miércoles, 22 de julio de 2020

DE GUARDIANA SAGRADA A ENTERRADA EN VIDA


DE GUARDIANA SAGRADA A 
ENTERRADA EN VIDA
ANA SHARIFE
Apenas hay datos sobre ella. Se sabe que llevaba el cabello recogido en seis trenzas bajo un velo blanco del que colgaban dos cintas rojas como signo de inviolabilidad. La túnica que la cubría era blanca y sencilla, con un pasador sujeto al hombro izquierdo, y portaba una lámpara encendida entre las manos. Su labor era cuidar del fuego sagrado de Roma.

Según anotó Tito Livio, en el año 337 a.C., “Minucia fue condenada a ser enterrada viva a la mano derecha del camino en el campo maldito en la puerta Collina” por incumplir su voto de castidad, sin más pruebas que las arrancadas a un esclavo mediante tortura.


A la joven guardiana se le realizó “un suplicio aterrador”, describen las fuentes. Se la despojó de sus insignias de prestigio y religiosidad, luego se le maniató a un tálamo y se la cubrió con un sudario como si fuera un cadáver. Una vez preparada se le subió a una litera y se la exhibió en procesión. El cortejo fúnebre salió del templo de Vesta situado en el ángulo sudoeste del Foro romano, recorriéndolo entero hasta llegar a la puerta Collina, en donde se encontraba el Campus Sceleratus, cerca de los muros de la ciudad. Los habitantes no acudieron al acto, cerraron las puertas de sus hogares, lloraron amargamente por ella y guardaron un riguroso luto. Una vez allí el pontifex maximus levantó sus manos hacia el cielo y tras exclamar una plegaria se abrió una lápida en el suelo. Minucia descendió por la escalera hasta una cripta en la que había una lámpara, algo de pan y agua. Cuando estuvo allí abajo se la encerró en vida. Apenas tendría 20 años. Tito Livio escribió que la única falta de Minucia fue vestir de forma elegante.

La sacerdotisa pertenecía a unas de las instituciones más sagradas y respetadas de Roma: las vestales. Una orden religiosa donde ingresó como novicia a los seis años, junto a otras cinco niñas, tras un largo proceso de selección. Fue apartada de sus padres y llevada al templo de la diosa, donde viviría en una gran morada adyacente al santuario, como hija de Roma. Ya no podría tener contacto físico con nadie, ni otra vestal rozar su piel.

Las vestales se comprometían a permanecer vírgenes durante los 30 años que duraba el servicio. Si alguna de ellas perdía la pureza, se la condenaba

Desde su entrada al templo, la pequeña debía llevar una vida discreta en su conducta, y al cumplir los 16 años cuidar que no se apagase el fuego del templo que simbolizaba el hogar de todos los romanos (la ciudad y el Estado), pues se creía que si la llama se apagaba sería el preludio de una gran desgracia.

La castidad adquiría connotaciones prodigiosas al representar la llama pura de Roma, y su ausencia hacía peligrar la armonía con los dioses, con lo que las vestales se comprometían a permanecer vírgenes durante los 30 años que duraba el servicio. Si alguna de ellas perdía la pureza, se la condenaba por crimen incesti, y el culpable de que la vestal rompiera sus votos era azotado hasta la muerte. Fue con Lucio Tarquinio ‘el soberbio’, siglo VI a.C., con quien se impondría como castigo la lapidación a las vestales.

Una muerte sin pruebas

Sin embargo, en once siglos de culto vestal, apenas se tienen datos de doce procesos en los que la sacerdotisa murió azotada, bajo las llamas o encerrada bajo tierra, como Oppia, acusada de malos presagios, u Orbinia, por mala conducta. En la mayoría de los casos, el pontifex se limitaba a amonestarla, como hizo con Postumia, juzgada porque vestía a la moda y hablaba de forma divertida; exculpada de todo delito, tan solo se le solicitó desprenderse del humor y el refinamiento. Según un manuscrito de Valerio Máximo, la joven Tuccia logró demostrar su inocencia, y Fabia fue absuelta en un caso procesado por Cicerón.

Fue una constante en las sociedades mediterráneas unir el bienestar de los pueblos con la castidad de las mujeres. Un símbolo mágico presente en relatos que hablan de sacrificios de vírgenes por el bien de la comunidad. “La inclusión de María en los Evangelios se daría por esta influencia grecorromana en la que la virginidad era considerada una virtud religiosa”, señala el teólogo Fernando Muñoz. “Tras María se escondería, por tanto, el rostro de una vestal”.

Los sacrificios solían coincidir con años de profundas tensiones para la sociedad romana, derrotas militares, crisis políticas o epidemias. La muerte de Minucia, sin embargo, no se sustenta ni aludiendo a la superstición del pueblo romano, clave para entender este fenómeno. Cuando la joven vestal fue asesinada, Roma había salido victoriosa de la Segunda Guerra Latina y la última epidemia de peste había tenido lugar en el 472 a.C.



