EL GOBIERNO QUE PEDRO SÁNCHEZ QUERÍA
LAURA
ARROYO
El lema de campaña
del PSOE en el atril donde tanto Díaz, primero, y Sánchez, después, darían sus
respectivos discursos, no es un detalle menor. Ese es en realidad el verdadero
acuerdo. Ese lema en el atril es la firma del pacto. De un pacto que no es un
acuerdo de gobierno, es un entendimiento de otro tipo
Al acuerdo firmado entre el PSOE y Sumar le han seguido críticas y aplausos. Las primeras, basadas generalmente en la desconfianza. Algo que no resulta extraño en estos tiempos de des-legitimidad de las instituciones, pero también tras una legislatura que, si alguna lección debería habernos dejado es que sin personas dispuestas a defender las medidas con toda la garra y los dientes necesarios, el PSOE no sólo no se moverá de sus posiciones, sino que pasará olímpicamente de cualquier acuerdo firmado. A esa desconfianza lógica ante un gobierno presidido por un PSOE reforzado, hay que añadirle la aritmética parlamentaria.
Si en la
legislatura pasada no se logró, por ejemplo, derogar la Ley Mordaza por
decisión del PSOE, ¿Cómo garantizar que ahora sí se logrará si los números en
el Congreso ya no son tampoco mayoritariamente progresistas? La complejidad de
esta legislatura demanda mayor audacia y ferocidad política en ese Consejo de
Ministros y en ese acuerdo. Me temo que no vemos lo segundo y tampoco veremos
lo primero. Si a ello añadimos que el protagonismo de verbos ambiguos como
“fomentaremos”, “impulsaremos”, “trabajaremos en”, etc., es notorio en el
acuerdo de gobierno, la desconfianza hace bien en existir aunque el ecosistema
mediático del régimen siga insistiendo en las bondades de este documento.
También ha habido
aplausos al acuerdo. Estos vienen generalmente de quienes llevan aplaudiendo
hace mucho tiempo el surgimiento de una opción como Sumar para conformar con el
PSOE un Gobierno de Coalición. Fórmula de gobierno que hoy, por cierto, nadie
pone en duda aunque en 2019 era visto como un fetiche y un antojo de los locos
de Podemos que había que neutralizar porque “cómo se les ocurre pedir
ministerios”. Hoy, el ministerio de Yolanda Díaz, sea cual fuere, está más que
asumido, al igual que alguna que otra cartera más para Sumar. Lo que no queda
claro es si tendrá competencias de verdad. Porque los verbos ambiguos preceden
facultades ambiguas, carteras diluidas, competencias compartidas. Las trampas
de la letra pequeña. El lenguaje, siempre el lenguaje.
Un acuerdo es
siempre una buena noticia, me digo. Pero luego leo las filtraciones —distintas
entre una tienda y otra, para comenzar—, veo la puesta en escena, oigo los
discursos, leo las medidas —y esos benditos verbos ambiguos escogidos con
precisión de cirujano— y me temo que se acaba la bondad de la noticia. De
hecho, no puedo sino preguntarme: ¿hubo alguna vez desacuerdo? Casi da la
impresión de que no. No sólo por el tipo de campaña que vimos, una campaña
donde el papel de Sumar fue de subalterno al PSOE quien pudo, por lo mismo,
cosechar en ese terreno vacío que quedaba a su izquierda con su principal
agricultor en ese contexto, Zapatero. Sino que pienso también en las
declaraciones de Díaz estas semanas, muy al pie de la letra de Sánchez y
Albares respecto, por ejemplo, al genocidio que ocurre en Palestina. Crímenes
de guerra que no son llamados crímenes de guerra, criminales de guerra que
tampoco son llamados así y un posicionamiento claro para que las voces
discrepantes en el gobierno ni existan. Lo dijo la misma Díaz “la postura del
gobierno ha quedado clara”, al ser preguntada por el conflicto diplomático que
un comunicado de la embajada de Israel generó. ¿Pudo Díaz hacer otra cosa?
Absolutamente. Pudo decir que el conflicto generado por ese comunicado había
sido superado y que ella estaba orgullosa de que desde el Gobierno se mandara
un mensaje inequívoco al mundo al tener ministras que se posicionan en contra
del genocidio y denuncian los crímenes de guerra de Netanyahu. Pero para eso
hay que querer ser algo distinto al PSOE. Hay que querer marcar un perfil
propio, pero sobre todo, hay que creerse la lucha del pueblo palestino por
sobrevivir primero que nada.
