GUERRA DE ADJETIVOS BORBÓNICOS
ANÍBAL MALVAR
Malos tiempos para
nuestra ejemplar monarquía. En su maldad, se imagina uno a los académicos de la
RAE revolucionados, buscando, por mandato del Gobierno a través de los espías
del Centro Nacional de Inteligencia, nuevos adjetivos, modernos ditirambos e inéditas
hipérboles para vestir las auras desnudas de Felipe VI. Y es que el lacayaje
borbónico tiene cada día más difícil volvernos a convencer de que los borbones
no son unos ladrones, de que todos los ascendientes de nuestro monarca solo son
casos aislados de corrupción, accidentes trincones de la historia.
Si coge uno al
núcleo duro de la familia de Juan Carlos, se da cuenta de que los apestados han
empatado ya con los impolutos. Zarzuela ha ido eliminando de la foto familiar,
por diversos motivos, al extravagante y fiestero Jaime de Marchalar; a Iñaki
Urdangarín, por razones de todos conocidas y ninguna buena; a su esposa
Cristina, la infanta tonta a la que echaron por ignorante y por amor; y, ahora,
a nuestro entrañable Juancar, a quien ya nadie llama campechano. Quedan Felipe
y Letizia y las despechadas Sofía y Elena. Empate a cuatro. Ni Shakespeare,
chaval. Qué escabechina.
En lo que respecta
a nuestra prensa constitucionalista, parece ser que Zarzuela ha llamado a
andana a los directores de los grandes periódicos para unificar el mensaje:
Juan Carlos I será un descuidero, pero solo en los ratos libres en los que no
se dedicaba en cuerpo y alma a sacrificarse por España. Sin el concurso
esencial del emérito, España no sería hoy una democracia. Hay que deslindar su
papel histórico de su máquina histérica de contar billetes.
Tras el homenaje
laico (por fin laico) a las víctimas de la Covid celebrado esta semana, este
mantra ha sido repetido hasta el hartazgo por los más eximios editorialistas y
las más finas plumas del columnismo. En La Razón, refiriéndose al atribulado
Felipe VI, se desmelenan hablando de "alto sentido de Estado", de
"sencillez" y "emoción". "Era necesario oír las
palabras del rey", bajaba la testuz el periódico de Planeta. "El Rey,
con toda su dignidad, representó lo mejor de todos los ciudadanos",
agregan con cursilería zarzuelera. Cuando acabé de leer este editorial, se me
quedaron en el cuerpo unas ganas irrefrenables e irracionales de comprarle un
osito de peluche a don Felipe. Qué ternezas.
Luis María Anson,
en El Mundo, vindicaba nuestra monarquía parlamentaria comparándola con las de
Suecia, Noruega, Holanda, Gran Bretaña, Australia, Japón... Olvidando en un
descuido recordarnos que a ninguno de los reyes de estos tan repetables países
los trincaron nunca con maletines llenos de billetes black llamando de puerta
en puerta a los blanqueadores suizos de mayor apostura. Pero eso son minucias.
Se sale un poco de
línea el editorialista de ABC, ahora que se rumorea que el gallego Bieito
Rubido dejará la dirección para ser sustituido por un perfil más duro, más
FAES, más torero y más gitano. Y, como no coloquen ahí a Federico Jiménez
Losantos, a Hermann Tertsch o a Golum, no sé yo si habrá valiente capaz de
enfachecer más aun al torcuatiano diario.
El caso es que la
centenaria hoja no se quedó nada contenta con el homenaje laico. Y dedicó su
editorial a discutir la "sinceridad" del dolor de Pedro Botero
Sánchez. ABC, quedó bien claro, echó de menos a la sinfónica de curas habitual
en este tipo de celebraciones, todos con sus mitras fulgentes, sus caras de
NO-DO y sus alientos densos de aroma a anisete de marquesa y a franquismo.
El periódico de
Rubido se echó al monte y acusó veladamente a Felipe VI de dejarse manipular
cual pepele: "Un acto desnaturalizado, hecho a medida de su propaganda y
para el que [Pedro Sánchez] no ha dudado en utilizar la figura del rey, ahora
sí, como elemento legitimador", clama al cielo el editorialista del diario
conservador.
Como sigamos así,
dentro de poco nos imponen en las escuelas el "Dios, patria, rey" del
carlismo. Esto no ha hecho más que empezar. ¿Y si en vez de acumular adjetivos
se nos invita a un referéndum?
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