sábado, 18 de julio de 2020

AZNAR Y FELIPE YA SON LA MISMA PERSONA


AZNAR Y FELIPE YA SON LA MISMA PERSONA
DAVID TORRES
Aznar es uno de los pocos personajes que puede llevar mascarilla y seguir siendo reconocible a quinientos metros de distancia: el ceño de mala leche perpetua, las cejas circunflejas, el frontal despejado y la gran ola de Kanagawa esculpida en pelambre le proporcionan un aire ninja primo hermano del de Felipe González. A Felipe la querencia nipona le venía por el lado de los bonsáis mientras que Jose Mari llegó a Japón a través de haikus misteriosos ("Irak tiene armas de destrucción masiva", "El problema de España con Al Qaeda empieza en el siglo VIII", "El ecologismo es el nuevo comunismo" o "Estamos trabajando en ello") que demuestran la cultura enciclopédica que asombró a Vargas Llosa y la inquietud literaria que lo indujo a leer poesía árabe y a hablar catalán en la intimidad.



Desde trincheras ideológicas distintas, casi antagónicas, ambos líderes fueron girando en sus respectivas posiciones, uno hacia la derecha, otro hacia la ultraderecha, hasta encontrarse al cabo de los años prácticamente en el mismo lugar, esa esfera inteligible -decía Borges citando a los teólogos medievales- cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Más de centro no podían ser. Paso a paso, comisión a comisión, llegaron al imperio del sol naciente, un paraíso capitalista hecho de puertas giratorias, yates, sillones y consejos de administración. Contemplar la vida en bañador es uno de los privilegios de los estadistas jubilados, aunque si eres tan macho alfa como Jose Mari hasta puedes llevar pareo, como hizo en su destierro en Marbella: de cintura para arriba, gafas de sol a lo Pinochet, y de cintura para abajo, un guiño hippy a los años de juventud de Felipe, antes de abandonar la melena, el marxismo y la chaqueta de pana.

En la época de su enfrentamiento cenital, cuando peleaban como luchadores de sumo anoréxicos, Jose Mari no dejaba de repetir el mantra "Váyase, señor González", lo cual quería decir que dejara sitio, que los suyos ya habían robado bastante y ahora le tocaba a él. No hay más que echar un vistazo a la lista de tramas corruptas y al ilustre catálogo de chorizos con corbata, ministros imputados, enjuiciados y encarcelados que había dejado tras de sí Jose Mari para concluir que, una vez en el poder, el PP no era más que el PSOE con unos cuantos años de retraso en cuestión de latrocinio y unos cuantos siglos en materia de derechos sociales.

Sin embargo, Jose Mari dijo también, en otro de sus haikus inmortales: "Tengo una oreja frente a la otra". Y nadie entendió que no se refería a su falta de oído musical, a sus problemas de vocalización ni a la dificultad de ponerse la mascarilla, sino a que Felipe y él compartían la misma sustancia, lo mismo que Clark Kent y Superman, Batman y Bruce Wayne, o los hermanos Tonetti. Dios los cría y el Ibex los junta. Llevaban años diciendo las mismas tonterías y a fuerza de coincidir en debates sobre la importancia de la Transición, cenas honoríficas, homenajes y posturas políticas, han terminado por cohabitar en la misma persona, el mismo ex presidente univitelino alarmado por el auge de la izquierda y preocupado por la deriva nacionalista catalana. Normal que ayer sólo uno de los dos pudiera presentarse al funeral de estado por las víctimas del coronavirus: lo echaron a los chinos y le tocó a uno cualquiera, que se puso la mascarilla con la banderita española para despistar, aunque lo mismo le podía haber tocado hacer compañía a Vox en su retiro espiritual, dos ausencias por el precio de una. Viva el emperador.

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