EL NEGOCIO DE LA MUERTE SIGUE MUY VIVO
En
el oligopolio de las funerarias, seis empresas se reparten 400 millones de
ingresos anuales. Mémora, la más importante, gestiona 130 tanatorios, 28
crematorios y 23 cementerios. Hoy se contabilizan más de 20 millones de pólizas
de decesos
ESMERALDA R. VAQUERO
A Alejandra C.
(nombre ficticio) la avisó su familia por teléfono. Era un día de finales de
marzo. Su abuela, ingresada en una residencia de mayores, tenía síntomas de
coronavirus, pero no podían trasladarla al hospital. Al día siguiente falleció.
La funeraria con la que trabajaba la residencia, Parcesa, extendió a la familia
una factura de más de 4.400 euros. El precio, además del ataúd y la
incineración, incluía un concepto de “interior féretro especial”, de más de 325
euros. También figuraba un “equipo de desinfección”, por un importe de 450, que
posteriormente sería íntegramente devuelto por el Estado. “Y ni siquiera
tuvimos tanatorio, ¿por cuánto habría salido la factura entonces?”, se indigna.
En marzo varias
funerarias comenzaron a usar “féretros especiales” debido a la covid, lo que
aumentaba la factura. El día 30, Consumo prohibía que los precios se
incrementaran por esta enfermedad
La crisis del
coronavirus ha puesto sobre la mesa múltiples cuestiones, entre ellas, los
abusos perpetrados en el sector de la muerte. Estos, según indican personas
afectadas, no son nuevos, pero el aumento de las cifras de fallecimientos los
ha evidenciado. “Hemos normalizado precios muy altos por unos servicios en los
que hay sobrecoste; entre lo que pagamos y el precio real de estos servicios
hay un abismo”. Son palabras de Rosa Canela, integrante de Afectados Mémora, un
colectivo que intenta sacar a la luz las irregularidades que han vivido con la
mayor empresa del sector. A finales de febrero, este grupo empezó a dar a
conocer sus denuncias y demandas en redes sociales. En marzo comenzó la odisea
covid y, desde entonces, han recibido múltiples consultas y peticiones de
asesoramiento: facturas desorbitadas, ataúdes envasados “al vacío”, conceptos
ininteligibles, etcétera. “Se han
reducido los servicios, no ha habido ceremonias, ni velatorios, y se han
cobrado precios similares”, señala Canela.
A finales de marzo
aparecieron en varias televisiones testimonios de personas que aseguraban que
las funerarias estaban obligando a usar unos “féretros especiales” debido al
coronavirus, lo que aumentaba la factura. El 30 de marzo, el Ministerio de
Consumo prohibía que los precios se incrementaran por esta enfermedad.
Para Canela, la
situación no es nueva. Ella también pasó por un trance difícil tras la muerte
de su padre. “En el hospital nos dirigieron hacia Mémora; decidimos velarlo y
hacer todo en casa y nos presionaron diciendo que teníamos que ir al
tanatorio”. La familia terminó abonando más de 6.000 euros. Según les
indicaron, al no acogerse al combinado “féretro-sala tanatorio” el precio
subía. “Es desorbitado. Equivale a casi un año de pensión de nuestro padre”,
apunta.
Con un ingreso
total de unos 400 millones de euros anuales, Parcesa, Funespaña, Albia,
Servisa, Grupo ASV y Mémora son las principales funerarias del Estado. Esta
última, propiedad de Ontario Teacher 's Pension Plan, es la más importante. En
España gestiona 130 tanatorios, 28 crematorios y 23 cementerios. Al otro lado
de la balanza se sitúan las pequeñas funerarias, los negocios familiares que
van pasando de una generación a otra y que se ven perjudicados por este
oligopolio.
Los seguros de
muertos, para hacerse cargo del funeral y el enterramiento, se generalizaron después de la Guerra Civil y
hoy se contabilizan más de 20 millones de pólizas
Aurelio Sánchez
conoce bien este mercado. Trabaja desde hace años en una pequeña funeraria de
Manresa y preside la Asociación Esfune, organización que busca “favorecer la
liberalización real de los servicios funerarios, el apoyo y asesoramiento a los
usuarios y la dignificación de la profesión funeraria”. Hasta él también han
llegado múltiples informaciones de personas afectadas por los abusos de las
grandes empresas del sector. “Un féretro de calidad media o media-alta nos
viene costando unos 180 euros; aquí en Cataluña ese producto se vende después
por 2.000 €”, explica. Para Canela, el propio concepto del ataúd en los casos
de incineración le parece un sinsentido.
“Es absurdo que te hagan pagar esa cantidad cuando esa caja se va a
quemar”, apunta. “Aquí cabrían otro tipo de iniciativas, pero este negocio
mueve demasiado dinero como para que se pongan en marcha”.
Aseguradoras
La combinación de
funerarias y aseguradoras de decesos es un cóctel perfectamente elaborado,
asegura Sánchez. Los seguros de muertos, para hacerse cargo del funeral y el
enterramiento, se generalizaron después
de la Guerra Civil y hoy se contabilizan más de 20 millones de pólizas.
La mayoría de las
aseguradoras intentan que los familiares de los fallecidos encarguen todos los
detalles a la funeraria con la que
trabajan. Sin embargo, no existe ninguna obligación legal. Además, denuncia
Canela, nunca devuelven la amortización excedente. “Hay mucha gente que lleva
pagando el seguro 50 o 60 años, se abona mucho más de lo que va a suponer ese
gasto, pero nunca te devuelven nada”. Santalucía y Ocaso acaparan la mitad del
mercado de este tipo de seguros.
