USTED ES HAMÁS Y NO LO SABE
ANTÓN
LOSADA
El Gobierno español es Hamás y no lo sabíamos; excepto Isabel Díaz Ayuso, que no tiene policía, pero sí un servicio de contraespionaje de lo más fetén que lo había detectado hace ya tiempo. La ONU es Hamás y tampoco lo sabíamos; y eso sí que no lo vieron venir ni los fetén. Menos mal que está ahí para desenmascararlos el Ejecutivo ejemplarmente democrático del ejemplar Benjamín Netanyahu, el Silvio Berlusconi de Oriente Medio; igualmente empeñado en valerse de su paso por el poder para cambiar las leyes y blindarse ante la justicia por sus exuberantes casos de corrupción.
En general, todo
aquel que muestre algún tipo de empatía o conmiseración hacia los palestinos
cazados como ratas en la trampa de Gaza es Hamás. Da igual que condene o deje
de condenar sus actos terroristas, sus asesinatos y sus secuestros. Aquí no se
trata de elegir o conmigo o contra mí: conmigo y a callar. Regla número uno de
la derecha autoritaria: deslegitimar a competidores y críticos acusándoles de
cometer o pretender cometer algún delito especialmente repulsivo –su favorito
es el terrorismo–, o de cómplices de tan odiosos delincuentes.
Las oenegés que
mantienen abiertos los campos de refugiados sin agua, sin luz, sin combustible
y sin medicamentos también son Hamás; igual que las oenegés que rescatan
náufragos en el Mediterráneo son cómplices de las mafias que trafican con seres
humanos. Pocas cosas tan peligrosas como el humanitarismo. No ha traído más que
desgracias a la historia de la humanidad; por no hablar del retraso que suele
suponer para la creación y acumulación de la riqueza.
Resulta aterrador
el cinismo con que la comunidad internacional ha dejado de tratar a los
palestinos como personas con derechos
Si expresar ciertas
tendencias humanitarias hacia los palestinos, aunque también sean víctimas de
Hamás, puede traerle problemas, afirmar que son personas con derechos que deben
ser garantizados y promovidos por la comunidad internacional supone buscarse
directamente la desgracia y el escarnio. Casi tan aterrador como las bombas que
caen en Gaza, o el cinismo con que el ejército israelí avisa a la población
cinco minutos antes para que evacúen hacia ninguna parte, resulta el cinismo
con que la comunidad internacional ha dejado de tratar a los palestinos como
personas con derechos, para referirse a ellos como víctimas por quien rogar
clemencia al agresor y apuntarse, de paso, el tanto del humanitarismo.
La hipocresía de
reconocerle virilmente a Israel su derecho a ejercer la legítima defensa,
mientras se le pide de manera cortés que lo haga dentro de los principios del
derecho internacional humanitario, no resiste la mera enumeración de los
principios que rigen tal derecho: principio de limitación, de necesidad
militar, de humanidad, de distinción y de proporcionalidad. Las acciones
militares de un Estado han de ser limitadas, necesarias, han de tratar con
humanidad a quienes dejen de combatir, han de distinguir entre combatientes y
no combatientes y han de resultar proporcionales.
El gobierno de
Netanyahu y su ejército no cumplen ni uno de esos principios; pero no desde
ahora, sino desde el año 2006, cuando la franja de Gaza quedó desconectada tras
el triunfo electoral de Hamás y se convirtió en la prisión a cielo abierto más
grande del mundo. En aquellos comicios los votantes palestinos se dividieron.
Hamás (440.409 votos) se impuso por 30.000 papeletas a Fatah (410.564 votos);
más de 120.000 palestinos votaron a otras opciones. No importó entonces.
Tampoco importa ahora. Todos cómplices, todos terroristas, todos de Hamás,
aunque no lo sepan. Arrasar de manera indiscriminada su territorio y
mantenerlos enjaulados sin siquiera las mínimas condiciones de supervivencia no
supone un crimen de guerra; al parecer es legítima defensa.
El pueblo palestino
puede hablar también con conocimiento de causa de la violencia y la represión
que representa Hamás. Igual que el pueblo de Israel puede testificar en sus
carnes el autoritarismo y la represión que ha representado el gabinete
extremista de Netanyahu y sus socios ultras. Un alto el fuego inmediato no
responde únicamente a una cuestión de humanidad o empatía. Constituye una
materia de justicia y lo exige la legalidad internacional. No es equidistancia.
Es la verdad, que casi siempre es complicada; si es fácil, acostumbra a ser
mentira.
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