MATAR NIÑOS... DE MANERA PREVENTIVA
RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA
Escritor y autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'
Un palestino y su hija buscan entre las
ruinas causadas por un misil israelí en Gaza. -MOHAMMAD ABU / Europa Press
A mí, cualquier extremismo religioso, venga de donde venga, me da grima. Es más, pienso que ese radicalismo está en el origen de la mayor parte de los conflictos bélicos a lo largo de la historia. Dios, los dioses. Las guerras y las cruzadas. Aunque también, digámoslo claro, debajo de dioses y religiones se esconde el poder del dinero. El otro Dios verdadero. Actuar en nombre de Dios para ganarse la vida eterna es terrorífico. Da pánico. Ver a los "avanzados" israelíes de largas trenzas y barbas golpearse la cabeza contra el Muro de las Lamentaciones me sobrecoge. Pero ver a las milicias de Hamás o Hezbolá desfilando machete en mano, haciéndose cortes en la cabeza hasta que la sangre brota y mancha todo su rostro y su cuerpo, me causa espanto.
Las mayores atrocidades
que ha cometido el ser humano siempre han sido guiadas por sentimientos
religiosos, patológicos. El joven soldado de Israel que ejecuta la orden de su
cruel superior apretando el botón que dispara un misil que destrozará todo un
edificio sepultando a familias enteras, o el niño que acepta llevar, convencido
por su depravado maestro religioso, un cinturón de explosivos para reventar a
los pasajeros de un autobús, incluido su cuerpo. En el nombre de Dios todo está
justificado, todo está permitido. Entrar en un kibutz y asesinar a sangre fría
a 1.400 civiles es una atrocidad que debe ser condenada y perseguida sin
paliativos. Un acto criminal inaceptable desde cualquier posición ética,
política, humana. Pero aceptar la estrategia genocida y de apartheid perpetrada
por Israel, que ha ido masacrando a lo largo de 70 años al pueblo palestino
-miren cómo ha crecido el mapa de sus fronteras a lo largo de estas décadas
para entender lo que pasa aquí verdaderamente-, ocupando su territorio sin
respetar las resoluciones de la ONU y encerrando entre muros y vallas a todo un
pueblo hasta su exterminio... es una atrocidad que debe ser condenada y
perseguida sin paliativos. Un acto criminal inaceptable desde cualquier
posición ética, política, humana. Sí, efectivamente, estoy repitiendo las
mismas palabras.
Impacta muchísimo
la barbaridad cometida por Hamás por el número de asesinados en un mismo acto,
1.400 inocentes, de manera escalofriante, absolutamente inhumana; pero hacemos
la vista gorda, hasta el punto de que ya ni nos afecta ni nos importa, al goteo
incesante, miles si los sumamos, de los palestinos inocentes asesinados por
Israel en estos años. Siempre muchos más, el triple, el cuádruple: un israelí
muerto, frente a seis palestinos; un cohete que daña un jardín del chalet de un
colono judío ante el derrumbe de un hospital palestino; unos muchachos cargados
con piedras para lanzar con una honda delante de los miles de monstruosos
tanques israelíes que se te echan encima. Dos varas de medir, dos categorías de
muertos, dos mundos separados por un muro infranqueable de odio: los ricos y
los miserables. Esa es la clave: el poder económico y de influencia mundial
del Estado de Israel, sus poderosos lobbies, el mejor cliente comprando armas a
USA y a Alemania, el control de los medios de comunicación y, por tanto, del
relato, ante unos pobres desgraciados. La escoria planetaria. Los medios de
Occidente, claramente posicionados a favor de Israel, hablan sin titubeos de
"el pueblo elegido", frente a "los terroristas
palestinos". ¿Elegido por quién?
¿Elegido para qué? Confundiendo a los lectores y televidentes, en un totum
revolutum, sin aclarar que Palestina no es Hamás, que Palestina está gobernada
por la ANP (Autoridad Nacional Palestina) de Mahmoud Abbas, ¡que es laica!