Según la enciclopedia francesa Historia de las Mujeres (vol. 1), las guardianas del fuego gozaban de enormes privilegios. “Disponían de escolta y herirlas se castigaba con la muerte. Viajaban en carrozas que tenían derecho de preferencia de paso, se les reservaba los mejores asientos en los espectáculos de juegos y obras teatrales, y eran invitadas de honor de los banquetes más suntuosos de la ciudad ofrecidos por los ciudadanos más ricos de Roma”.

Su palabra en los juicios se consideraba “verdadera por defecto”. Su veredicto, “decisivo para decidir sobre la suerte de un gladiador” y tenían la potestad de perdonar a un condenado a muerte “solo con cruzarse con el reo de forma casual”. Servio Honorato, el comentarista de Virgilio, relata que detentaban poderes religiosos tradicionalmente reservados a los hombres y participaban en las ceremonias oficiales de Estado. Eran las únicas mujeres que podían testar aun viviendo sus padres, así como disponer de sus bienes y herencia sin necesidad de tutor.

“Debido a la inviolabilidad de las vestales, los ciudadanos les confiaban sus testamentos para asegurarse que no serían destruidos ni modificados”. De ahí que custodiaran “la última voluntad de las personas más importantes” del momento, como Marco Antonio, cuya lectura fue motivo de guerra, o de Julio César quien, gracias a una vestal, se salvó de terminar en la lista de proscritos condenados a morir que Lucio Cornelio Sila había clavado en la puerta del Foro romano.

Hordas cristianas

Gracias a Plutarco sabemos que el fundador de la orden religiosa de las vestales fue Numa Pompilio “el piadoso” (716-674 a. C.), un hombre de paz que dedicó sus esfuerzos a fortalecer la religión romana y a cultivar comportamientos más amables entre los belicosos romanos primigenios, tales como comportarse humanamente ante los enemigos y vivir apropiadas vidas respetables.

La irrupción del cristianismo en Roma supuso el declive de los dioses oficiales. En el año 337 la Iglesia cae en la tentación que los primeros cristianos habían rechazado durante los tres primeros siglos, y participa “en los reinos de este mundo”. El emperador Constantino (306-337) logra desplazar a Jesús, con Eusebio a la cabeza, y vende sus derechos de nacimiento por una pensión fija. La sencillez evangélica fue sustituida por el poder, la fraternidad por una estructura jerárquica militar.

Los templos paganos fueron derribados por las hordas cristianas y sus sacerdotes fueron desahuciados y torturados hasta la muerte

El clero fue cortejado y obsequiado y los obispos ascendidos al rango de altos funcionarios del Estado. “La riqueza de la iglesia aumentó de manera espectacular. Inmensos recursos fueron destinados a crear edificios religiosos y al sostenimiento de la vida religiosa que tuvieron efectos adversos importantes en las finanzas públicas. La paga de los soldados se derrochó en la manutención de multitudes inútiles de monjas y monjes que alegaban méritos de la abstinencia y la castidad”, señaló el historiador Edward Gibbon en Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (publicado entre 1776 y 1788).

Los dioses que habían protegido Roma desaparecieron para darle su lugar al dios cristiano, y el 7 de marzo del 321 el domingo es declarado día de descanso por primera vez en la historia. Los templos paganos fueron derribados por las hordas cristianas y sus sacerdotes fueron desahuciados y torturados hasta la muerte. Entre el año 315 y el siglo VI miles de romanos paganos fueron asesinados. En el año 326 Constantino ordenó la destrucción de todas las imágenes de los antiguos dioses romanos y, mediante un edicto decretó, además, la quema de la obra Adversus Christianos, del filósofo neoplatónico griego Porfirio, 15 libros que cuestionaban la doctrina cristiana.

La operación quedó cerrada en el año 376 con el edicto del emperador Teodosio “el grande”, quien tomó la decisión de hacer del cristianismo niceno la religión oficial del imperio mediante el edicto de Tesalónica, en 380. En el año 394, el emperador disolvió oficialmente el santuario de las Vestales, un culto que se mantenía desde el siglo VII a.C., sin imaginar que tras este acto se convertiría en el último emperador en gobernar todo el mundo romano.

Mientras el pontifex maximus suba al capitolio acompañado por una vestal, Roma mantendrá su gloria, había dicho Horacio. Y así fue. Solo 16 años después de disolver a las sacerdotisas que cuidaban del fuego, “el mundo romano se vio abrumado por una avalancha de bárbaros”. La ciudad fue saqueada por las hordas de godos de Alarico en 410 y por los vándalos en 455. Y cayó Roma.


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