LA INMIGRACIÓN, EL RACISMO Y LA HIPOCRESÍA
CANAL RED -EDITORIAL
La hipocresía
progresista no es igual que el odio de la derecha, pero ayuda —con su inacción
y su impotencia— a que el odio tenga amplias avenidas para cabalgar
En lo que va de año 2023, han llegado casi 30.000 personas migrantes a las costas de Canarias en una travesía muy peligrosa en la que muchos pierden la vida en el mar. Aunque la mayor parte de la inmigración irregular entra por los aeropuertos, las llegadas en patera proporcionan impactantes imágenes audiovisuales y tienen, por tanto, una mayor potencialidad de ser aprovechadas políticamente.
De hecho, la
reacción racista de la derecha parlamentaria y mediática no se ha hecho
esperar. No se trata ya de que un concejal del PP de Torrox propusiese
controlar a las personas que llegan a nuestro país huyendo de la guerra y de la
miseria colocándoles «una marca como a los animales se les pone una pulserita»,
o de que el alcalde de Medina del Campo —del mismo partido— dijese que la llegada
de personas migrantes al municipio genera «incertidumbre y miedo», por la
situación de alerta antiterrorista y que pueden originar un brote «de cualquier
enfermedad». Es que la propia Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz
Ayuso, ha dicho que el Gobierno está tratando a los migrantes «como fardos» y
el mismo Feijóo ha propagado el bulo de que el Gobierno estaría abandonando a
estas personas «en paradas de autobús». Obviamente, la derecha mediática se ha
posicionado en la misma línea de odio xenófobo, con titulares como «Malpartida,
el pueblo de 4.000 habitantes donde el Gobierno lleva por sorpresa a 140
inmigrantes: «Te da un repelús»» en el periódico El Mundo, «El reparto de
inmigrantes por sorpresa y sin contar con las CCAA crea alarma y rechazo en 16
provincias» en el digital de Pedro J Ramírez, El Español, o «Así es el barrio
humilde que votó a Ayuso donde Sánchez pondrá el gran campamento para
inmigrantes» en la web ultraderechista de Eduardo Inda, OKdiario; por no hablar
de la utilización de términos como «crisis migratoria» o «invasión» y las ya
clásicas fotos de personas migrantes que han sido temporalmente alojadas en
hoteles.
Hace unos años, las
derechas todavía podían argumentar que todo este discurso no es racismo sino
honesta preocupación por la acogida de un gran número de personas con recursos
limitados y los problemas logísticos que de ello se pueden derivar. El asunto
es que, después de la acogida de casi 200.000 refugiados ucranianos en tiempo
récord, esta justificación que siempre ha sido falsa, se ha vuelto
completamente indefendible. Para la derecha política y mediática, 200.000
ucranianos no generaban ningún problema de seguridad, ni de salud pública, ni
había ningún problema por alojarlos en hoteles o distribuirlos por el conjunto
del territorio español y, por supuesto, había que movilizar la cantidad de
recursos económicos y humanos que hiciese falta. Ahora que se dice todo lo
contrario ante la llegada de la octava parte de personas con la única
diferencia de que éstas tienen la piel negra y aquellas eran rubias y de ojos
azules, queda completamente demostrado que las derechas están intentando
alimentar el odio racista para obtener un rédito electoral.
Esto, de hecho, no
es nada nuevo sino algo perfectamente conocido. En una sociedad en la que la
desigualdad económica y la angustia vital de las clases populares está
producida por la obscena avaricia de una clase parasitaria enormemente rica, el
poder necesita dirigir el odio de la gente trabajadora hacia cualquier
colectivo que esté muy alejado de los banqueros y los oligarcas. Para que la
gente no mire hacia arriba —que es donde están los verdaderos responsables de
sus problemas— hay que hacerle mirar hacia el costado, generando cantidades
industriales de odio hacia personas que tienen vidas y problemas parecidos a
los suyos. Esta táctica indecente, además de garantizar la impunidad de la
clase parasitaria, sirve para fracturar a las mayorías sociales, para poner a
pelear al penúltimo de la sociedad con el último, y así evitar una unión de
luchas que pueda derivar en una transformación política revolucionaria que
redistribuya de forma significativa el poder y la riqueza desde arriba hacia
abajo. Los objetivos del odio de la derecha política y mediática en España son
evidentes para cualquier observador mínimamente imparcial: los vascos y los
catalanes, los «rojos», las feministas, las personas LGTBI y las personas
migrantes. Eso es exactamente lo que estamos viendo en las bocas de los cargos
públicos del PP y de VOX y en los cañones mediáticos que siembran de odio el
campo que ellos luego cosechan con el asunto de la llegada de migrantes a
Canarias.
El PSOE no suele
tener problemas para identificar y señalar el discurso de odio por parte de las
derechas políticas y parlamentarias pero prácticamente nunca se refiere al
hecho de que exactamente ese mismo discurso se propaga constantemente por parte
de la mayoría de los medios de comunicación
Por ello, se
agradece que la respuesta —al menos discursiva— del PSOE haya señalado con claridad
la xenofobia de estos discursos. Es un paso positivo que hay que reconocer. Sin
embargo y al mismo tiempo, hay que añadir dos peros.
El primero, que el
PSOE no suele tener problemas para identificar y señalar el discurso de odio
por parte de las derechas políticas y parlamentarias pero prácticamente nunca
se refiere al hecho de que exactamente ese mismo discurso se propaga
constantemente por parte de la mayoría de los medios de comunicación. De hecho,
tal y como demostró el episodio del asesinato político de Pablo Casado en 72
horas, el timón de mando ideológico, discursivo y político de la derecha
española no está en las sedes del PP y de VOX, en las calles Génova y Bambú,
sino en los consejos de administración y en las direcciones de contenidos de las
grandes empresas de comunicación del país, que pueden incluso quitar y poner
líderes en los partidos con un chasquido de sus dedos. Si el PSOE realmente
estuviera comprometido con la erradicación del discurso de odio racista hacia
las personas migrantes, no se limitaría a señalarlo en boca de la parte menos
poderosa de la derecha.
En segundo lugar y
por último, es de vital importancia señalar la hipocresía de la progresía
política y mediática —el PSOE, pero también otros partidos y el correspondiente
conglomerado de empresas de comunicación— que se eligen en diques de contención
discursivos contra el odio y en favor de la tolerancia, pero que, al mismo
tiempo, se resisten a llevar a cabo medidas efectivas que garanticen el
cumplimiento de los derechos humanos de las personas migrantes. Está bien que
el PSOE y el conjunto de la progresía política y mediática señalan el evidente
odio racista que hay detrás de los discursos del PP y VOX, pero estaría mucho
mejor que no aceptasen con un choque de talones los pactos migratorios europeos
que aplaude la fascista Giorgia Meloni o que votasen a favor de regularizar a
los más de medio millón de vecinos y vecinas en situación administrativa
irregular que viven y trabajan en España como piden los movimientos sociales y
los partidos de izquierdas.
Porque la
hipocresía progresista no es igual que el odio de la derecha, pero ayuda —con
su inacción y su impotencia— a que el odio tenga amplias avenidas para
cabalgar.
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