DIOS, PATRIA Y REY: LACRAS DE LA HUMANIDAD
CONTRA LA RAZÓN
POR VICTOR ARROGANTE
Hay lacras
que han ocasionado los mayores males en la historia a través de las guerras.
Hoy bien sabemos de eso, lo que está ocurriendo en Ucrania y en Palestina es un
buen ejemplo, pero aquí no voy a referirme a esa miserable y trágica situación
de desaparecidos, muertes y deportaciones. La religión ha sido una de las causas
por las que el ser humano se ha enzarzado en peleas inhumanas; por el
territorio y por conseguir el poder y ejercerlo con mano de hierro son otros de
los motivos insaciables para el sufrimiento y la miseria.
Soy ateo, no creo en ningún ser sobrehumano, ni sobrenatural, que controle los destinos de los seres vivos y muertos aquí en la Tierra ni fuera de ella; que imparta castigo y justicia divina, ni nada por el estilo. En otras palabras, no creo en dios, ni en sus actos ni en sus obras ni en su historia ni en su hijo ni en su madre, ni en todos los santos ni en lo que creen los que creen, ni en ninguna paloma santa.
Los dioses en
los que creen quienes provocan las guerras, o son guerreros o bondadosos, pero
lo cierto es que unos y otros, los del más allá ni los de acá, han hecho nada
por evitar los enfrentamientos fratricidas, es más, puede incluso que si
existieran o existiesen los hubieran provocado o los estarían provocando.
Los trenes de
la muerte fueron parte de la Solución Final. Estos trenes formados por vagones
de ganado, partían desde todos los países ocupados por la Alemania nazi, con
destino a los campos de exterminio. Después de varios días de viaje en
condiciones infrahumanas, los presos eran seleccionados: a un lado los aptos
para ser esclavizados, el resto a las cámaras de gas. Fernando Vallejo, en su
libro La Puta de Babilonia menciona la visita del papa Ratzinger a Auschwitz
para “increpar a dios” por el holocausto judío y los crímenes del nazismo:
“¿Por qué permitiste esto, Señor?” Mejor le hubiera preguntado a la momia
putrefacta de Pacelli o Pío Doce, por qué no levantaron su voz cuando podía
contra Hitler.
No es que
diga que no lo se, que puede que sea, o admita la probabilidad de la existencia
de una fuerza o energía, espíritu vital o luz omnipotente, no: es que no lo
creo. Fui creyente en otros momentos de mi vida, allá por mi adolescencia
juvenil, hasta que pensé; y entonces supe que no era posible y además no podía
ser. También es cierto, que hoy, tras muchos años desde entonces, he dejado de
creer en la propia humanidad. Y de la iglesia católica no creo nada: por lo que
representa, por lo que dicen, por lo que hacen, por cómo lo hacen, por lo que
dicen que hacen, por lo que no dicen y hacen.
La mayor
fábrica de ateos son las religiones”, dice Eugenia Biurrun, de Iniciativa Atea;
y en España las personas no creyentes -ateos, agnósticos e indiferentes a la
religión-, han experimentado un espectacular crecimiento en los últimos diez
años, situándose en el 25% de la población (según barómetro del CIS de 2010).
El nivel económico y educativo, son factores determinantes (Índice Global sobre
Religión y Ateísmo de Gallup International). La población con menos ingresos
económicos, es más religiosa que la que tiene más; y los que se consideran de derecha,
junto con los menos instruidos, son los que más creen.
Los países
más empobrecidos o en vías de desarrollo son más religiosos: Gana, Nigeria,
Armenia, Fiyi y Macedonia (9 de cada 10 habitantes practican algún tipo de
religión). Lo que tienen una mayor población atea son: China 47%; Japón 31%;
República Checa 30%; Francia 29%; Corea del Sur 15%; Alemania 15% y Holanda
14%. Por regiones, la más religiosa es África, con un 89% de población
creyente, seguida de América Latina, con un 84%. Son datos que ilustran el
panorama.
El ateísmo es
un valor de referencia en la organización de mi vida personal, familiar, social
y política. Para encontrar la armonía con el pensamiento, es vital la
consecución de un Estado verdaderamente laico, en la defensa de los derechos
civiles y las libertades ciudadanas, con una idea, una ética, una moral, unos
valores sociales y unas normas de conducta ateas, democráticas y tolerantes.
El ateísmo es
la representación de la defensa de la libertad de pensamiento y expresión, la
pluralidad y el derecho a la difusión de todas las ideas y creencias (siempre
que éstas sean respetuosas con las personas y sus derechos). La neutralidad
religiosa del Estado en todos los ámbitos, en la enseñanza sobre todo, pasa por
la abolición de los privilegios concedidos a cualquier iglesia o confesión
religiosa y supresión de toda discriminación por motivos religiosos; y promover
el progreso, la justicia social y la solidaridad entre todos los ciudadanos.
