CORNEANDO A LA MINISTRA
ANÍBAL MALVAR
Nuestros viejos y
piadosos periódicos de papel no han dado demasiada importancia, más bien
ninguna, a la agresión sufrida ayer en Toledo por la ministra de Trabajo, la
gallega y "sorprendentemente elegante" (El Mundo dixit) Yolanda Díaz.
Sucedió que una veintena de picadores, banderilleros y mozos de espada se
abalanzaron sobre el coche de Díaz, en protesta porque el mundo del toro no ha
sido incluido en las ayudas especiales que el ministerio aprobó para los artistas
de espectáculos públicos.
En la refriega, el
coche ministerial, convertido en toro por la imaginación quijotesca de los
exaltados taurómacos, sufrió la pérdida de un espejo retrovisor y hubo de
intervenir la policía. Como os podéis imaginar, no se practicó ninguna
detención, pues no es costumbre española afear la conducta de los valerosos
matadores de bovinos bravos.
Ya digo que nuestra
derecha periodística ha pasado sobre el incidente un capotazo de silencio. El
patrioterismo mediático sabe distinguir muy bien entre lo que es verdadera
violencia y lo que tan solo son simpáticas algaradas. Violencia extrema y
judicializable es cuando rompe un espejo retrovisor la izquierda o los
separatistas vascos y catalanes. Si lo hace un banderillero de derechas, es
solo una manifestación de la simpática virilidad española.
La exaltación de la
españolidad y sus más rancios símbolos ha llevado el debate sobre el toreo al
núcleo del duelo político. El antitaurino, como el que no cuelga un banderón
rojigualda en sus balcones, es menos español que el resto, es casi una suerte
de apátrida, un temporero de su propio DNI, un paria desterrado.
En las últimas
elecciones generales, tanto PP como Vox llegaron incluso a darle la alternativa
política a varios grandes espadas de nuestra cultura. Miguel Abellán y Salvador
Vega fueron en las listas de los de Pablo Casado. El picador Santiago Abascal
presentó a Serafín Marín y a Pablo Ciprés. Prueba de que la democracia española
no funciona muy bien es que ninguno de los cuatro salió elegido.
El caso es que
nuestros toreros se sienten perseguidos políticamente. Son los Mandela
españoles con cuernos. Javier Gómez Pascual, directivo de la Unión de Picadores
y Banderilleros de España, lo ha dejado clarinete: "Ha habido órdenes de
Podemos de no conceder más ayudas a los toreros por una cuestión ideológica; es
un claro caso de marginación".
No hace mucho, ABC
nos regalaba una entrevista impagable con el maestro Luis Francisco Esplá, en
la que resumía muy originalmente el porqué de esta desafección podemita a la
fiesta nacional. Como habréis adivinado, el problema del toro en España tiene
una explicación irrefutable: Venezuela. "Caminamos hacia el bolivarismo
absoluto, enemigo de todo aquello que despierte a la población, como el toreo. Hemos
visto la campaña de censura que ha habido, y los toros pertenecen a ese género
capaz de despabilar a la gente, pues, entre otras cosas, el toreo habla con
naturalidad de la muerte. Los taurinos con los que hablo están viviendo esta
pandemia con más serenidad, porque se asoman constantemente a una plaza de
toros y la muerte se ha convertido para ellos en algo trascendente", nos
dice el inspirado matador. O sea, que el
toro es el antídoto contra el 'bolivarismo', la Covid y lo que le echen. Le
faltó decir al maestro que la asistencia a las corridas puede incluso curar la
homosexualidad.
Sin embargo,
"la serenidad de los taurinos" de la que habla Esplá parece haber
llegado al límite, y además de zarandear el coche de Yolanda Díaz han pedido su
dimisión. En las manifestaciones que han organizado frente al ministerio de
Trabajo gritan "los toreros somos cultura" y "la cultura no se
censura". Yo todavía me resisto a admitir que sea tan cultura Jesulín de
Ubrique como un sonetista posromántico, sobre todo porque los sonetistas
posrománticos no suelen embestir coches ministeriales. Los que arrojaban cabras
desde los campanarios también aseguraban que lo suyo era cultura. En nuestros
diarios, incluido El País, los toros se siguen integrando en la sección de cultura,
al lado de El lago de los cisnes.
Según una ya vieja
encuesta de la consultora Gallup, el 72% de los españoles no tiene ningún
interés en la fiesta nacional. Lo que no quiere decir que el 28% sea un
ferviente seguidor de este peculiar y sangriento arte. Sin embargo, como con la
iglesia, nunca se sabe exactamente cuánto dinero destinan nuestras
administraciones a subvencionar ganaderías, festejos, escuelas de tauromaquia y
otras toreras españolidades. El toro se ideologiza en España cada día más. No le
interesa a casi nadie, a muchos les repugna, pero nos lo quieren imponer como
símbolo de inmanente españolidad. De ahí que no se le dé demasiada importancia
al hecho de que unos banderilleros ataquen el coche de una ministra. Son
pintorescos rasgos de nuestro carácter. No es violencia. Y Toledo no es
Alsasua.
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