KRAHE FRENTE A LOS CURSIS
CRISTINA FALLARÁS
Desde el asunto del
confinamiento he notado un aumento de la cursilería. Tiene que ver con la
ignorancia, claro. La gente se ha lanzado a contar: sus sentimientos, sus
desayunos, sus "pensamientos", ese tipo de cosas. Es una cursilería
trufada de pastelillos, paseos, amaneceres y nostalgias con ribete, una
cursilería satisfecha.
Lo peor de la
cursilería satisfecha es que procede de la ignorancia en pelotas. Más o menos
un así soy, esto cuento, y además no me importa admitir que no tengo ni
pajolera idea de lo que hablo. Lo pienso y lo digo, lo "siento" y te
lo planto en las narices. Además del encierro, mucha culpa tienen las redes
sociales. Pero no es ese el único lugar de los cursis, de las cursis. Los remilgos
campan a sus anchas y se nos han llenado
los días, las televisiones y la cosa política de ofensas y lechuguinos.
Me ha venido lo
anterior a la cabeza pensando en Javier Krahe. Hace ahora cinco años que murió,
cinco años como cinco agujeros sin fondo. Era una persona culta y elegante. La
elegancia es lo contrario de la cursilería y de la ignoracia sobre la que
aquella se repantiga. El cantautor era un hombre atento a los pronombres y las
rimas, lo que impepinablemente incluye una forma de estar, de moverse. Cuando
una tiene la suerte de compartir algunos ratos y sitios con personas así, va
creciendo, la espalda se yergue, los brazos parecen alargarse y adquieren la
prestancia de los músicos, las manos gesticulan solo lo necesario para mover
ligeramente el aire y modificar así sus alrededores. La risa y el asiento
carecen de idiotez, el pensamiento no conoce la impostura.
Vengo echando mucho
de menos a ese tipo de personas como Javier Krahe. Y a él. Era mi amigo. De eso
se trata.
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