“HUBO UNA VIOLACIÓN MASIVA DEL DERECHO
A UNA MUERTE DIGNA”
Tres años
después del fallecimiento de 7.291 personas en las residencias de Madrid, la
Audiencia Provincial investigará a Ayuso y dos de sus consejeros por los
protocolos de la vergüenza. Las familias claman justicia y reparación
GORKA CASTILLO MADRID
Intervención del servicio de Emergencias Madrid en la
residencia Monte Hermoso. / Emergencias Madrid
“Sigo llorando ante la impunidad de quienes tratan de silenciarnos, de quienes miran esa tragedia con indiferencia. Yo mantengo mis sentimientos intactos y ahora vuelvo a tener esperanza. Esperanza de que se conozca la verdad y no se extravíe nuestra memoria. Es el momento de hacer justicia”. Lo dice Carmen López, integrante de la plataforma Marea Residencias, cuya madre pasó, en abril de 2020, cuatro días aislada en una habitación de la Residencia Parque de los Frailes de Leganés, aquejada de una neumonía bilateral. López decidió acudir en su ayuda. Salió a la calle como una bala saltándose el estado de alarma y todos los temores que acechaban en aquellos días funestos. Ganó la batalla del amor propio porque, contra viento y marea, logró que la trasladaran al Hospital Severo Ochoa cuando la vida se le escurría entre los dedos. Falleció un mes más tarde.
“Lo que viví
entre el día 2 y el 5 de abril fue una pesadilla. Llamaba a su móvil mañana y
tarde pero nadie respondía. El domingo, por fin, llamó la doctora diciéndome
que estaba muy mal y ya no pude aguantar más. Allí me presenté. Seguí a la
ambulancia con el coche y pude verla de lejos, en la camilla, y pude tocarla a
través de la sábana, sin acercarme mucho”, relata estrangulando una lágrima que
se le escapa por la mejilla. Pero su voluntad es casi tan grande como ese
corazón que tiene y que le impide sepultar aquel recuerdo entre los escombros
del silencio. Lo que aquí cuenta es su experiencia, porque hay otras 7.291
‘cármenes’ sublevadas contra el olvido que el Gobierno de Madrid firmó con la
tinta de la indiferencia. Y entre esas sombras ha brotado ahora una luz.
Hay otras 7.291
‘cármenes’ sublevadas contra el olvido que el Gobierno de Madrid firmó con la
tinta de la indiferencia
Por primera vez, un
juzgado de Instrucción, el número 3 de Collado Villalba, ha admitido el recurso
presentado por una familia afectada y ha abierto diligencias para determinar si
la presidenta Isabel Díaz Ayuso y dos de sus consejeros, Enrique López y
Enrique Ruiz Escudero, incurrieron o no en un delito de homicidio, de lesiones
imprudentes o de omisión del deber de socorro durante los primeros meses de la
pandemia. La orden procede de la Audiencia Provincial pero Ayuso está
convencida de que se trata de “una investigación que ya se cerró” y que, por lo
tanto, “no tiene más recorrido”. Tanta seguridad causó extrañeza. Para el
periodista Manuel Rico, autor del libro ¡Vergüenza!: El escándalo de las
residencias, la reacción de la presidenta madrileña merece una aclaración
inmediata y detallada. “Hay dos cosas en esa declaración que ponen en tela de
juicio el funcionamiento del propio sistema procesal. ¿Cómo puede saber que la
causa reabierta es para archivarla definitivamente? ¿Acaso ha conversado con
los magistrados y se lo han dicho? Y dos: ¿cómo puede conocer la decisión de
una jueza que acaba de iniciar una investigación para la que ha solicitado
testimonios y documentos relevantes? Por salud democrática lo mejor sería que
se trate de un invento porque lo contrario es tremendo. No hay terceras
opciones en este asunto”, asegura Rico.
