La violencia habitual, constante, cotidiana, es educativa, sanitaria, laboral y
económica, judicial, familiar, narrativa, cultural… La violencia arranca cuando
naces y tu madre tiene que parirte tumbada y aguantar que le peguen un tajo en
el coño para que el médico se encuentre más cómodo, pese a que la postura
resulte la peor, la más dolorosa, brutal, y menos natural para expulsar una
criatura. Es solo una nimia ilustración al paso, ya que hablaba de madres
putas. Pero más allá de esta fruslería, todo, ABSOLUTAMENTE TODO en esta
sociedad está construido contra las mujeres.
Escribí estas
líneas (hoy con algunos retoques) a petición del festival Semana Negra de
Gijón. Me pidieron un texto sobre violencia machista, y lo agradezco. Yo hasta
entonces era la única mujer que ha ganado el premio Dashiel Hammett de Novela
Negra en toda la historia del certamen, nada menos que 32 ediciones. La alegría
al ver que en esa 33 edición lo ganaba Berna González Harbour con su magnífica
El sueño de la razón me llenó los ojos de lágrimas de la emoción. Y no fui la
única.
Considero que a
estas alturas no hacen falta explicaciones teóricas, pero estoy segura de que
quienes las lean cuentan con las herramientas para construirlas.
Admito, y acabo,
que he necesitado valerme de tres cebos para asegurarme de que este texto se
leería. Pero quizás esa cuestión es solo asunto mío.
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