LOS NUEVOS VIKINGOS Y LOS
DOLORES DEL MUNDO
JUAN CARLOS MONEDERO
Una imagen de la serie 'Vikingos'. TM Productions / Take 5 Productions
/ Octagon Films / Shaw Media / Corus Entertainment / MGM Television.
Una paradoja de estos tiempos está en que conforme hay más estímulos para la desconexión y el entretenimiento, cuanto más abundantes son las invitaciones para cortocircuitar los canales de la compasión, con más radicalidad regresa la urgencia de hacernos cargo entre todos y todas de los dolores del mundo. Esa oferta infinita y accesible de ocio e indiferencia, como ocurría con la gratuidad de las redes sociales, siempre lleva un precio escondido: que vuelvan a saquear nuestro mundo los vikingos.
Cada día va a ser
más evidente que ni siquiera los más ricos -entre países o dentro de cada país-
van a poder escaparse del huracán que se está levantando. Porque haciendo lo
mismo no vamos a tener resultados diferentes.
Va a faltar en
todos lados agua, energía, cobijo, alimento, sentido y paz. Sobre todo, paz. Basta
pensar que el genocidio que quiere perpetrar Israel en lo que queda de
Palestina es una respuesta agónica frente a un mundo que se está escapando, y
que los Estados Unidos ya no va a ser capaz de sostener. Las barbaridades que
se cometan y las víctimas que se creen van a tener memoria. Palestina aún
recuerda la Naqba de 1948. Con violencia siempre habrá incertidumbre.
La población de
Gaza aguarda una posible invasión israelí tras el fin del ultimátum
Siempre nos
construyen nuestros enemigos, y la falta de salidas radicaliza los caminos. La
extrema derecha mundial -en esa extraña alianza de neoliberales,
anarcocapitalistas, conservadores, ultras religiosos, militaristas, racistas,
colonialistas, machistas, corruptos y perplejos-, que siempre fue antijudía,
hoy abraza las políticas de Israel porque son las políticas que ellos querrían
aplicar en sus países. Es lo que hicieron en América Latina con Colombia bajo
el mandato del presunto criminal y patrón de asesinos Álvaro Uribe. Son los
mismos que ayer defendían el régimen del apartheid en Sudáfrica -régimen que
defendieron, entre otros muchos, Milton Friedman o Friedrich Hayek, con el
argumento de que la democracia no era para los negros-.
Hoy, miran con
envidia la política de segregación de Israel, su uso autorizado de la violencia
militar y de los colonos usurpadores, la articulación del derecho como una
continuación del Ejército, el desprecio a las víctimas, la justificación del
asesinato, el expolio de las tierras y riquezas de la gente ocupada, las mentiras
que demonizan y los bulos que azuzan el odio y justifican las barbaridades. Son
los nuevos vikingos con derecho a saquear, raptar, violar o asesinar en nombre
de su santo derecho a ser libres por encima de cualquier cortapisa. Sólo saben
una cosa: que tienen derecho a hacer lo que quieran porque la sociedad no
existe, solo individuos actuando en el mercado.
Rotas, por el
desmantelamiento del Estado social, las barreras que defendían el espacio
público, hoy, ante el desorden del mundo que anunció la crisis económica de
2008, agitan el victimismo para justificar que, o se hace lo que ellos quieren,
o patean el tablero. La misma extrema derecha, que ha arrastrado a la derecha,
y no ve a sus víctimas, se considera víctima de la pérdida de sus privilegios.
Y se dan razones para odiar a los que les frenan su 'libertad'. Y primero
odian, y luego buscan los argumentos.
Pedro Sánchez
afirma que la solución al conflicto palestino-israelí pasa por el
reconocimiento de ambos Estados
Los mismos que
bramaban porque ya no iban a poder tener sexo sin firmar antes un contrato, los
mismos que defendieron a los miembros de la manada que violaron a una niña
inconsciente, a los futbolistas del Arandina o a Rubiales, el seleccionador de
la Federación Española de fútbol, braman cuando se rebaja unos meses la pena a
un violador (a quien, por lo general, un juez le perdona los agravantes para
sacarlo antes). Primero odian, luego piensan.
Cuando teníamos las
respuestas nos cambiaron las preguntas, y las preguntas son tantas que sólo
puede resolverlas por nosotros -y quizá contra nosotros- un algoritmo. Se está
complicando demasiado el mundo. Las desigualdades, que generan en unos rabia y
en otros miedo; los virus en el software, probado que la naturaleza diseñó
durante cientos de siglos y que amenazan con llevarse por delante, con
catástrofes climáticas, tu paella, mientras disfrutas de un idílico lugar de
vacaciones; el agotamiento de una geopolítica sostenida con las bases militares
norteamericanas y su capacidad de matar; el contraste entre los anuncios de una
vida placentera y la realidad del día a día; la tranquilidad perdida de los
museos; pasear con los tuyos en tu ciudad; estar en una escuela impartiendo o
recibiendo clases...
En alguna ocasión
hemos comentado que la petición de Gramsci de oponer al pesimismo de la
inteligencia el optimismo de la voluntad no era una ingenua mirada que pensara
que, si te esfuerzas, vas a conseguir lo que quieras, como en el más idiota de
los libros de autoayuda. Era la asunción de que sólo inyectando pueblo
consciente en la realidad social se podía superar la noche oscura del fascismo.
La voluntad es el camino que emprendes cuando has entendido tu lugar en la
vida. El optimismo de la voluntad es entender que a los vikingos hay que
parales los pies y que para pararles los pies tenemos que hacer nuestros los
dolores del mundo.
Pasar por el
planeta entretenidos es una manera idiota de gastar el regalo de la vida. No en
vano, lo que significa para la amplia mayoría lo más relevante de la vida, que
es su familia, no es un lugar por el que quieres pasar distraído. Muy al
contrario, hay ahí a menudo un sacrificio que deja de ser un dolor, porque
tiene la recompensa de haber hecho lo correcto. Es al amor en la perspectiva de
San Agustín, Hanna Arendt o el Che Guevara.
Hemos olvidado que
somos una gran familia, a la que pertenecen todos los que viven con nosotros y
también los que aún no han nacido pero pisarán estas calles, plazas, tierras y
arenas. En esa desmemoria se hacen fuertes los vikingos. Empezar a hacernos
preguntas es empezar a recuperar la consciencia. Aunque duela.
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