Comisión ciudadana por la verdad
La reapertura del
caso tres años después de la hecatombe, con decenas de querellas archivadas por
fiscales y magistrados, que en algunos casos no dieron ni la posibilidad de
explicarse a los afectados, parece un acto de justicia histórica. “Puede ser”,
afirma el juez emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín. “Se
han abierto diligencias por tres supuestos delitos pero hay uno que considero
importante porque afecta a la responsabilidad política y es el de ‘la omisión
del deber de socorro’. Y lo digo porque el cúmulo de pruebas que hay es
abrumador. Si así lo considera la jueza de Collado Villalba, lo primero que
tendría que hacer entonces es elevar una exposición razonada al órgano
competente (el Tribunal Supremo) porque tanto Ayuso como López y Escudero son
personas aforadas”, explica este magistrado que abrió la comisión ciudadana por
la verdad celebrada en septiembre con una impagable lección: “Lo normal en una
sociedad democrática es que se hubiera constituido una comisión de
investigación que obtuviera sus conclusiones y que se hubieran llevado a los
tribunales si procedía. No tenemos pretensión de criminalizar a nadie sino de
intentar acercarnos lo más posible a la verdad de lo que ha sucedido”. Para
familiares, epidemiólogos e investigadores hay dos falacias, ambas vertidas por
el presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, José Augusto
García Navarro, que conviene desmentir a toda costa: el principal culpable de
la alta mortalidad fue el coronavirus y la atención hospitalaria y paliativa no
se restringió a los ancianos en situación vulnerable.
Nadie puede decir
que la pandemia cayó en Madrid como por ensalmo y que la alta mortalidad que
causó fue una consecuencia inevitable. Otras comunidades autónomas vieron las
orejas al lobo y adecuaron de la manera que pudieron sus sistemas sanitarios.
Desde el 1 de enero empezaron a investigar los casos sospechosos que llegaban a
sus hospitales. Cuando la primera cepa del Sars Cov 2 explotó en marzo de 2020,
cualquier médico sabía que ese virus se contagiaba rápidamente, atacando los
pulmones, que en un alto porcentaje colapsaban con horrendas neumonías
bilaterales. Los testimonios son abundantes. Italia llevaba semanas dando
cuenta de los estragos que sufría, con cifras de infectados elevadísimas y
escenarios de muertes sobrecogedoras. Y, sobre todo, los italianos alertaban de
que los centros de mayores eran lugares perfectos para su expansión porque los
residentes comparten atmósfera en un entorno cerrado, con espacios comunes y
trabajadores comunes que atienden a los usuarios favoreciendo la transmisión de
un virus respiratorio altamente infeccioso.
Estudio epidemiológico
La epidemióloga de
la Universidad de California en Berkeley María Victoria Zunzunegui; el
investigador de los servicios de salud de la Universidad de Montreal François
Béland; y el jefe de área del Centro Nacional de Epidemiología, Fernando José
García, han realizado un pormenorizado estudio de la mortífera epidemia en
España con datos de cinco comunidades autónomas facilitados por el sistema de
vigilancia epidemiológica del Instituto Carlos III. El resultado que han
obtenido no deja lugar a la duda. “Apreciamos un aumento de casos durante los
meses de enero y febrero de 2020. En Baleares y Canarias, por ejemplo, tienen una
curva ascendente más lenta, debido a que ya estaban en estado de alerta y, al
detectar brotes, establecieron cuarentenas de 14 días. Las gráficas que hemos
elaborado demuestran que los primeros casos de Madrid se registran en enero de
2020 y que fue la primera comunidad en alcanzar los 100. El 13 de febrero había
108. Esto indica que la pandemia ya estaba en expansión comunitaria, pero los
responsables (la Dirección de salud pública y de la Consejería de Salud) no
establecieron ninguna pauta de control, a pesar de que los médicos
especialistas en enfermedades infecciosas ya habían detectado pacientes con
síntomas y neumonías que sugerían covid”, indica Zunzunegui.
La primera víctima
por coronavirus reconocida en Madrid fue una mujer de 99 años en la Residencia
de la Paz. Oficialmente, falleció el 5 de marzo en el Hospital Gregorio
Marañón, aunque, según se supo después, llevaba dos días muerta en la cama de
su habitación. El diagnóstico fue realizado post mortem gracias a la
perseverancia de una médica que había vivido un brote epidémico en un centro de
Torrejón de Ardoz. Con el resultado en la mano, decidieron acudir a la
residencia y descubrieron que había más enfermos esperando su sentencia. Para
cuando dieron la voz de alarma, la epidemia estaba en fase de crecimiento
descontrolado. La reacción fue cortar las derivaciones a los hospitales de los
residentes contagiados y clausurar los centros.