Doble rasero:
Israel invitado a las competiciones deportivas europeas, Israel invitado a
participar en Eurovisión, que en una ocasión ha ganado, Israel vendiendo a
nuestro CNI programas de espionaje, Israel... y los palestinos que se pudran en
esa cárcel gigantesca, de angustia, pobreza y olvido, en la que les han metido
y que cada vez es más pequeña y mortífera.
En la guerra la
primera derrotada es la verdad. Pero, en este caso mucho más, porque no se
trata de justificar una guerra, sino un genocidio. ¡Hágase justicia! Persígase
a los terroristas, por complicado que sea, para que paguen por sus actos
criminales, pero no utilices la venganza multiplicada exponencialmente, no el
"ojo por ojo, diente por diente" elevado a categoría de exterminio (ya
van 5.000 muertos palestinos y 20.000 heridos). Cortar el agua y la
electricidad, obligar a dos millones de personas a abandonar sus casas y sus
tierras en unas horas, bombardear indiscriminadamente a la población (basta con
ver las espeluznantes imágenes de los edificios como calaveras, los habitantes
sepultados bajo los escombros), matar inocentes de esta forma, a tantos niños
que, según ellos, son futuros terroristas... es un crimen de guerra. Y el que ha dado la orden, Netanyahu, con su
gobierno de extrema derecha, es un criminal de guerra. Nadie, por mucho dolor
que padezca, puede, en una sociedad civilizada, saltarse las leyes
internacionales y los acuerdos sobre Derechos Humanos. ¿Qué nos hubiera
parecido si en los horribles años de plomo de ETA, con atentados no menos
execrables que el de Hamás -cuarteles guardia civil, Hipercor...- el gobierno
español hubiera dado la orden a los dos millones de vascos de abandonar
inmediatamente Euskadi, cortarles los suministros y comenzar a bombardearlos,
cerrándoles a su vez todas las salidas como en una ratonera?
Los políticos que
acuden a abrazarse con Netanyahu - Biden, Rishi Sunak, Von der Leyen en nombre
de la UE y que no me representa en absoluto - la primera obligación que tienen
es proteger a sus ciudadanos. A
nosotros. Y deberían medir mucho sus
gestos y sus palabras. Israel, con su
fuerza militar, podrá acabar con este Hamás, pero nacerán otros nuevos, muchos,
mientras miles de musulmanes vean las imágenes de la terrorífica venganza que
están sufriendo.
Tras la declaración
de guerra a Irak -ahí el dios era negro y se llamaba "petróleo"-
partiendo de la mentira de poseer armas de destrucción masiva, los atentados
yihadistas arrasaron el mundo. Aquella
mentira y los muertos que provocó alimentaron la barbarie, la hidra, y debería
haber llevado a los tribunales de justicia internacional a Busch, a Blair y a
Aznar. Pero como no existe la justicia
internacional, o existe solo cuando les interesa, los tres han seguido por ahí,
forrándose, dándonos conferencias de moralidad.
El señor Aznar juzgado doblemente, pues tras el atentado en los trenes
del 11 M, con 193 fallecidos, siguió mintiendo, asegurando que había sido ETA.
Todavía no lo ha reconocido. ¿Saben ustedes por qué? Para que no se asociaran
esos muertos con su declaración de guerra.
Es verdad que la
suma de muchas injusticias no justifica una nueva. Pero también es cierto que
este mundo tan desigual y arbitrario que hemos creado, tan injusto, tan
insolidario, gobernado por el poder económico y la mentira, se nos está
pudriendo. Se nos deshace en las manos porque está carcomido estructuralmente
por el dolor y todas nuestras miserias. Parar esta guerra, imponer la razón, y
no la venganza y la fuerza, sería un buen paso para empezar a construir un mundo
más habitable y mejor. Un mundo en el
que los hombres y mujeres podamos convivir en paz.
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