LASA Y ZABALA: 40 AÑOS DEL CRIMEN FUNDACIONAL
DEL TERRORISMO DE ESTADO
POR IKER
RIOJA ANDUEZA
Foto: Familiares ante la fosa alizantina de Lasa y Zabala]
El secuestro de estos veinteañeros en Francia,
torturados en Donostia y enterrados en Alicante, dio carta de naturaleza a los
GAL, aunque nunca han sido reconocidos como víctimas por ser miembros de ETA.
El sábado 15 de octubre de 1983, por la noche, Joxean Lasa y Joxi Zabala acudieron al 11 de la rúa de los Toneleros de Baiona. Mariano, un amigo, les dejó las llaves de un ‘cuatro latas’ verde con matrícula SS-M para que fueran a las fiestas de un pueblo cercano. Dos días después, esta persona denunció la desaparición de estos guipuzcoanos veinteañeros. El Renault no se había movido pero la puerta estaba abierta y había dentro algunas pertenencias de los jóvenes.
“Han caído dos peces medianos en Francia”, le informó esa madrugada el
comandante del cuartel de Intxaurrondo de la Guardia Civil, Enrique Rodríguez
Galindo, al gobernador civil en Gipuzkoa del nuevo gabinete de Felipe González,
el socialista Julen Elgorriaga. Regresaban en un Ford Granada de Oñati, donde
ETA había asesinado a un agente, José Reyes Corchado, y herido a otro, Antonio
Ramos. Había nacido lo que serían los GAL (siglas que responden a Grupos
Antiterroristas de Liberación) y que fueron gestados en las cloacas del Estado
para combatir con más terrorismo a otro terrorismo.
Lasa
y Zabala, que habían huido a Francia al ser identificados como miembros del
comando Gorki de ETA militar, responsable de un atraco sin heridos en la Tolosa
natal de ambos, fueron trasladados desde Intxaurrondo hasta el palacio de La
Cumbre de Donostia. En 1983, ese recinto histórico por el que habían pasado
Francisco Franco o Juan Carlos I fue traspasado al Ministerio del Interior. Los
secuestrados fueron ocultados en el sótano. Según ‘El País’, una guarnición de entre 16 y 18
agentes perfectamente coordinados con los mandos de Intxaurrondo se encargaba
de las vigilancias y de los interrogatorios bajo tortura. Los jóvenes, después,
fueron trasladados a la provincia de Alicante, donde fueron enterrados en cal
viva tras recibir disparos a bocajarro en la cabeza. En 1985 aparecieron los
restos mortales pero hasta 1995 no fueron identificados. En 2000, la Audiencia
Nacional condenó a Rodríguez Galindo y a Elgorriaga por asesinato, así como a
Ángel Vaquero, Enrique Dorado y Felipe Bayo, aunque luego cumplieron penas
ínfimas.
Lasa
y Zabala nunca han recibido la consideración de víctimas del terrorismo que sí
tienen otras víctimas de los GAL. Su pertenencia a ETA -se da por probado que
atracaron “armados y encapuchados” una oficina de la Caja Laboral en Tolosa en
1981- es la justificación oficial para una decisión que enfada a las familias e
indigna también a organizaciones como Covite. En Euskadi, existe desde 2016 una
ley autonómica complementaria para casos de violencia policial que, por
ejemplo, ya ha permitido a la familia de Mikel Zabalza acceder a
una indemnización económica.
Fuentes del Gobierno vasco indican que la comisión de valoración creada al
calor de esta normativa está analizando este caso, aunque todavía sin
conclusiones claras.
“No
tenemos ningún tipo de reconocimiento. No hay ninguna ley que reconozca a mi
hermano”, se queja Pili Zabala, hermana de Joxi y que en 2016 fue candidata a
lehendakari al frente de la coalición Elkarrekin Podemos, que englobaba también
a IU y a Equo. Zabala, ya retirada de la política, tiene claro que todo el
proceso desde 1983 hasta el presente ha estado trufado de “irregularidades”.
