miércoles, 1 de enero de 2020

SOBRE LA MENTIRA


SOBRE LA MENTIRA
GUILLEM MARTÍNEZ
Siempre había escuchado que los seminola eran capaces de cazar caimanes con la boca. Un día estaba en Florida, la tierra natal de los seminola, tenía todo el trabajo finalizado, aún faltaban 48 horas para que partiera el avión y, junto a mí, había una persona que aseguraba ser un seminola, que llevaba un buen rato diciéndome que cazaba caimanes con la boca y que si quería verlo, sólo me costaría 50 dólares. Me dije, ¿por qué no? Y así empezó esta historia. Los indios seminola, en guerra cruel con España y, después, con EE. UU., por el hecho de dar asilo a los esclavos negros evadidos que llegaban a sus tierras, tienen muchas historias trágicas. Esta, no lo fue.



Coche destartalado. Lancha destartalada. Pack de cervezas. Avanzamos por el pantano, ese mar o río destartalado. En las partes más oscuras, de pronto, emergía una burbuja de metano, y lo impregnaba todo de infierno. En mi ciudad, con alcantarillas romanas, viejas, pequeñas, aparece un olor parecido cuando está a punto de llover, y emerge al exterior el olor de mi infancia y de mi país, muy parecido al de la infancia y el país del indio con el que viajaba. Estuvimos revisando trampas para caimanes que el indio había puesto hacía unos días. En ninguna de ellas había nada. Finalmente, en una, había un caimán, con una pata lazada. No era ni grande, ni pequeño. Era el primero que yo veía. Y, quizás por ello, y desde tan cerca, parecía demasiado grande. Mi compañero de viaje lo miró con mi misma mirada. “¿Con la boca?”, pregunté. “Con la boca”, respondió. Se tiró al agua –le llegaba hasta las rodillas– y avanzó hacia la bestia. Inició un combate con él, con movimientos torpes y poco ordenados y, se diría, sin objetivo. En ningún momento, obviamente, utilizó la boca, salvo para decir unos tacos formidables, que parecían indicar que no dominaba la situación. La lucha acabó con el indio frente al caimán, sujetando, precariamente, su mandíbula con ambas manos. La mandíbula del caimán, por cierto, es una de la más fuerte del planeta. Salvo en su extremo. Puedes coger su hocico e inmovilizar su mandíbula con tan solo dos dedos, sin esfuerzo. Dos dedos que, ahora, el indio no tenía libres. Le hubiera faltado, para ello, un tercer brazo. En eso dijo: “Le voy a atar la mandíbula”. ¿Cómo?, pensé. En ese momento el seminola, en lo que era una maniobra milenaria, sujetó la punta de la boca del caimán con su propia boca, mientras utilizaba las manos para atarle la boca al animal, con una cuerda que había llevado en el bolsillo. Luego, le ató las patas. Nos costó mucho subirlo al bote. En el camino de vuelta, tan silencioso como el de ida, el cazador solo dijo tres palabras: “Con la boca”.

Me había mentido. Pero no me había mentido. Lo que es la descripción de la mentira. Todo el mundo miente. Pero toda mentira no está exenta de una verdad, en ocasiones más profunda y sorprendente, incluso. Cuando en una mentira aparece una boca, el grado de verdad o de mentira es incalculable y profundo. Como ya sabrán.

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