O B R A S
de
José Rivero Vivas
Publicadas
por
Ediciones IDEA
Islas Canarias
Año 2007
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Tenerife
Islas Canarias
Julio de 2020
NC.05 (a.15)-EL GRITO – Novela
–
(ISBN 978-84-8382-090-2) D.L.
TF- 1344 - 2007
Ediciones IDEA. Islas Canarias - Año 2007.
(Fragmento: Cap. 1 – Pág. 9 - Cap. 5 – Pág. 55,56)
El bar Caprino, no lejos de la Gare du Midi, estaba lleno, con
las mesas abarrotadas y el sordo rumor elevado por encima de voces y gritos,
imposibilitando todo entendimiento en cualquier iniciada charla. En eso entró
Arturo, con torpes gestos de humor grosero y basto, haciendo alusión a sí
mismo, su dedicación y talento.
-¡Soy un tío!- exclamó repetidamente.
Nadie hizo caso de su alarde, pero él insistió en su
proclamación, sin especificar la característica de su excelencia ni expresar el
motivo de su pretensión. Anduvo de un lado a otro del local hasta terminar
apoyado en el mostrador.
-¿Qué tomas?- preguntó Jiménez.
-Lo de siempre- masculló contrariado.
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… De obligada excepción es el grito del desplazado, hundido en su
insignificancia, su impotencia y su desesperanza. ¿Qué puede decir quien así se
realiza? ¿Cuál es su voz? ¿Y su alegato? ¿Cómo es posible alcanzar, con su
afonía, distintos niveles de la sociedad que lo margina? Esta es su pena, su
tortura, su dolencia inaudita: gritar, sin ser oído siquiera, porque el ruido
en torno es ensordecedor. Todavía le resulta peor por cuanto su timbre no es
percibido por nadie, que no tiene quien lo escuche, ni rumia intención de
lograrlo, lo cual incuba en su seno la envidia del desatendido, condena, por
discriminación, que le imponen sus semejantes.
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El hombre, pobre o rico, fuerte o
débil, idiota o listo, poderoso o enclenque, en un momento dado, grita, porque
gritar, todos gritamos: hay quien grita estridente y hay quien grita suave;
uno, en el susurro grita, y, otro, en el estallido estentóreo de su voz,
torrente sonoro incontenible, expande su reprimido grito. Hemos de considerar,
sin embargo, que no todo el mundo llega a gritar de esa forma, que es la del
grito por excelencia. Los pueblos y las razas conforman, en cada país, su lengua,
directamente influida por su idiosincrasia, razón por la cual existen naciones
donde no se escucha el grito, abierto y distendido, seco y escalofriante; no
obstante, algunos han sabido revelar, por distinto medio, su estado de angustia
y desesperación, como el pintor noruego: su cuadro, de gruesas y sueltas
pinceladas, de contrastado color encendido, envuelven al personaje, en primer
plano, que al cubrirse los oídos con sus manos refleja la intensidad del grito
horrendo. Otros individuos, a su vez, esforzándose, en su reino, al silencio
absoluto, se hacen oír por encima de los más altos marcos que delimitan su
bullicioso existir en prodigioso alarde de ostentación y brillo.
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NC.06 (a.16)-EL VIGILANTE – Novela
– 89 págs.
(ISBN 978-84-8382-091-9) D.L.
TF -1345 - 2007
Ediciones IDEA. Islas
Canarias – Año 2007.
(Fragmento: Uno – Pág. 21,73,74- Dos – Pág. 82 )
.....tictactictactic.....pif-paf,
pif-paf, .....tictactic....
Cuando Laurent le propuso el empleo, Ramiro
lo aceptó encantado. Pronto advirtió que Laurent no era vigilante jurado ni
nada. Apenas un guardaespaldas de un tal Mercié, gerente de la empresa de
seguridad, el feo aquel que controlaba en parte el negocio y se paseaba por
todos los rincones de París, con Laurent al lado y Pierre detrás, como los
matones de las películas de George Raft.
-¿Te acuerdas de Pierre?- le había dicho
una tarde.
Y siguió adelante contando su historia:
. .
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. . .
. . .
.
.....tictactictactictactictac.....
¡Estalla!...¡Estalla!...¡Estalla!...
-¡Pum, coño!- exclama, y estampa el reloj
contra el suelo.
El ruido no produce gran estruendo, pero
causa el relajamiento que precisa el ambiente. Ramiro, no obstante, continúa
preso de su cólera y su menguado entusiasmo; pero infinidad de fantasmas corren
detrás de su sino, cual tiburones, o pejes malos, y, tracatrá, tabletea la
ametralladora: grito aterrador, retorcimiento desesperado, estertor de agonía,
apagado y ronco; en seguida se sumergen tras los condenados, para pescarlos
inmediatamente y sacarlos a flote. Más tarde los echarán en el lugar
previamente señalado, de modo que nunca suban a la superficie de las aguas. Uno
de ellos nada sigilosamente mar afuera y corriente arriba, situación que le
permite escapar a la persecución y darse a la fuga por escollos y acantilados
de la cordillera cortada a pico sobre la orilla escarpada.
