AZNAR Y FELIPE YA SON LA MISMA PERSONA
DAVID TORRES
Aznar es uno de los
pocos personajes que puede llevar mascarilla y seguir siendo reconocible a
quinientos metros de distancia: el ceño de mala leche perpetua, las cejas
circunflejas, el frontal despejado y la gran ola de Kanagawa esculpida en
pelambre le proporcionan un aire ninja primo hermano del de Felipe González. A
Felipe la querencia nipona le venía por el lado de los bonsáis mientras que
Jose Mari llegó a Japón a través de haikus misteriosos ("Irak tiene armas
de destrucción masiva", "El problema de España con Al Qaeda empieza
en el siglo VIII", "El ecologismo es el nuevo comunismo" o
"Estamos trabajando en ello") que demuestran la cultura enciclopédica
que asombró a Vargas Llosa y la inquietud literaria que lo indujo a leer poesía
árabe y a hablar catalán en la intimidad.
Desde trincheras
ideológicas distintas, casi antagónicas, ambos líderes fueron girando en sus
respectivas posiciones, uno hacia la derecha, otro hacia la ultraderecha, hasta
encontrarse al cabo de los años prácticamente en el mismo lugar, esa esfera
inteligible -decía Borges citando a los teólogos medievales- cuyo centro está
en todas partes y la circunferencia en ninguna. Más de centro no podían ser.
Paso a paso, comisión a comisión, llegaron al imperio del sol naciente, un
paraíso capitalista hecho de puertas giratorias, yates, sillones y consejos de
administración. Contemplar la vida en bañador es uno de los privilegios de los
estadistas jubilados, aunque si eres tan macho alfa como Jose Mari hasta puedes
llevar pareo, como hizo en su destierro en Marbella: de cintura para arriba,
gafas de sol a lo Pinochet, y de cintura para abajo, un guiño hippy a los años
de juventud de Felipe, antes de abandonar la melena, el marxismo y la chaqueta
de pana.
En la época de su
enfrentamiento cenital, cuando peleaban como luchadores de sumo anoréxicos,
Jose Mari no dejaba de repetir el mantra "Váyase, señor González", lo
cual quería decir que dejara sitio, que los suyos ya habían robado bastante y
ahora le tocaba a él. No hay más que echar un vistazo a la lista de tramas
corruptas y al ilustre catálogo de chorizos con corbata, ministros imputados,
enjuiciados y encarcelados que había dejado tras de sí Jose Mari para concluir que,
una vez en el poder, el PP no era más que el PSOE con unos cuantos años de
retraso en cuestión de latrocinio y unos cuantos siglos en materia de derechos
sociales.
Sin embargo, Jose
Mari dijo también, en otro de sus haikus inmortales: "Tengo una oreja
frente a la otra". Y nadie entendió que no se refería a su falta de oído
musical, a sus problemas de vocalización ni a la dificultad de ponerse la
mascarilla, sino a que Felipe y él compartían la misma sustancia, lo mismo que
Clark Kent y Superman, Batman y Bruce Wayne, o los hermanos Tonetti. Dios los
cría y el Ibex los junta. Llevaban años diciendo las mismas tonterías y a
fuerza de coincidir en debates sobre la importancia de la Transición, cenas
honoríficas, homenajes y posturas políticas, han terminado por cohabitar en la
misma persona, el mismo ex presidente univitelino alarmado por el auge de la
izquierda y preocupado por la deriva nacionalista catalana. Normal que ayer
sólo uno de los dos pudiera presentarse al funeral de estado por las víctimas del
coronavirus: lo echaron a los chinos y le tocó a uno cualquiera, que se puso la
mascarilla con la banderita española para despistar, aunque lo mismo le podía
haber tocado hacer compañía a Vox en su retiro espiritual, dos ausencias por el
precio de una. Viva el emperador.
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