Zabala, que lleva años visitando centros escolares para ofrecer su testimonio
junto con otras víctimas de ETA o del GAL, lamenta, por ejemplo, que en España
siga vigente una ley de secretos oficiales franquista que impide
“desclasificar” de modo general papeles del CESID (el antiguo nombre del CNI,
los servicios secretos del Estado).
Un
documento que sí apareció, fechado en julio de 1983, planteaba “posibilidades”
de “intervención” de funcionarios españoles en jurisdicción francesa y
“señalaba como más aconsejable el procedimiento consistente en la desaparición
por secuestro”. Agencias extranjeras, como la CIA, sí han revelado información
de la época. “El Gobierno parece determinado a adoptar una estrategia no
ortodoxa en relación con ETA. González ha estado de acuerdo en la formación de
un grupo de mercenarios, controlado por las fuerzas armadas, para combatir a
los terroristas al margen de la ley. Los mercenarios no tienen por qué ser
necesariamente españoles y su misión sería asesinar a líderes de ETA en España
y Francia. Un grupo autodenominado GAL, similar en naturaleza a los grupos
especiales contemplados por el Gobierno, ha emergido ya en el sur de Francia.
El GAL ha asesinado a dos muy conocidos activistas de ETA militar en el sur de
Francia y secuestrado a un hombre de negocios español en Hendaya que era
sospechoso de haber colaborado con los terroristas. Madrid ha negado con la
boca pequeña cualquier conocimiento o conexiones con el GAL, pero políticos
vascos, claramente convencidos de la complicidad gubernamental, han protestado
airadamente”, se puede leer en un cable de la inteligencia
estadounidense.
“Nosotros
sabíamos casi con todas las garantías que quienes gobernaban eran los
responsables políticos de aquellas acciones. Sabíamos que el Gobierno de Felipe
González o que miembros de ese Gobierno -no todos, obviamente- trasgredieron
todas las normas de convivencia y democráticas. Permitieron, financiaron,
fomentaron, promovieron, … Dilo como quieras”, explica Zabala. Cree que a
“muchísimos jóvenes” agentes destinados en las comandancias vascas “les
inculcaron un odio terrible”, que estaban en una “guerra”, y “les obligaron a
cometer atrocidades”. Pero matiza: “No es conveniente generalizar. No todos los
funcionarios de la Guardia Civil eran el GAL. También hay que ser rigurosos”.
Lo hace después de haber visitado Intxaurrondo y La Cumbre con agentes, a los
que ha regalado la película editada en 2014 sobre el caso.
“Esto
fue gestado por el Gobierno de Felipe González. Y encima dieron alas y munición
a ETA. Es lo peor que ha podido pasar. Es lo más execrable que puede hacer un
Gobierno, organizar y financiar más terrorismo”, sostiene Consuelo Ordóñez,
presidenta de Covite y una de las voces más referenciales del ámbito de las
víctimas. En Covite han participado también víctimas de los GAL junto a las de
ETA. El Memorial de Vitoria, que depende del Ministerio del Interior, sostiene
textualmente que esta guerra sucia “fue promovida por varios altos cargos del
Gobierno socialista” en su panel sobre este capítulo de la historia del
terrorismo en España. Ordóñez ironiza que despejar la ‘x’ de la ecuación de los
GAL es mucho más sencillo que de la de ETA. El actual líder del PSE-EE, Eneko Andueza, llegó a
sugerir en 2020 que González fuera expulsado del partido. Andueza, como también el delegado del Gobierno
actual, Denis Itxaso, han acudido esta semana a un homenaje.