Es habitual
ver en las puertas de los hospitales a
comerciales en busca de familias a las
que ofrecer los servicios de su empresa. Incluso, se han llegado a conocer
casos en los que personal de hospitales incitan a elegir una funeraria en
concreto, en lugar de ofrecer el listado con la oferta de funerarias
disponibles.
En noviembre de
2016 la madre de Manuel Monterde falleció en el Hospital Sociosanitari Mutuam
Güell, en Barcelona. Una sanitaria del centro, según contó Monterde en una
carta del lector en El Periódico, le indicó que tenía que llamar lo antes
posible al tanatorio de la funeraria Sancho de Ávila, en la capital catalana.
Él le contestó que tenían un nicho en Santa Coloma de Gramenet, donde estaban
empadronados y donde harían el velatorio, pero ella insistió en que la normativa
marcaba que, al morir en Barcelona, el cadáver debía ser recogido por esa empresa. “En ese momento de trasiego y pena y
ante la rotundidad de sus palabras, fui incapaz de reaccionar y cuestionar lo
que me decía (...). Actué de buena fe y fui a Sancho de Ávila. Mi madre estaba muerta...
tenía que hacer todo lo que me decían por ella: ataúd, amortajamiento,
traslado... Firmé las hojas que me pusieron delante. Tres horas después supe
que podía haber elegido la funeraria que yo hubiera querido, pero en ese
momento no sabía nada, estaba en shock”, recordaba en el diario. Tener que
elegir este servicio y no otro supuso un sobrecoste de 5.000 euros. Monterde
denunció ante la Autoritat de la Competència de la Generalitat. Hace un par de
años la Administración le dio la razón e instó al Ayuntamiento de Barcelona a
investigar el caso y a sancionar a las empresas funerarias por monopolizar el
mercado.
Desde 1997 el
sector funerario está liberalizado por normativa europea. Así, la constitución
de estas empresas no está sujeta a un determinado número de licencias por parte
de los ayuntamientos, sino que pueden ofrecer sus servicios todas aquellas
compañías que quieran optar a ello siempre y cuando cumplan determinados
requisitos. Además, está garantizada la libre elección del servicio funerario,
independientemente de tener contratado un seguro de decesos.
En 2016, el
consistorio de Carmena remunicipalizó la Funeraria de Madrid, que había sido
semiprivatizada en 1993 por Álvarez del Manzano. Funespaña, perteneciente a
Mapfre, pagó 100 pesetas por el 49%
“Debería ser un
servicio público, gestionado por empresas públicas y sin comisiones. O al menos
que fueran empresas con un control, que la administración limite precios, que
haya una intervención real”, indica Canela. Entre los proyectos del equipo de
gobierno de Ada Colau para su primera legislatura estaba incluido la creación
de una funeraria pública para abaratar los entierros. En febrero de 2019, la
oposición echó por tierra la propuesta de Barcelona en Comú. PDeCAT,
Ciudadanos, PSC y PP votaron en contra. ERC se abstuvo. El consistorio de
Manuela Carmena sí consiguió llevar a cabo una de sus promesas electorales: en
2016 remunicipalizó la Funeraria de Madrid, que había sido semiprivatizada en
1993 por el alcalde popular José María Álvarez del Manzano. Funespaña,
perteneciente a Mapfre, pagó 100 pesetas (0,6 euros) por el 49% de las
acciones.
Sobrecostes
Para abaratar los
costes de los entierros, uno de los primeros pasos podría ser revisar el IVA
del sector. En 2012, el gobierno del PP decidió aumentarlo, del 8 % (tipo
reducido) al 21%. Esto supuso a las familias el pago de unos 500 euros más de
media, aunque los precios varían considerablemente dependiendo de las ciudades.
Desde entonces han surgido distintas iniciativas encaminadas al descenso del
impuesto, pero no han fructificado. España es uno de los países de la Unión
Europa con el IVA funerario más caro.
Además de por el
elevado IVA, el alto coste se debe, según Sánchez, a que se otorgan
contraprestaciones económicas y se pactan contratos de exclusividad y acuerdos
entre funerarias, residencias de mayores y hospitales. “El coste de un servicio
sencillo pero con todo lo necesario debería rondar unos 2.500 euros. Y puede
ser aún más económico”.
Además de por el
IVA, el alto coste se debe a que se pactan contratos de exclusividad y acuerdos
entre funerarias, residencias de mayores y hospitales
¿Y qué ocurre si
una familia no tiene presupuesto? Las funerarias ofrecen financiar el gasto, si
se presenta la documentación necesaria. Financiación, eso sí, con intereses.
Además, resulta llamativo que haya empresas públicas, como la Empresa Municipal
de Servicios Funerarios de Madrid, que también lo ofrezca. Si el préstamo
tampoco es viable, existen otras opciones. El ayuntamiento de la ciudad en
cuestión se puede hacer cargo del sepelio, certificando la falta de ingresos;
también es posible elegir una ciudad con costes mortuorios más económicos,
donar el cuerpo a la ciencia u optar por la cremación. A finales de mayo la
empresa valenciana Alfilpack dio a conocer sus ataúdes de cartón homologados
para dar respuestas a las necesidades originadas por la crisis sanitaria.
“El fallecimiento
de un familiar es el peor momento para engañar de la manera que sea; estás
desprotegida, herida, y confías en las personas que tienes alrededor”, denuncia
Canela. “La comunidad siempre ha ayudado a acompañar en la muerte, y es algo
muy alejado a lo que se está haciendo ahora. Antes con las funerarias más de
barrio era otra cosa; ahora es capitalismo salvaje”.
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