‘LLORONA’, LA HISTORIA DE UN PARRICIDIO
ANA SHARIFE
El pasado mes de
junio Rosalía sorprendía a sus seguidores subiendo a YouTube una versión de La
Llorona en homenaje a los sanitarios de México que luchan contra la covid. En apenas dos minutos la cantante concentraba
en su voz un dolor insufrible. El alma en pena de una madre que ahoga a sus
hijos en una noche enloquecida, y luego, arrepentida, los busca eternamente en
las noches de luna por los ríos y lagunas, estremeciendo con su llanto a quien
la escucha.
La Llorona es signo
de identidad nacional y Patrimonio Cultural Intangible desde 2013. Una figura
doliente a la que se relaciona con la diosa Tenpecutli
En México, la
Llorona es signo de identidad nacional y Patrimonio Cultural Intangible desde
2013. Una figura doliente a la que se relaciona con la diosa Tenpecutli, que
purgaba la pena de haber ahogado a sus hijos en un río. Su versión más popular
habla de una mujer indígena de incomparable belleza que vivió un romance con un
caballero español con quien tuvo tres hijos. Cuando supo que se había casado
con una dama española, perdió el juicio. Cogió en brazos a sus hijos, los llevó
a orillas del lago de Texcoco, los abrazó fuertemente y los hundió hasta
ahogarlos. Tras darse cuenta de lo que había hecho, no pudo soportarlo y ella
misma se quitó la vida. Desde entonces cuentan que su alma deambula cada noche
cerca del lago en busca de sus pequeños.
La mitología nos ha
brindado numerosos relatos mágicos que visibilizan este drama angustiante. Se
halla en las cosmogonías y creencias ancestrales de todas las culturas, desde
China hasta la misma África, donde una leyenda entre el reino yoruba de Dahomey
y Togo describe a una mujer que recorre los ríos gritando pavorosos lamentos
buscando a sus hijos, ahogados por el océano y sus restos desperdigados por el
mundo. Un paralelismo con la historia de Raquel en la Biblia, quien llora por
sus hijos (el pueblo de Israel) “y nadie puede consolarla, pues han
desaparecido” (Jeremías 31:15).
La historia de Ciudad
de México se escribe (y se construye) sobre las ruinas de Tenochtitlan, la
“Venecia azteca” que cautivó al conquistador Hernán Cortés hace cinco siglos. A
medida que se acercaban los españoles a la Gran Tenochtitlan, “más frecuentes y
directas eran las señales que recibía Moctezuma”, recogería el historiador
dominico Fray Diego Durán en Historia de las Indias de Nueva España e islas de
la tierra firme. Era una llorona en forma de Cihuacóatl, una mujer que vagaba
de noche gimiendo y gritando “Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?”, lo que
Moctezuma interpretó como un augurio sobre el fin de su reinado. Según el
Códice Aubin, esta madre (nutricia y destructora) fue una diosa que los
acompañó durante su peregrinación en busca de Aztlán, la isla mítica de la que
provienen los aztecas.
La gitana y el
inglés
En España se cuenta
la historia de una gitana cuya belleza conquistó a un inglés. Fruto de aquel
amor nacieron dos críos, pero una noche la Guardia Civil fue a quitárselos por
orden del inglés, quien se había casado con una mujer de la alta sociedad
barcelonesa que no podía darle descendencia. La joven corrió con los pequeños
hasta el embarcadero y huyó en una barca en mitad de un mar agitado. El mal
viento volcó la embarcación y los hijos desaparecieron entre las olas. Los
vecinos de la playa del pueblo de La Barceloneta aseguran haber escuchado su
lamento en los días de fuertes vientos.
La leyenda de la
Llorona comenzó a documentarse hacia 1550, cuando el misionero Bernardino la
recogió en su monumental Historia general de las cosas de Nueva España
La leyenda de la
Llorona comenzó a documentarse hacia 1550, cuando el misionero franciscano
Bernardino de Sahagún la recogió en su monumental Historia general de las cosas
de Nueva España (1540-1585). Sin embargo, sus antecedentes se pierden “entre
mitos prehispánicos y diosas madres aztecas que conocedoras del destino de sus
descendientes nada podían hacer para evitarlo”. Su fatalidad forma parte de la
identidad cultural, del folclore y la imaginería popular de casi todos los
pueblos, cuyas versiones varían de una comarca a otra dentro del mismo país.
Para otros
expertos, la Llorona “destruiría la base del dominio colonial desde el momento
en que la madre indígena mata a sus hijos mestizos”. De ahí que narre la trágica
historia de amor entre una indígena (o criolla) y su amante español, y “el
infanticidio como una manifestación de castigarse a sí misma por su debilidad”,
escribe Mario Orozco en La estructura medeica de La Llorona (2009).
En Nicaragua es “el
alma en pena de una indígena de Moyogalpa, en la isla de Ometepe, que se
enamoró de un blanco, en contra de los consejos de su madre (‘no hay que
mezclar la sangre del esclavo con la sangre del verdugo’), y que luego de ser
abandonada, ahoga a su hijo en el lago Nicaragua, pero arrepentida, se mete en
el agua para salvarlo sin éxito”, describe Milagros Palma en El mito de la
Llorona en América Latina(2019).
Su fatalidad forma parte de la identidad
cultural, del folclore y la imaginería popular de casi todos los pueblos
En una versión de
Costa Rica, “la Llorona es una indígena muy hermosa, hija de un rey huetar, la
cual se enamoró de un conquistador español, con el que se veía a solas en lo
alto de una cascada, queda embarazada y da a luz un hijo, que es asesinado por
el padre de la mujer, arrojándolo de lo alto de la catarata”. Desde entonces
“su alma vaga por las orillas de los ríos buscando a su hijo perdido y llorando
su desgracia”, testimonia Elía Zeledón en Sortilegios de viejas raíces:
leyendas (1998).
La figura doliente
de la llorona que flota sobre un charco creado con sus eternas lágrimas ha
inspirado a todas las artes. En 2019 la guatemalteca película La Llorona, de
Jayro Bustamante, abordó las matanzas ocurridas entre 1960 y 1966 durante la
Guerra civil de Guatemala, y Hollywood la producción The Curse of La Llorona,
bajo la dirección de Michael Chaves, un film de terror sobre una aparición que
vive atrapada entre el cielo y el infierno por un destino terrible sellado por
ella misma, al ahogar a sus hijos por celos y arrojarse en el río arrepentida.
Musicalmente la
Llorona es una canción popular mexicana que tiene la cadencia de un vals lento
que la jovencísima Ángela Aguilar interpreta en honor a Chavela Vargas y otros
grandes. Rosalía hace un delicioso cover y todas las versiones suenan a
desesperación, a profunda tristeza.
La Llorona sería un
símbolo quebrado, las mujeres de la comunidad indígena de purépechas que mueren
en su primer parto y se vuelven diosas guerreras (mocihuaquetzaque). Sería una
voz silenciada, la Malinche, la amante nahua de Hernán Cortés, con quien tuvo
un hijo, pero cuando este regresó a España, se lo arrebató y ni sus lamentos
pudieron impedirlo. O, como escribió en 1922 el poeta y diplomático mexicano
Alfonso Reyes en una carta enviada al historiador Mediz Bolio, “tal vez tenga
que ver con todas esas voces oscuras, de abuelos indios, que lloran en nuestro
corazón”.
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