EUROPEXIT (AGAIN)
IRENE
ZUGASTI
Como millennial
pasada por las facultades de Políticas de este país, es mi deber cantar los
Tratados como la nueva lista de los Reyes Godos, así como coleccionar un buen
fondo de armario de citas rancias de Churchill a Schuman, de Monet a Spinelli
No voy a glosar aquí las bondades de ser parte de la Unión Europea que he tenido que cacarear en infinitud de ocasiones por exigencias del guion. Como joven y sobradamente preparada millennial pasada por las facultades de Políticas de este país, es mi deber cantar los Tratados como la nueva lista de los Reyes Godos, así como coleccionar un buen fondo de armario de citas rancias de Churchill a Schuman, de Monet a Spinelli, para sacar a pasear cuando hay que ponerse el traje azul marino bordado de estrellas, así, como de wannabe de europarlamentaria del PSOE, o de futura joven promesa de PRISA.
Si me quedara algún
atisbo de europeísmo en el corazón, sería por no ser ingrata con aquel maná de
los fondos estructurales que, como siempre nos repiten, nos hicieron converger
con Europa en esos locos años noventa… aunque posteriormente nos dimos cuenta
de que nadie daba Euros a pesetas. También estaría, claro, el Erasmus —quizá el
más perfeccionado producto de la integración europea— y las noches de
Interrail, que estuvieron fenomenal, al menos de las que me acuerdo. Siendo
justa, también he de agradecerle alguna otra cosa más, al fin y al cabo, el 57%
de nuestra legislación viene de la UE, que no es poco. Aunque es preocupante
que incluso la propia web de RTVE haya glosado “las cinco ventajas de ser de
ciudadano de la UE» y presente como las más destacadas el poder viajar sin
pasaporte, la libertad de mercado, lo de votar en las municipales y la fortuna
de “vivir en cualquier país de la unión” cosa, por cierto, bastante cuestionable
para cualquier gestarbaiter mediterránea, no diremos para quien naufraga en
nuestras fronteras.
Luego está lo de
los valores europeos y los derechos humanos, claro, que sobre el papel son
maravillosos, pero puedo asegurar, por experiencia propia, que con un par de
tardes de observación participante tomando vinos en la bruselense Place Jourdan
rodeadita de eurócratas también se te pasa, y acabas tus noches sola, borracha
y decepcionada en busca de unas patatas en la friterie.
Quedan cada vez
menos mimbres para defender la posibilidad de una Unión Europea con autonomía
estratégica, capaz de ser un motor de políticas progresistas y de defensa de
los derechos humanos, y el mundo es demasiado amplio y complejo como para no
fantasear —again— con otras alianzas y resistencias
Pero igual estoy
errando el enfoque y no debería preguntarme qué puede hacer Europa por mi, sino
qué podemos hacer nosotras, euroescépticas, por Europa. Lo primero ya ha
quedado claro para mi generación: condenarnos a una década de austeridad y
recortes sociales que nos dinamitó el futuro, construir una fortaleza que
permite la muerte y el sufrimiento de millones de personas migrantes, legitimar
un régimen de guerra salvaje en nuestro nombre e imponer una tecnocracia
despótica para blindar a las clases privilegiadas y a su euroburbuja.
De lo segundo,
sinceramente, ni siquiera estoy segura. Quedan cada vez menos mimbres para
defender la posibilidad de una Unión Europea con autonomía estratégica, capaz
de ser un motor de políticas progresistas y de defensa de los derechos humanos,
y el mundo es demasiado amplio y complejo como para no fantasear —again— con
otras alianzas y resistencias. Celebro que haya quienes todavía pueden ver el
vaso europeo medio lleno —o el jardín de Borrell medio regado—, aunque me temo
que ya es tarde para el europtimismo. No sé, ya sabéis, como dijo la
Declaración Schuman en 1950, “Europa no se construyó y fue la guerra”. JÁ.
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