LA MONARQUÍA SE PREMIA A SÍ MISMA
DIARIO
RED-EDITORIAL
Es completamente
obvio que Meryl Streep tiene muchísimo más prestigio internacional que la casa
real española y que, por lo tanto, al recoger el premio en Oviedo, la que está
transfiriendo prestigio a la monarquía es ella y no al contrario
En 2022, la Fundación Princesa de Asturias —la entidad privada que se encarga de organizar, entre otras cosas, la entrega de los premios del mismo nombre— ingresó algo más de 6 millones de euros y gastó algo menos de esa cantidad, generando un pequeño superávit. A finales de ese año, su patrimonio neto alcanzaba los 32,5 millones de euros. Según indican en su propia página web, el 13% de los ingresos (unos 800.000€) provienen de la administración pública, siendo el Ministerio de Presidencia y el Ayuntamiento de Oviedo los máximos donantes. Un 14% de los ingresos provendrían de los rendimientos del patrimonio del patrimonio de la fundación y el grueso de los mismos —un 73%— de donaciones del sector privado. En la página web no hallamos quiénes son estos máximos donantes del sector privado, pero, a juzgar por la composición del patronato —llena de banqueros y de consejeros de corporaciones del IBEX 35—, no es difícil imaginarlo. Al fin y al cabo, la Fundación Princesa de Asturias no es otra cosa que el nuevo nombre que le tuvieron que poner a la Fundación Príncipe de Asturias cuando Juan Carlos I tuvo que abdicar en Felipe VI acorralado por escandalosos casos de corrupción en los cuales el alto empresariado español tuvo un papel protagonista, y todo apunta a que la naturaleza de la entidad fue concebida en tiempos del emérito y de acuerdo con su idiosincrasia. Recordemos que la monarquía no es únicamente el candado constitucional y simbólico que impide modificar las columnas maestras del régimen del 78; también es la institución que más y mejor representa los intereses de las grandes fortunas españolas. Lo ha sido desde el principio y lo sigue siendo.
La principal
función material de la Fundación Princesa de Asturias es la de organizar los
fastos que estamos viendo a lo largo de estos días: la concesión y entrega de los
premios llamados «Princesa de Asturias» a grandes personalidades de la cultura,
la ciencia o el deporte. Uno podría pensar, en una primera aproximación, que
una entrega de premios supone una transferencia neta de prestigio desde el
otorgante al receptor, y uno podría pensar esto porque, en algunos casos, como
en el caso del Premio Nobel, es así. Pero, en el caso de los premios Princesa
de Asturias, es al revés. ¿O alguien piensa que la Casa de Borbón tiene la
capacidad de transferir prestigio a una gigante del cine como Meryl Streep? A
poco que uno lo piense, es evidente que no. Es completamente obvio que Meryl
Streep tiene muchísimo más prestigio internacional que la casa real española y
que, por lo tanto, al recoger el premio en Oviedo, la que está transfiriendo
prestigio a la monarquía es ella y no al contrario. Los premios Princesa de
Asturias no son otra cosa que la Corona absorbiendo anualmente el prestigio de
los premiados; es decir, la monarquía premiándose a sí misma.
Si los premios
Princesa de Asturias estuviesen pensados para agasajar a los premiados y no se
tratase de una operación mediática de apuntalamiento de la monarquía, entonces
no tendríamos que asistir avergozados a horas y horas de almíbar monárquico en
los telediarios
Esto, además, tiene
todo el sentido del mundo. La Corona es una institución, primero, completamente
carente de legitimidad democrática y, segundo, degradada en su prestigio por
los numerosos escándalos de corrupción que ha protagonizado en tiempos no tan
lejanos, así como por su alineamiento con los postulados ideológicos de la
derecha y la extrema derecha —muy especialmente desde el discurso de Felipe VI
del 3 de octubre de 2017—, renunciando por lo tanto a representar a más de la
mitad de la población española. En estas circunstancias, es completamente
natural que la monarquía necesite de permanentes operaciones mediáticas y de
comunicación política para intentar frenar la sangría y alejar así el horizonte
de una refundación republicana en España. De ahí, también, la vergonzante
cobertura cortesana de los premios Princesa de Asturias en la práctica
totalidad de los medios de comunicación españoles. Y no solamente hablamos de
las lisonjas desmedidas de la derecha mediática —algo que se puede dar por
descontado, dada la orientación ideológica de la Casa Real—; también hemos
podido asistir estos días a una cobertura almibaradamente monárquica de los
premios por parte de la televisión pública pagada por los impuestos de todos
—también por los impuestos que pagamos los republicanos— o leer en un referente
de la progresía mediática, como es el periódico El País, la opinión de la
también tertuliana de la Cadena SER, Berna González Harbour: «La ilusión se
palpa estos días en su movimiento, en sus gestos y sobre todo en los de sus
padres, expectantes como cualquiera ante el desempeño de su hija. Ellos son
únicos por su cargo, por sus posibilidades y su condición, sí, pero en esto, en
su mirada ilusionada a Leonor, son comunes, iguales a todos nosotros, porque
¿qué hija no es también una princesa, la nuestra?»
Si los premios
Princesa de Asturias estuviesen pensados para agasajar a los premiados y no se
tratase de una operación mediática de apuntalamiento de la monarquía, entonces
no tendríamos que asistir avergozados a horas y horas de almíbar monárquico en
los telediarios, convertidos —para la ocasión— en programas del corazón.
Insulta a la inteligencia del pueblo español —orgulloso, moderno y mayor de
edad— que alguien esté pensando, en la época de Internet, que algo tan burdo puede
funcionar. En todo caso y, mientras la República se va acercando, por lo menos
podemos disfrutar de Meryl Streep recordando el asesinato de Federico García
Lorca a manos de los fascistas, delante de los máximos representantes de la
monarquía que el dictador genocida se aseguró de colocar en la piedra de bóveda
de nuestro ordenamiento constitucional. Que no se diga que la gente de
izquierdas no sabemos verle también el lado bueno a las cosas.
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