Con
el secuestro de Lasa y Zabala se había liberado un monstruo oculto en las
cloacas del Estado. Había un GAL verde, operado por guardiaciviles, uno azul,
con agentes de la Policía Nacional, y otro marrón, con espías y militares. En
octubre de 1983, a las 48 horas de la desaparición de los tolosarras, Francia
ya abortó otro secuestro en su territorio, en aquella ocasión con ‘azules’ como
protagonistas. En diciembre ocurrió la captura de Segundo Marey, donde apareció
ya el nombre de la nueva organización terrorista que recuerda en su
denominación al estadio del Real Unión de Irún pegado a la frontera con
Francia, a la que acusaban de no combatir a ETA en su primer comunicado y donde
operaban con más frecuencia. Su emblema era casi calcado al de quienes
pretendían combatir, aunque en esta ocasión el hacha cortaba la cabeza a la serpiente.
El
caso de Marey, que era un empresario sin relación alguna con el terrorismo,
acabó con condenas para un ministro de González, José Barrionuevo, para su alto
cargo Rafael Vera y para el homólogo de Elgorriaga en Bizkaia, Julián
Sancristóbal. De nuevo, cumplieron penas mínimas. El PP de José María Aznar
indultó a estos socialistas. En julio de 1987, con el asesinato de Juan Carlos
García Goena, de nuevo sin relación alguna con ETA, se cerró un cuatrienio
negro de terrorismo de Estado. Se estima en 27 las víctimas mortales del GAL o
de organizaciones parapoliciales de similar operativa por 853 de ETA. Barrionuevo, en 2022, aún justificó la guerra sucia: “Yo no puedo actuar contra los que están disparando
desde mi trinchera aunque hagan algún disparo equivocado. No puedo, así son las
reglas. Yo me hago responsable de todo lo que ha ido mal en el Ministerio del
Interior mientras he estado”.
“Existe
poca formación o información al respecto”, sentencia Zabala sobre toda la
nebulosa del terrorismo de Estado. “Había muchas presiones para investigar. La
época de Galindo era tremenda. Tenía el respaldo del poder político y era
intocable. Tenía montado un equipo de su confianza y se hacían todo tipo de
cosas”, explica un fiscal destinado en Gipuzkoa décadas atrás y que participó
en algunas causas como la de Zabalza. En paralelo a los GAL, emergieron
corrupción con fondos reservados, mercenarios, contrabando y hasta
narcotráfico.
Tres tiros y 50 kilogramos de cal viva
La
mayor “desesperación” de las familias Lasa y Zabala vino por los años que
transcurrieron hasta que los cuerpos fueron identificados. “Si no hay cadáver,
no hay pruebas. Si no hay cadáver, no hay duelo”, señala la hermana de uno de
los dos asesinados. Otros parientes hicieron batidas de búsqueda. En una de
ellas la Guardia Civil encañonó a otro hermano de Zabala. La Justicia acreditó
que al menos Rodríguez Galindo, Elgorriaga y sus ejecutores Vaquero, Bayo y
Dorado acordaron “darles muerte” a los secuestrados para “hacerlos
desaparecer”. “Decidieron llevarlo a cabo en un paraje aislado que les
permitiera deshacerse de los cuerpos enterrándolos en cal viva. Fue elegida la
Foya de Coves, término municipal de Busot, en Alicante”, se puede leer en la
sentencia de la Audiencia Nacional.
Y,
en efecto, lo mismo que habían llevado ocultos en un vehículo a Lasa y Zabala
desde Baiona hasta Donostia -pasando una frontera internacional que entonces no
era espacio Schengen de libre circulación- los desplazaron más de 700
kilómetros hacia el Mediterráneo. Fueron Dorado, Bayo y “otras personas” no
identificadas los que se encargaron del viaje. Lasa y Zabala fueron vivos, pero
“atados y amordazados y con los ojos vendados”. Para llegar al paraje, salieron
de la A-182 por un camino de tierra, en el que se adentraron unos 15
kilómetros. Dejaron los coches y siguieron andando otros 200 metros. Con una
pistola Browning que no era reglamentaria del cuerpo de la Guardia Civil
dispararon un tiro a Lasa y dos a Zabala. Los tres fueron en la cabeza.
