PARÁSITOS DEL DOLOR
ISRAEL
MERINO
Periodista. Autor de 'Más allá de la noche'
Un cuervo trabaja como periodista
«Era pequeño, muy pequeño, y salía con mi padre por las calles con nombre de pájaro que había a las afueras de mi pueblo. En bici, llegábamos a una urbanización petada de encofrados de hormigón y caminos sin asfaltar, y desde allí, subidos a una especie de terraplén, oteábamos el horizonte con los mismos ojos que los alcotanes: no había nada, más allá de campos y más campos abandonados. En los libros de mitología que devoraba de crío, contaban que en los mapas antiguos, siempre que querían representar tierras desconocidas escribían "Aquí hay dragones", sin embargo, yo miraba el horizonte desde aquel punto y podía comprobar que no los había. Ni dragones, ni nada».
Sobre dragones y
sueños, como se ve en el primer párrafo, iba a ir esta semana mi columna, pero
se me han quitado las ganas después de abrir el periódico y ver que Israel ha
asesinado a otros sesenta civiles palestinos. Quizá hoy no sea el día de hablar
de mi propio ombligo. O quizá sí.
Los periodistas – o
escritores de periódicos o columnistas, etiquétame a tu gusto – vivimos con una
responsabilidad obvia que a veces no lo es tanto: tomarle el pulso a la
sociedad.
Dicen que la buena
escritura es la que no se hace para gustar a los demás, pero no estoy de
acuerdo; al menos, no cuando hablamos de periodismo. El periodismo, por muy
literario o chulesco que sea, debe hablar de lo que le interesa a la opinión
pública, ese pequeñísimo porcentaje de población que todavía lee periódicos y
retiene su atención más de treinta segundos – menudo desastre esto del tiempo
de lectura en la prensa. Otra cosa, claro, es cómo se cuente.
Hay veces en las
que, a pesar del trajín informativo que exige la actualidad, no me apetece
hablar de la guerra de Palestina y sí de mis aventuras con la bici cuando era
pequeño; o del marrón que he tenido con el edredón nórdico, que se me olvidó
lavarlo en primavera y lo he sacado del armario con moho; o del grupo de
Telegram que hemos montado una amiga y yo para organizar orgías este invierno
en el hotel Atlántico. Hay veces que no queremos hablar de actualidad, sino de
lo que nos interesa a nosotros; de cosas guarras, divertidas, triviales o
anecdóticas que pueden servir para trasladarle ciertas ideas, polémicas o no,
al lector. Y creo que debemos seguir haciéndolo.
Desde que estallara
la nueva oleada de muerte y sangre en Oriente Medio, me he propuesto no
publicar ni media columna al respecto. Y no por una cuestión de falta de
interés, no, sino de conocimiento: bastante doy la turra aquí todos los martes,
para encima venir a hablar sobre un conflicto con mil aristas, matices y
recovecos que desconozco por completo. Que vale que soy un vendido, pero hasta
yo tengo mis límites.
En ocasiones como
esta, no sé si soy el único escritor de diarios al que le pasa (no os hagáis
los tontos, sé que me leéis unos cuantos), siento un profundo síndrome del
impostor por tener que dar una perspectiva más original, inteligente y reposada
que la del anterior arriba firmante sobre un conflicto horrible. Y a lo mejor,
por mucho que sea un tema de interés público, no viene al caso.
Quizá, por mucho
que al lector le interesa el tema, no sea ético soltarle otras 900 palabras
populistas, simplonas y mal redactadas que refuercen sus ideales
preestablecidos; a lo mejor, llamadme loco, hay momentos en los que lo mejor es
callarse y pasar la bola. Que sí, que ya sabemos que te van a aplaudir en X por
decir en un artículo que Netanyahu es un criminal de guerra que merece sentarse
en la Corte Penal Internacional, pero es que ya lo han dicho otras quinientas
firmas y tu aportación no va a hacer que esa realidad se acerque. De hecho, por
mucho que el tema le interese al lector, lo que estás haciendo es aprovecharte
de los cuatro lugares comunes que conoces para conseguir la aprobación de tu
audiencia, tus jefes y tu periódico; te estás aprovechando del horror, te estás
convirtiendo en una especie de parásito emocional del columnismo que, para no
morir, necesita aplausos cada veinte segundos.
No siempre tienes
que subirte al carro de la moda columnera, tío, que ya huele. Una vez pase, que
todos lo hemos hecho; dos, también; pero aprovecharte constantemente de la
destrucción de vidas humanas para quedar como la estrella del columnismo
ideológico de turno empieza a cansar. Y esto no te lo digo porque te considere
un moralista, sino todo lo contrario: te lo digo porque me pareces un ser
carente de ética que anda buscando dolor allí donde hay dragones (o sea: donde
pasan cosas que desconoces) con los mismos ojos con los que los alcotanes miran
a sus presas. Vives de likes y aplausos a costa de aprovechar el sufrimiento de
los demás, y eso no mola nada. Si no sabes del tema, cállate la boca y no aproveches
para relamerte con el aplauso lector, que queda feo.
A veces, es mucho
mejor limitarse a escribir sobre orgías en el hotel Atlántico, nórdicos con
moho y falta de dragones en Castilla.
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