Entonces, ¿ha
habido un acuerdo ayer? Me da la impresión de que lo que tenemos es antes un
programa a cumplir —veremos en qué medida— que debería llamarse así: programa
de gobierno. Y eso en ningún sentido es restarle mérito a las medidas que
pueden resultar positivas, sino colocarlas en su real dimensión.
Como bien apuntaba
María Teresa Pérez en un reciente artículo, da la impresión de que tampoco
habrá un gobierno de coalición, sino un gobierno del PSOE
Precisamente porque
las palabras son importantes hay dos que me resultan problemáticas. Si no hay
desacuerdo, no hay acuerdo. Hay presentación colectiva de lo que hará un
gobierno. Bien. Pero hay otra, a cada momento que pasa, y como bien apuntaba
María Teresa Pérez en un reciente artículo, da la impresión de que tampoco
habrá un gobierno de coalición, sino un gobierno del PSOE. Un gobierno
socialista. La escenificación de ayer no deja lugar a dudas. El lema de campaña
del PSOE en el atril donde tanto Díaz, primero, y Sánchez, después, darían sus
respectivos discursos, no es un detalle menor. Ese es en realidad el verdadero
acuerdo. Ese lema en el atril es la firma del pacto. De un pacto que no es un
acuerdo de gobierno, es un entendimiento de otro tipo. Es la evidencia del
gobierno que nos proponen Sánchez y Díaz. O que, todo indica, propone Sánchez
ante una Díaz que acepta ya sea porque renunció a disputar políticamente desde
hace mucho, ya sea porque comparte la tesis de Sánchez sobre lo positivo de
pasar de un gobierno de coalición a un gobierno de consolidación de los
socialistas.
Y es en ese
contexto que saludo, porque confío, a los movimientos sociales que han sido en
la tarde de ayer los principales críticos de este programa de gobierno
presentado como acuerdo. Entiendo y comparto la preocupación y la desconfianza
que generan medidas “estrella” —según Sumar—, como la reducción de jornada
laboral si es que está sujeta, como afirma el mismo documento, a la firma de
Garamendi. Ese poder de veto disfrazado de “diálogo social” que se otorga a los
centros de poder, obvia que en política son los y las políticas las que han de
hacer cumplir aquello por lo que fueron votados, mal que le pese a la CEOE que
no se presenta a elecciones.
Entiendo y comparto
la preocupación de la comunidad migrante que lleva siendo relegada también en
la anterior legislatura de manera vergonzosa y que hoy ve todavía más lejos la
posibilidad de erradicar el racismo institucional. Sobre todo si los socios
alemanes de la que se supone que iba a llevar a posiciones de izquierda a Pedro
Sánchez, comulga con los verdes alemanes que además de pedir más armas para
Ucrania y posicionarse con Netanyahu, también piden más deportaciones. Ese
programa de gobierno no es que no nos hable a los migrantes, es que nos dice
muy clarito que estamos amenazadas.
Entiendo y comparto
la reacción desconfiada frente a medidas como “reducción de listas de espera”
cuando las competencias en sanidad corresponden a las Comunidades Autónomas. ¿O
nos están diciendo que van a forzar Ayuso? Permítanme que me ría. ¿Será que lo
que proponen es “dialogar” con ella para hacerla entrar en razón? Permítanme
que me siga riendo. ¿Dialogar como ha hecho el presidente Sánchez con Netanyahu
en esa llamada telefónica que orgulloso tuiteó como si fuera una operación de
estado cuando evidentemente se trató de un “por favorcito deja de matar” que el
primer ministro israelí claramente ha ignorado? Mientras la derecha cambia el
chip y se extrema, los llamados “progresistas” preparan más café para seguir
sentándose a conversar con ellos y a pedirles que “por favorcito” paren ya. Y
luego que por qué les votan…
Es insoportable ir
de doña pesimista por la vida, pero a veces toca. Sobre todo en un contexto de internacionalización
de un conflicto que muestra la agonía de un modelo que o se transforma o se
transforma. No hay más. No habrá estabilidad posible sin esa transformación
porque es un modelo incompatible con la vida. Lamentablemente, esa apuesta es
entendida como ruido por un gobierno que ha renunciado desde ya a siquiera dar
esa batalla. Un gobierno que no es de coalición. Un gobierno que es el que
Pedro Sánchez quería para volver a dormir tranquilo. Y todo indica que podrá
hacerlo.
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