LA CALLE Y EL MURAL
ILKA OLIVA CORADO
Quien crea a veces
pasa desapercibido como todas las cosas simples de la vida que por hermosas ya
se han asimilado como algo habitual. Como el oxigeno que respiramos, ya es algo
habitual que no se percibe, pero si un
día nos falta entonces ahí se va a valorar su importancia. Es deslumbrante un
atardecer de cielo rojizo, pero deslumbrante son también los pétalos de las
flores silvestres que crecen a la orilla del asfalto, entre los zacatales o
como monte maligno en los jardines de decoración con flores importadas.
A veces es así, se
ven lindas las manos de un oficinista con su manicura y lo tomamos como señal
de limpieza y señalamos las manos de los campesinos que trabajan todos los días
la tierra nutriéndonos con los frutos y vegetales que llevamos a la boca, a ellos los llamamos sucios por sus pies
grietados y zanjeados entre tierra, cansancio y sol.
Así sucede con las
cosas simples, las cosas sencillas. Las cosas hermosas. La belleza está en
todos lados y en todo momento, es un instante a veces pero aparece y está ahí
solo tenemos que alertar los sentidos y observar, escuchar, sentir, tocar,
respirar… Soltar lo voluble de nuestra consistencia humana para dejarnos
acariciar por la belleza de lo simple, de lo natural, de lo extraordinario.
Caminando por las
calles de la ciudad de Chicago, de visita en el lugar donde hace años estaba un
mural de Martin Luther King y Bob Marley me encontré con la sorpresa que lo
habían borrado para crear otro, otro que alentaba a las mujeres a seguir
luchando: por sus espacios, por hacer escuchar sus voces, por exigir sus
derechos, por defender su existencia, sus cuerpos, sus opiniones, sus
pensamientos, sus creaciones, su género.
Un mural que no
está terminado aún y tuve la oportunidad de conocer al artista que lo está
pintando. Me llamó la atención el artista pero mucho más su amigo, el amigo
alentador, el alero, el que carga los botes de pintura, el que le pasa el marcador,
el que le sostiene el vaso de café. Ese amigo que cree en el talento del
artista. Crucé la calle y me acerqué,
sorprendida por el nuevo mural y
mientras lo observaba se acercó un joven afro para decirme que el artista era
su amigo, está ahí, me dijo, señalando un automóvil estacionado, volteé a ver y
adentro en el lugar del piloto estaba otro afro, fumándose un cigarro y me
saludó con la mano.
El amigo preparaba
los botes de pintura, me explicaba la obra, los detalles totalmente emocionado,
con amor, con dedicación. A mí me sorprendía él, me maravillaba él y su forma
de confiar en su amigo artista y de enaltecer su obra, su intención, su
creatividad. Son muy pocas las personas que no sienten envidia del talento de
los otros, que acompañan, que empujan, que van a la par. Son hermosas esas
personas y a veces mucho más que los artistas que crean las obras.
El mural tiene
frases en distintos idiomas, porque en el sector vive gente de la comunidad
afro y latina, me llamó la atención que fuera un hombre negro el que pintara
ese mural dedicado a enaltecer el valor de la mujer y su fuerza. Bajó el
artista del carro y le pregunté por qué, comenzó a reír, es lo que pinto me dijo, pinto mujeres, mi obra es admirar la
fuerza de las mujeres. Conversando con el artista que tomó los botes de spray
para continuar con el mural, me di cuenta que era otro hombre sencillo, como el
amigo que lo observaba con admiración.
Y por eso escribo
este texto, porque la humildad debe ser la esencia del alma que crea. Y yo admiro
y valoro cuando un humano sabe que es mortal y que no es más importante que las
alas de un mosquito.
De esa esencia
debemos nutrirnos los seres humanos sea cual sea nuestra profesión u oficio.
Total, que al parar las patas no nos llevamos absolutamente nada, de la nada
venimos y hacia la nada nos vamos tal y como llegamos: en pampa.
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