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Cree,
Ramiro, que no nació para integrar el lado vencedor, aunque no es hecho que
considere de mayor importancia ni tampoco de sucinta gravedad en el
desconcierto provocado por no adaptarse al precepto, impuesto desde la cúspide,
aceptado voluntariamente, y acaso a regañadientes, en su código particular;
ello provee al ciudadano del derecho a mantenerse intacto respecto de una
garantía otorgada, acaso insincera, la cual evita el enfrentamiento entre los
distintos bandos residentes en el globo, aun sin producirse invasión ni
exterminio, según se instruye en el programa de ejecución, elaborado conforme
el proyecto diseñado, presto a ser puesto en práctica dentro de la brevedad
anunciada por la administración.
Es,
sin embargo, lamentable que, un hombre cabal y pleno de facultad, haya de
pasarse la vida -derrengado, cojitranco y tullido- husmeando, sin apetito de
satisfacer una curiosidad desencantada, con objeto de denunciar olvidos,
despistes y descuidos de quienes trabajan en la misma fábrica y, al final del
día, se encuentra con que ninguno lo considera compañero.
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NL.10 (a.32)-MÁRGARA – Novela – 305 págs.
(ISBN 978-84-8382-092-6) D.L.
TF -1346 - 2007
Ediciones IDEA. Islas
Canarias – Año 23007.
(Fragmento: Cap.1 – Pág. 9 - Cap. 5 – Págs. 48,49 – Cap. 29 – Pág. - 299)
Mi tío Aniano lloró de amor. Lo descubrí una tarde,
ya oscurecido, dentro de su cuarto, con la puerta entornada, hipando triste,
sollozo tras sollozo, sorbiendo mocos sin parar.
Confieso que su estado me impresionó, y a punto
estuve de irrumpir en la estancia, violando su intimidad, para confortarlo y
consolarlo en su cuita. Pero su desolado aspecto retuvo mi impulso y me contuve
a tiempo de no herir todavía más sus sentimientos. Mi tío Aniano estaba
desmoronado en una butaca, encogido, vuelto sobre sí, con las manos en la
frente, mientras derramaba incontenible sus lágrimas, que descendían a
torrentes por sus mejillas.
Sobre la mesilla, ante sí, había un cuaderno
abierto. En él trataba mi tío Aniano de escribir, pero su compunción era tanta
que el pobre hombre no acertaba a enjugar su llanto, de modo que las hojas no
fueran estropeadas por efecto del líquido vertido sobre el papel.
Me acerqué a su puerta, más que por su situación
momentánea, porque hubo un momento en que le oí musitar:
-...ár...ara, ár...ara!
. .
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Y en esta vida de desconsuelo, lo primero,
cada día, es tratar de verte por el ventanal. Ello es posible, a veces; otras,
me queda la magua de no columbrar tu figura a través del cristal. En especial
me duele el lunes, que impaciente espero tu llegada, anonadado por la tristeza
que me invade desde el viernes, porque el fin de semana supone para mí hondo
sacrificio sin ver tu imagen; por eso corro apresurado en mi descenso por
Tribulaciones, sigo adelante por Santiago hasta alcanzar la calle Santa Clara,
reducida y recoleta, que me hace pensar en ti, que eres clara de figura y, sin
embargo, te difuminas en este espacio santacrucero de mi ansiedad y desventura.
Al llegar a la Alameda, se me aparece de pronto
Correos, flanqueado a un lado por el Cabildo, y, al otro, por el edificio
Olimpo, de aspecto enjaulado, dividido en múltiples terrazas, cual saltaderos
de míticas aves, prestas a viajar a una Hélade prodigiosa, en el tiempo
diluida.
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Me voy mañana mismo. Te dejo aquí, en este
país de presunción, de lujo y de gente engreída, que sin duda es el tuyo. Yo
vuelvo a Francia, a encontrarme con Les Miserables, de Víctor Hugo, por
si, en mi deambular a través de los distintos departamentos del país galo,
tropiezo con Jean Valjean, para apoyarlo en su denuedo y su demanda.
Mañana, cuando sepas de mi huida, mi marcha,
mi partida definitiva de esta tierra nuestra que, en posesión, ni por asomo la
aprecio mía, comprenderás, tal vez, que mi amor, el sentimiento que tú
despertaste en mí, es ciertamente sincero, auténtico, genuino, firme y leal,
fiel a la devoción que por ti he sentido durante estos meses de excitante
peregrinación y desestimado final.
Adiós, Márgara. Al menos, ten presente mi
eterna gratitud por haberme enamorado.
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José Rivero Vivas
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José Rivero Vivas
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