Para cuando dieron
la voz de alarma, la epidemia estaba en fase de crecimiento descontrolado
Para confirmar, como
intuían los investigadores, que esta actitud pasiva con el sector más
vulnerable a la epidemia fue razonada y reglamentada, Zunzunegui, Béland y
García solicitaron al portal de transparencia de la propia comunidad madrileña
los registros de residentes derivados a centros hospitalarios entre enero y
junio de 2020. Y allí encontraron otra de las pruebas que, en su opinión,
demuestra que la gestión incidió en la alta mortalidad residencial.
“Comprobamos que durante los dos primeros meses del año se realizaban unas 110
derivaciones diarias desde las 475 residencias que entonces había en Madrid
(hoy son 470). Pero al empezar marzo, especialmente a partir del 6 de marzo que
es cuando se verifica la muerte de la mujer en la residencia de la Paz, el
número cae drásticamente hasta alcanzar un mínimo de 23 derivaciones al día el
23 de marzo. Es algo que al principio nos costó entender porque hablábamos
mucho de los protocolos, pero cuando hicimos la gráfica vimos claramente que no
les dieron ninguna posibilidad de salir de las residencias. Ninguna. Porque
luego tampoco los llevaron al Ifema, –sólo fueron trasladados 23 residentes con
síntomas leves–. Solo pudieron hacerlo los que tenían seguros contratados a
hospitales privados”, añade la epidemióloga de la Universidad de California.
El resumen del
desastre es que en los meses de marzo y abril de 2020, en Madrid murieron por
covid más ancianos en residencias que en hospitales. Como ejemplo, la
mortalidad dentro de las residencias asignadas al Hospital Reina Sofía, alrededor
de 40, fue del 46,7%, mientras que la de pacientes covid ingresados en el
centro sanitario fue del 42,5%. En el Ramón y Cajal, el 27,7% murió en el
hospital y el 40,8% de los enfermos dentro de la residencia. Los otros 26
centros de salud de la comunidad nunca han publicado sus datos.
Omisión del deber de socorro
Estos números
sirven para calibrar la gestión sanitaria que hubo en las residencias. Y no
tienen parangón con los registrados en otras comunidades autónomas. En los
hospitales gallegos falleció el 62,7% de los residentes enfermos que fueron
enviados a los hospitales mientras que dentro de los centros de mayores sólo
murió el 12,5%. Parecidos porcentajes tuvieron en Euskadi, Andalucía o
Canarias. La cuestión es: ¿por qué murieron más enfermos en las residencias
madrileñas que en los hospitales cuando en otras comunidades autónomas sucedió
lo contrario? “Porque en Madrid se aplicó un triaje en función de la gravedad
de cada paciente y se decidió derivar a los hospitales a los enfermos residenciales
con síntomas más leves, a los que más probabilidades tenían de defenderse del
virus, a aquellos que tenían seguro privado, a los que podían caminar y no
sufrían un deterioro cognitivo. No, no hubo criterios clínicos”, sentencia
Zunzunegui. Estas son las cifras de la ‘omisión del deber de socorro’ que los
familiares enarbolan y ofrecen a la
justicia porque, para ellos, son el reflejo de la ejecución de las cuatro
versiones del protocolo de exclusión que firmó el ex director general de
coordinación sanitaria, Carlos Mur, el 18, 20, 24 y 25 de marzo de 2020.
Y para concluir
está el modo en el que los enfermos murieron. En las sesiones de la comisión de
la verdad, médicos y enfermeras describieron escenas de una crueldad
espeluznante, inaudita e insoportable incluso para ellos. La mayoría pereció
ahogada, muchos desnutridos y deshidratados. Uno de los informes de Amnistía
Internacional sobre esta tragedia habla de la violación de cinco derechos
fundamentales en Madrid y uno es el derecho a la muerte digna. “¿Aquello fue
una forma de morir? Hubo una violación masiva del derecho a una muerte digna”,
sentencia Javier Cordón, integrante de la plataforma de familiares de las
víctimas de las residencias ‘Verdad y Justicia’. Ese dolor no desaparece nunca.