No, no soy
creyente. No creo en dios, no lo he visto en ningún lado cuando he oído
suplicarle, llamarle con muchos nombres y con toda el alma miles de veces. He
visto o conocido tantos horrores que si aceptara la existencia de dios, sería
un dios atroz, un dios del mal. Lo cierto es que cada vez creo menos en el
hombre. Y no confundo dios e iglesia; uno no existe y la otra se ha aprovechado
durante siglos de la ignorancia y el poder para su riqueza.
El dios de
los cristianos, es solo una buena idea, una esperanza de justicia, pervertida
por los curas. No hay más vida que esta y ya estamos todos condenados al nacer.
No nos han dejado vivir sin dios. (Mongo blanco de Carlos Bardem) ¡Somos tierra
de inquisidores, obispos codiciosos y curas gordos y entrometidos! No nos
permiten dejar de creer en su dios, porque entonces podríamos dejar de creer en
lo demás. Se empieza dudando de dios y se acaba guillotinando reyes.
Lo que nos
caracteriza a los ateos, no es tanto la difusión de la idea, algo que queda en
el ámbito de lo íntimo y personal, sino la defensa del laicismo: una sociedad
sin ataduras de índole religioso, en libertad y en igualdad de condiciones y
oportunidades. La religión no puede convertirse en creencia probada y verdad
inamovible, a través del poder institucional.
La
Constitución española en su artículo 16.3 dice “Ninguna confesión tendrá carácter estatal“. La laicidad del
Estado y de sus instituciones es ante todo un principio de concordia de todos
los seres humanos fundado sobre lo que los une, y no sobre lo que los
separa. Este principio se realiza a través de los dispositivos jurídicos de la
separación del Estado y las distintas instituciones religiosas, agnósticas o
ateas y la neutralidad del Estado con respecto a las diferentes opciones de
conciencia particulares. La laicidad descansa en tres pilares: la libertad de
conciencia, la igualdad de derechos, y la universalidad de la acción pública,
esto es, sin discriminación de ningún tipo.
La
Inquisición se fundó en 1478 por los Reyes Católicos, para mantener la
ortodoxia católica en sus reinos y no se abolió hasta 1834. Estuvo bajo el
control directo de la monarquía, entre otros por Fernando VII, tatarabuelo del
actual rey de España. Actuaba, no tanto por celo de la fe y salvación de las
almas, sino por la codicia de la riqueza decía el papa Sixto IV. Lo cierto es
que las razones de su creación, fueron: establecer la unidad religiosa;
debilitar la oposición política; acabar con la poderosa minoría judeoconversa;
y conseguir financiación para sus proyectos. Se estableció una férrea
organización para la persecución y expulsión de los judíos; represión del
protestantismo; la censura; luchar contra los moriscos, la superstición y la
brujería. También se persiguió la homosexualidad y bestialismo, considerados
por el derecho canónico contra naturam. Es deleznable, como la iglesia persigue
estos supuestos delitos, cuando en su seno hay tantos delincuentes pedófilos.
Muchos
verdaderos fieles cristianos, fueron encerrados, torturados y condenados como
herejes, para ser privados de sus bienes y propiedades por la Inquisición. Su
método represor, se basaba en el principio de presunción de culpabilidad, no de
inocencia. La detención implicaba la confiscación de sus bienes, llevándose la
instrucción en el máximo secreto. El tormento se aplicaba, no como medio de
conocer la verdad, sino para reconfortar al preso en su fe. Ningún papa ha
condenado a la Inquisición de manera clara.
Soy ateo
porque es la base para un humanismo alejado de dogmas y opresiones. Entre la fe
en un dios imposible, escojo a la humanidad imperfecta, libre de historias
sagradas, de religiones y sectas dominadoras. Lo que nos caracteriza a los
ateos, no es tanto la difusión de la idea -algo que queda en el ámbito de lo
íntimo y personal-, sino la defensa del laicismo: una sociedad sin ataduras de
índole religioso, en libertad y en igualdad de condiciones y oportunidades. La
conciencia social y la política unidas para el bienestar general.
Soy ateo como
expresión del reconocimiento a la razón y a la libertad de conciencia. La
religión no puede convertirse en creencia probada y verdad inamovible, a través
del poder institucional, como pretenden algunos. La fe religiosa, es a fin de
cuentas, el acto de dejar de razonar. Soy ateo porque la razón es el
máximo atributo del ser humano.
Víctor
Arrogante
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