“Después, arrojaron los cuerpos, sin ropa, aún amordazados y con unas vendas, a
una fosa que habían preparado de unos 180 cm de largo por 80 de ancho y 90 de
profundidad. Los cubrieron con tierra y con más de 50 kilos de cal viva”,
recoge el apartado de hechos probados de la sentencia del caso.
El
20 de enero de 1984, día de San Sebastián, “una voz masculina” llamó a la
emisora en Alicante de la Cadena Ser. La locutora María Nieves Martínez atendió
la llamada. El interlocutor se identificó como portavoz de los GAL. Le explicó
que habían asesinado a Lasa y Zabala y que habían pedido como súplica final un
sacerdote. No se lo proporcionaron “porque no se lo merecían”. Explicó que los
cuerpos estaban en Busot. Un año después, de nuevo el día de San Sebastián, el
cazador Ramón Soriano encontró “esparcidos por las alimañas” restos humanos y
una fosa. Avisó… a la Guardia Civil. Encontraron los dos cadáveres con mordazas
en la boca y vendas en los ojos. En efecto, los animales habían esparcido parte
de los cadáveres en un radio de 20 metros. También había casquillos en la zona.
La Policía estimó que los habían matado a golpes -a pesar de las balas- y que
era un ajuste de cuentas por temas de narcotráfico.
Pero
aquello quedó ahí. Tuvieron que pasar diez años hasta que un agente de la
Policía Nacional de Alicante, Jesús García, leyera informaciones sobre el uso
de cal viva por parte de los GAL para que relacionase dos cuerpos olvidados
durante años en el depósito con la desaparición de Lasa y Zabala. En marzo de
1995, tras entrevistarse con las familias, el forense Paco Etxeberria viajó
hasta la Comunidad Valenciana para hacer un análisis pericial. Etxeberria, después,
ha trabajado con fosas comunes de la Guerra Civil y hasta con Miguel de
Cervantes y Salvador Allende. “Vi dos esqueletos masculinos de unos 20 años, de
una determinada estatura, con un determinado tipo de pelo… Mi margen de error
prácticamente era cero. Eran ellos. Calculé que se iba a organizar un buen
jaleo”, cuenta al otro lado del teléfono. Fueron importantes también algunos
detalles de problemas dentales de ambos jóvenes aportados por las familias.
“Esta vez sí”, recalca que pensó en aquel momento.
Explica
Etxeberria que en la época se fueron conocieron revelaciones de personajes como
José Amedo que apuntaban a que, si de él dependiera, haría desaparecer un
cuerpo en España, enterrado en el suelo y con cal viva. Estas pistas hicieron
que al “honrado” agente García le saltara la bombilla. Fue él quien recibió al
forense en el aeropuerto y quien le facilitó toda la información. “Era un buen
funcionario que hablaba de democracia y de acabar con las chapuzas”, recuerda.
García falleció de un infarto fulminante televisado en directo mientras
declaraba en el juicio, celebrado en 2000. “Lo primero que pensé fue que no era
casualidad. Fue beber agua y caer redondo”, recuerda Zabala, allí presente. “Él
sí que tuvo que soportar presiones”, afirma Etxeberria.
Este
especialista entregó a los pocos días de la inspección un detallado informe
mecanografiado, con gráficos y con fotografías que identificaba como Lasa y
Zabala a los restos mortales hallados. Tenía 64 folios. De hecho, en las
imágenes se aprecian claramente los efectos devastadores de los balazos. “No sé
si puede haber un crimen mayor. Van a otro país soberano, los secuestran, los
traen a este país, los tienen en un centro clandestino de detención, los
torturan, los asesinan y los ocultan. ¡Había un centro clandestino de detención
y tortura a 500 metros del Palacio de Justicia de San Sebastián en plena
democracia! Lo hicieron funcionarios públicos con recursos públicos y con
conocimiento de las autoridades. Es completamente imposible que todo esto lo hicieran
miembros de la Guardia Civil ‘motu proprio’”, opina Etxeberria.
