domingo, 1 de octubre de 2023

LA BROMA DEL CORDERO

 

LA BROMA DEL CORDERO

XANDRU FERNÁNDEZ

Si parece una broma, es que es una broma. Hace unos días, unos ganaderos se concentraron ante el palacio del gobierno del Principado de Asturias para hacerle un regalo al presidente: un cordero cuya madre, según dijeron, había sido devorada por los lobos. El objetivo de la performance se supone que era protestar por la desprotección de los ganaderos asturianos frente a la plaga del lobo, ese supervillano de nuestro folklore. No dejaron claro si pretendían que el presidente se comiera el presente, pero todo parece indicar que el corderín acabará más pronto que tarde en la barriga de alguien (es probable que a estas alturas ya no esté entre nosotros). Es, por regla general, lo que se hace con los corderos en mi tierra, salvo que me haya saltado algún capítulo y ahora los ganaderos los críen por el placer de verlos triscar y brincar por las peñas. Al lobo no quieren verlo en ninguna peña, como no sea en una peña de cazadores, los cuales son también muy aficionados a regalar cosas a los políticos: dos cabezas de lobo, previamente separadas de sus respectivos troncos, dejaron hace unos meses a la puerta del ayuntamiento de Ponga.

 

Lo que indigna a los ganaderos es la inclusión del lobo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, cuyo acrónimo, sorprendentemente, es LESPRE. Algo que también indigna al presidente asturiano, Adrián Barbón, quien tan solo unos días después de las decapitaciones aseguró que el Gobierno de España le iba a tener enfrente si no autorizaba matar lobos en los Picos de Europa. Lo dijo en Ponga, donde aparecieron las cabezas. Es difícil concentrar tanta antipatía hacia una sola especie animal en una comunidad humana tan pequeña (aunque muy extenso, Ponga es uno de los concejos menos poblados de Asturias). Y no podemos descartar la influencia subliminal de esa tradición cultural que ha hecho del lobo, como digo, la encarnación del Mal Absoluto, un Lex Luthor peludo y sin ínfulas intelectuales. Pero, mientras que la exhibición de cadáveres de depredadores (o de una parte de ellos) es coherente con las costumbres centenarias (y más bien sórdidas) de los valles asturianos donde me crie, la ceremonia de la donación del cordero es, en cambio, algo completamente diferente: presupone la humanización del animal doméstico, algo absolutamente incompatible con la función social de esa domesticación, a saber, matar, descuartizar y consumir la carne del animal que uno acaba de presentar casi como parte de la propia familia. De pronto dejamos de interpretar ese acto como algo enraizado en una comunidad rural incomprendida por los perversos urbanitas y nos damos de bruces con un universo de dibujos animados donde el cordero y su mamá habrían llevado una existencia idílica de no ser por la maldad intrínseca del lobo, ese Hitler del reino animal.

 

 

 

Puede parecer una broma, insisto, por lo paradójico de que nos inviten a empatizar con ovejas y corderos aun a sabiendas de que serán abiertos en canal y eviscerados por la misma industria que recurre a ese truco lacrimógeno. Y tiene que serlo, sin duda, pero no, no lo es, no puede serlo: demasiada sangre, demasiada sevicia detrás de toda esa representación, la de los ganaderos y la del propio gobierno asturiano, cuyo consejero de Medio Rural aplaudía hace unas semanas que la Comisión Europea se plantee rebajar la protección del lobo. El campo asturiano se está convirtiendo en el latifundio de una minoría de ganaderos a los que les sobra todo lo que no sean pastos, y el gobierno asturiano les da todas las facilidades porque así no tiene que preocuparse por hacer habitable la mayor parte del territorio de una comunidad dramáticamente envejecida y sin más industria que el consumo inmoderado de grasas animales en forma de cachopu. A nadie le debería sorprender que la ofrenda del cordero la encabezara el concejal de Agroganadería de Llanes, uno de los concejos de Asturias más dañados por el turismo invasivo. Asturias, esa Bélgica de la península ibérica, donde dos comunidades de intereses, hosteleros y ganaderos, se reparten longitudinalmente el mapa mientras el presidente practica en X (antes Twitter) la filología-ficción.

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