SOBRE LA MENTIRA
GUILLEM MARTÍNEZ
Siempre había
escuchado que los seminola eran capaces de cazar caimanes con la boca. Un día
estaba en Florida, la tierra natal de los seminola, tenía todo el trabajo
finalizado, aún faltaban 48 horas para que partiera el avión y, junto a mí,
había una persona que aseguraba ser un seminola, que llevaba un buen rato
diciéndome que cazaba caimanes con la boca y que si quería verlo, sólo me
costaría 50 dólares. Me dije, ¿por qué no? Y así empezó esta historia. Los
indios seminola, en guerra cruel con España y, después, con EE. UU., por el
hecho de dar asilo a los esclavos negros evadidos que llegaban a sus tierras,
tienen muchas historias trágicas. Esta, no lo fue.
Coche destartalado.
Lancha destartalada. Pack de cervezas. Avanzamos por el pantano, ese mar o río
destartalado. En las partes más oscuras, de pronto, emergía una burbuja de
metano, y lo impregnaba todo de infierno. En mi ciudad, con alcantarillas
romanas, viejas, pequeñas, aparece un olor parecido cuando está a punto de
llover, y emerge al exterior el olor de mi infancia y de mi país, muy parecido
al de la infancia y el país del indio con el que viajaba. Estuvimos revisando
trampas para caimanes que el indio había puesto hacía unos días. En ninguna de
ellas había nada. Finalmente, en una, había un caimán, con una pata lazada. No
era ni grande, ni pequeño. Era el primero que yo veía. Y, quizás por ello, y
desde tan cerca, parecía demasiado grande. Mi compañero de viaje lo miró con mi
misma mirada. “¿Con la boca?”, pregunté. “Con la boca”, respondió. Se tiró al
agua –le llegaba hasta las rodillas– y avanzó hacia la bestia. Inició un
combate con él, con movimientos torpes y poco ordenados y, se diría, sin
objetivo. En ningún momento, obviamente, utilizó la boca, salvo para decir unos
tacos formidables, que parecían indicar que no dominaba la situación. La lucha
acabó con el indio frente al caimán, sujetando, precariamente, su mandíbula con
ambas manos. La mandíbula del caimán, por cierto, es una de la más fuerte del
planeta. Salvo en su extremo. Puedes coger su hocico e inmovilizar su mandíbula
con tan solo dos dedos, sin esfuerzo. Dos dedos que, ahora, el indio no tenía
libres. Le hubiera faltado, para ello, un tercer brazo. En eso dijo: “Le voy a
atar la mandíbula”. ¿Cómo?, pensé. En ese momento el seminola, en lo que era
una maniobra milenaria, sujetó la punta de la boca del caimán con su propia
boca, mientras utilizaba las manos para atarle la boca al animal, con una
cuerda que había llevado en el bolsillo. Luego, le ató las patas. Nos costó
mucho subirlo al bote. En el camino de vuelta, tan silencioso como el de ida,
el cazador solo dijo tres palabras: “Con la boca”.
Me había mentido.
Pero no me había mentido. Lo que es la descripción de la mentira. Todo el mundo
miente. Pero toda mentira no está exenta de una verdad, en ocasiones más
profunda y sorprendente, incluso. Cuando en una mentira aparece una boca, el
grado de verdad o de mentira es incalculable y profundo. Como ya sabrán.
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