EL HILO COLONIAL EN LAS POBLACIONES
INMIGRANTES
DOMINGO GARÍ.
Profesor de Historia
Contemporánea en
la ULL. Escritor y ensayista
El colonialismo en África no terminó en 1960 ni en las décadas posteriores. Los euroamericanos se encargaron de mantenerlo vivo hasta nuestros días. El dirigente de la independencia de Ghana, NKrumah, lo llamó neocolonialismo en un libro que publicó en 1965 bajo el título de Neo-Colonialism, The Last Stage of Imperialism. Unos meses después de la publicación, mientras se encontraba de visita de estado en China, EE. UU. organizó un golpe de estado militar y lo depuso de la presidencia. Nunca más pudo volver a su país y fue acogido por Sekú Turé en Guinea hasta su muerte en 1972.
Historias similares
a las de NKrumah vivieron otros dirigentes africanos. Patricio Lumumba,
presidente del Congo, asesinado por la CIA. Ben Barka dirigente socialista
marroquí asesinado en París por los servicios militares franco-marroquies.
Mandela, encarcelado por décadas en Sudáfrica, con el beneplácito de EE. UU. y
Gran Bretaña. El presidente de Togo, Sylvanus Olympio, asesinado con la
participación francesa. Thomas Sankara depuesto por golpe de estado y asesinado
con la concurrencia de los franceses. Así unos cuentos más hasta Gadafi en
2011, asesinado tras el criminal ataque contra su país perpetrado por Francia,
Gran Bretaña y EE. UU.
Todos estos
magnicidios se hicieron con la intención de saquear las riquezas minerales de
sus países, mantener altos y rentables niveles de explotación de la mano de
obra, y continuar sojuzgando a los países como en la época colonial, pero ahora
sin gastar recursos manteniendo instituciones sobre el terreno. El mundo
occidental extrae de África casi todo lo que necesita para que su economía
pueda seguir funcionando como si no hubiera un mañana. Cantidades inmensas de
petróleo, gas, uranio, hierro, fosfatos, algodón, café, granos, té, oro
diamantes, pesca, etc., sin los cuales el capitalismo occidental colapsaría
mañana mismo. Además de toda la maquinaria financiera occidental que sujeta al
continente con deudas odiosas e impagables, cuyo único fin es prolongar la
rueda de la explotación colonial.
Europa necesita
millones de trabajadores inmigrantes africanos para poder sobrevivir. Su
población envejecida y poco productiva no puede sostener el modelo económico en
el que vivimos. Según Eurostat y la ONU, la Unión Europea necesita al menos 50
millones de inmigrantes en las próximas décadas para que todo el invento no se
venga abajo. La lógica es indiscutible.
Esto lo saben
perfectamente los dirigentes económicos y políticos de nuestros países. El
consenso sobre el asunto no está en cuestión. Pero el capital financiero y los
grandes poderes están interesados en financiar organizaciones políticas de
extrema derecha, para tensionar el asunto migratorio y seguir con la
explotación colonial sobre los cuerpos de los africanos que viven en Europa.
Las migraciones en
condiciones infrahumanas con su alto coste en vidas (miles anuales) y la
exposición de los cuerpos africanos a la represión y al miedo una vez que
llegan a territorio europeo, consolida la explotación intensa de esta mano de
obra. Sin derechos políticos y económicos la inmigración irregular abarata el
costo salarial de los otros africanos que ya se encuentran instalados entre
nosotros. Esta competencia hacia la baja se asienta en la lógica colonial que
Europa lleva aplicando en el continente africano desde hace 150 años.
El hilo colonial lo
encontramos en las banlieues francesas, en los barrios marginados de africanos
o gentes oscuras en Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, España y en los demás
países de la UE. Y el hilo colonial lo encontramos también en Canarias. Los
inmigrantes son encerrados en campamentos militares sin condiciones adecuadas.
Canarias es una ruta de paso hacia los lugares de preferencia de esta juventud
que migra, sin embargo, se les ha sometido a una vigilancia y control como si
hubiesen cometido algún delito, cuando no es el caso. Si algunos tienen la
opción de desempeñar alguna tarea laboral pueden ser castigados por ello. Se
les quiere pobres y vulnerables deambulando por las calles hasta que puedan ser
metidos en un avión y sacados de la isla. En los casos de repatriaciones, peor
aún, porque el joven migrante pierda toda la inversión realizada, y vuelve a su
país sin haber logrado la misión encomendada por su familia o comunidad de
enviar divisas y ayudarlos a salir de la pobreza.
Los cayucos son los
modernos barcos de esclavos. Los piratas no son los patrones que los navegan
sino los capitales que quieren explotarlos cuando llegan a puerto. Pero debemos
recordar que en los barcos de esclavos se gestaron las primeras huelgas de la
edad moderna, y que el movimiento revolucionario del siglo XVIII prendió en los
barcos de esclavos. La globalización neoliberal nos ha encerrado en un planeta
mucho más pequeño. Cuando los euroamericanos sean definitivamente expulsados de
África y el colonialismo haya desaparecido, cuando nos podamos relacionar en
términos de igualdad con los pueblos africanos, comenzaremos a construir el
verdadero humanismo. Mejor hacer esto por la vía pacífica y no esperar a que la
desesperación y el hambre obligue a los cientos de millones de africanos a
buscar vías menos amables
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