lunes, 9 de octubre de 2023

CONTRA LA MODERACIÓN

 

CONTRA LA MODERACIÓN

ARANTXA TIRADO

 

Una mujer de la comunidad indígena huaorani protesta en Ecuador contra la producción petrolífera en la Amazonia. REUTERS

La fallida investidura de Alberto Nuñez Feijóo dejó un inesperado protagonista del debate, el diputado socialista Óscar Puente, elegido por la bancada del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) para hacer la réplica al candidato a la Presidencia por el Partido Popular (PP). La sarta de verdades, con un tono entre sarcástico y provocador, que despachó Puente desde la tribuna fue criticada en los mentideros de la derecha como un ejercicio macarra que vendría a demostrar las pocas maneras del PSOE, su falta de elegancia y, sobre todo, la obsesión de Pedro Sánchez por mantenerse en el Gobierno.

 

Es curioso cómo la derecha española, que demuestra día sí y día también en el Congreso las formas prepotentes y faltonas que se gastan los señoritos crecidos en la impunidad más absoluta, pretende dar clases de moderación y decoro. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que el debate que plantea el PP va de formas y no de contenidos. Disciplinando las supuestas malas formas de todo lo que se encuentra a su izquierda, la derecha pretende marcar, de manera férrea, qué tipo de izquierda debe tener enfrente y hasta dónde puede llegar su discurso ideológico.

 

Forma y fondo no son lo mismo y pueden ir disociados, pero se podría esperar que una fuerza política que es rupturista en las formas, tenga una audacia similar para defender ideas que no son bienvenidas por los sectores que asocian moderación al mantenimiento del statu quo. Desde luego, no es el caso de un partido de Estado como el PSOE, que no tiene ninguna intención de molestar al entramado de poder real que manda en España, ni pretende ningún giro a la izquierda con lo escenificado en el Congreso más allá de una calculada puesta en escena que responde a tácticas coyunturales.

 

Pero este artículo no pretende hablar de la investidura, ni del diputado Puente, ni del PSOE y, ni mucho menos, de la derecha española, sino de las fuerzas que existen a la izquierda de la socialdemocracia y de un fenómeno que va más allá de las fronteras del Estado español. Es lo que se ha venido en llamar la polarización asimétrica, esto es, la existencia en Europa, y en muchos países de América Latina, de una izquierda que asume la moderación en sus formas, y la renuncia a sus principios ideológicos, frente a una derecha cada vez más extremista y agresiva. 

 

 

Resulta, por lo demás, desconcertante que, ante el surgimiento en la derecha y la ultraderecha –algunas veces indistinguibles– de liderazgos que no tienen el más mínimo rubor para defender políticas coherentes con su despiadada manera maltusiana de entender el mundo –como Javier Milei en Argentina o Vivek Ramaswamy en EEUU–, la izquierda supuestamente alternativa, en cambio, no se atreva a salir de los estrechos márgenes de posibilidad que le marca la aplastante hegemonía ideológica del capitalismo. Pero, quizás, no se trata de una cuestión de valor o de cálculo táctico en lógica electoral. Quizás el problema mayor radique en que gran parte de esta izquierda carece de una lectura alternativa del mundo que le dote de un proyecto estratégico que no pase simplemente por buscar quiméricas soluciones de mejora del capitalismo. Un sistema que, por otra parte, es el culpable de todas las crisis que esta izquierda denuncia, sin enunciar jamás al sistema económico que las provoca.

 

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Quizás el ejemplo más dramático de la rendición de la izquierda, en estos últimos días, sea la elección en Syriza de un presidente del partido proveniente de las filas del empresariado, extrabajador de Goldman Sachs justo en el momento en el que Grecia estaba padeciendo los efectos de la crisis iniciada por el colapso de este banco de inversiones estadounidense. Se trata de la culminación de la deriva de una fuerza cuya victoria en 2015 insufló de esperanzas a las izquierdas europeas en su lucha contra la austeridad pero que acabó desinflando en tiempo récord todas las expectativas por sus reiteradas concesiones.

 

 

Syriza personifica a una izquierda que no sólo renuncia a sus principios sometiéndose al dictado económico de la Troika sino que, además, se permite el agravio de designar a tecnócratas contrarios a los intereses de la clase obrera, esa misma a la que se supone que debe defender como parte de su esencia, para llevarlos a la práctica. Un aparente suicidio político que, como ha sucedido en el caso de otros países donde la izquierda ha optado por esta desconcertante vía, como Italia, abona el camino para su más que segura irrelevancia futura.

 

Apostar por más moderación justo en una coyuntura histórica en la que el capitalismo ha dejado clara su incapacidad para resolver los problemas centrales que enfrenta la humanidad, proponiendo desde las fuerzas presuntamente rupturistas soluciones que se limitan a mejorar un sistema que se ha demostrado responsable del colapso ecológico, de las desigualdades económicas entre países y la injusticia extrema entre seres humanos que surge de la explotación, parece un ejercicio de superficialidad difícilmente defendible, salvo que sólo se piense en lógica electoral.

 

Hace falta, más que nunca, una izquierda radical que recupere la brújula ideológica, que sepa mantener la firmeza a la hora de defender sus propios principios y valores. Estos nunca pueden ser los de quienes tienen intereses contrapuestos a la emancipación humana. La confrontación se seguirá agravando conforme los recursos del planeta vayan disminuyendo y las crisis se vayan solapando. La ofensiva de la derecha es total y sin contemplaciones. La izquierda radical debe salir de la posición defensiva que ha asumido tras décadas de experiencias fallidas por golpes de Estado y errores propios para pasar a la ofensiva con un desacomplejado proyecto alternativo de sociedad. El partido es desigual pero no se puede renunciar a jugarlo.

 

 

La moderación es sólo la expresión fenoménica de un problema más profundo, que tiene que ver con el abandono de las coordenadas ideológicas marxistas que fueron esenciales para la izquierda comunista desde sus orígenes. No planteando propuestas que trasciendan las soluciones dentro del sistema, la izquierda radical se vuelve parte del sistema y, en definitiva, renuncia a su propia razón de ser, que siempre fue transformar la realidad, no acomodarse a ella. No es, en efecto, sólo un problema de derrota histórica sino de rendición ideológica. Resuenan las palabras que Margaret Thatcher enunció en la década de los ochenta, “no hay alternativa”, y no porque las diga la derecha sino porque buena parte de la izquierda que debería ser radical parece haberlas hecho suyas.

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