Por eso, las preguntas de muchos familiares golpean la puerta cerrada de la
Real Casa de Correos. En esa comisión ciudadana quedó clara otra cosa: “Fue
necesaria la colaboración del Servicio de Urgencia Médica (SUMMA 112) y de
muchos geriatras de enlace que eran quienes decidían las derivaciones. Si
decían que no, los familiares levantaban el teléfono de inmediato, lógicamente,
y pedían una ambulancia. Las órdenes eran que no fuera ninguna a las
residencias salvo que tuviesen el visto bueno del geriatra de enlace. Y así
cerraron el círculo para que no se produjera derivación posible a los
hospitales”, relata Manuel Rico en su libro, la investigación más importante
sobre lo ocurrido en las residencias que se ha escrito.
La mayoría pereció ahogada, muchos desnutridos y deshidratados
De Isabel Díaz
Ayuso es conocida su manifiesta animadversión a las interpelaciones de la
prensa por los oscuros casos que le salpican. A nadie le gusta que le
cuestionen en público. Hace unas semanas se revolvió contra el reportero Willy
Veleta por preguntarle cámara en mano su opinión sobre la decisión del
Parlamento europeo de investigar las muertes en residencias de la Comunidad de
Madrid. Levantó la mirada y clavó sus ojos en los del periodista con aire
desafiante antes de embestir. Era su momento, quizá el Momento (con mayúscula)
esperado de ilustrar a sus incondicionales cómo defiende su territorio, cómo
protege a su gente de confianza, cómo invierte la memoria y el dolor para
convertirse en víctima de los impertinentes. “¿Van a seguir acosándome toda la
vida con las residencias de manera indigna? Muchas familias piden que paren ya
con semejante miseria. Muchas familias dicen que sus familiares no tenían que
haber ido ni siquiera a los hospitales (sic). Están retorciendo el dolor de las
víctimas políticamente. Dejen de utilizar las muertes”, dijo sobreexcitada.
Las palabras no son
inocentes y esas de Ayuso fueron como un disparo al corazón de muchos
afectados. “Decir que esta gente politiza su dolor me parece absolutamente
terrible. Es el discurso propio de un agresor, que siempre intenta culpabilizar
a su víctima”, remacha el periodista Manuel Rico. En Madrid hay tres
asociaciones de familiares que agrupan a cientos de afectados. En los tres años
que han transcurrido desde que se produjo la tragedia nunca han logrado cruzar
una palabra con la presidenta. Los hechos son los hechos. Jamás les ha
convocado para mantener una reunión donde mostrarles cercanía por el dolor que
padecieron. “Ni una leve disculpa, ni una maldita lágrima”, rumia Javier
Cordón, de la plataforma ‘Verdad y Justicia’. Si esto hubiese ocurrido con otro
tipo de víctimas, quién sabe, quizá sería un escándalo de Estado. “Demuestra
una falta absoluta de empatía hacia los familiares que perdimos a seres
queridos en circunstancias brutales. El victimismo arrogante la convierte en
una política totalmente ajena al dolor que sentimos”, añade Carmen López, que
no olvida el calvario sufrido por su madre en la residencia Parque de los
Frailes de Leganés. “La doctora, que era suplente de fin de semana, pidió
autorización para su traslado al Hospital porque le insistí y le insistí. Y se
lo concedieron porque se equivocó al decirle a la geriatra que mi madre
caminaba porque, en realidad, iba en silla de ruedas. Gracias al informe que la
residencia remitió al juzgado donde presenté una querella he podido saber que
mi madre era sospechosa de tener covid desde el 14 de marzo y no la trasladaron
hasta el 5 de abril. ¡Desde el 14 marzo encerrada en una habitación de la
residencia sin atención médica!”, concluye. En la comisión ciudadana hubo gente
que habló por primera vez ante una audiencia que escuchaba conmovida. Algo que
ni la justicia ni los políticos han hecho hasta ahora. Nada. Ni una muestra de
pésame.
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