La “salvaje” Ertzaintza en el cementerio
La
identificación de los cuerpos y la posibilidad de llevar a juicio a los
responsables no fue el final del camino. Las familias sienten como una puñalada
lo ocurrido con la llegada de los féretros al aeropuerto de Hondarribia -en un
vuelo regular de Avianca- y en el funeral en Tolosa después. Esto sucedió en
junio de 1995. Había instrucciones judiciales precisas sobre el manejo de los
ataúdes con las que las familias no estaban de acuerdo. De hecho, los féretros
estuvieron una hora parados en la pista hasta que se ordenó que cuatro
furgonetas de la Ertzaintza acompañaran a los coches fúnebres hasta el
camposanto directamente.
“Había
mucha gente apoyándonos y desde los cristales de la terminal vimos cómo daban a
diestro y siniestro. Fue descorazonador”, explica Zabala sobre lo sucedido en
el aeropuerto. Allí estaba la Policía Nacional dentro del recinto, la Guardia
Civil en la pista y la Ertzaintza fuera. Se corearon proclamas como ‘ETA,
mátalos’ o ‘Gora ETA militarra’ y ello motivó una respuesta de los
antidisturbios. Cuatro dirigentes de Herri Batasuna (HB, el partido de la
izquierda abertzale) resultaron heridos por la actuación policial, incluidos
Jon Idigoras y Rafael Díez Usabiaga. Hubo trasladados al hospital comarcal del
Bidasoa.
“Y, si eso fue dramático, lo de la Ertzaintza
en el cementerio de Tolosa fue salvaje. Solamente estábamos la familia directa,
algunos representantes políticos y la prensa. Al intentar poner una foto…
Empezó una carga policial. No fue nada amistosa la presencia de la Ertzaintza.
En todo momento lo que hicieron fue intimidar a la familia”, cuenta Pili
Zabala. Las crónicas explican que la Policía vasca cargó a porrazos, con
pelotas de goma e incluso con las culatas de las escopetas. Años después, el
entonces consejero de Interior, Juan María Atutxa, del PNV, realizó autocrítica
por lo sucedido y admitió que fueron momentos “imborrables”, aunque remarcó que
había un contexto muy concreto con ETA muy activa -Gregorio Ordóñez acababa de
ser asesinado y él mismo era objetivo terrorista- y apoyo social a esa
organización. “No es válido para las familias. Tras la actuación de la
Ertzaintza hubo heridos y todas las denuncias fueron archivadas. Lo vemos como
una venganza más de determinados eslabones del Estado”, responde Zabala
preguntada por esta petición de disculpas de Atutxa.
“No sé si me va
a matar ETA o Galindo”
Etxeberria
y García no fueron los únicos apoyos de las familias Lasa y Zabala. Su abogado
fue Iñigo Iruin. En el Gobierno de González, una joven exmagistrada, Margarita
Robles, ahora ministra de Defensa, y otros (pocos) altos cargos comandaron un
trabajo interno que encontró “dificultades” y “recriminaciones”, según la
sentencia del caso. También se implicó en esclarecer los hechos el gobernador
civil de Gipuzkoa en 1995, Juan María Jáuregui, el último del ‘felipismo’.
“Maixabel, no sé si me va a matar ETA o Galindo”, le confesó a su mujer tras
declarar como testigo en la Audiencia Nacional. Lo hizo ETA, en 2000. Su
esposa, de apellido Lasa y nacida a 11 kilómetros de Tolosa, llegó a ser la
responsable de Víctimas del Gobierno vasco y, en 2021, protagonizó una película en la que explica sus
encuentros con los asesinos de su marido que han querido desmarcarse del
terrorismo.
Lasa
recuerda que recibieron las noticias sobre la identificación en Alicante en La
Cumbre, que se había reconvertido en la residencia de los subdelegados del
Gobierno en la provincia. “Aquello era una jaula de oro. Tenía todas las
comodidades, pero era una jaula. Estábamos vigilados por la Guardia Civil.. Era
como un museo”, cuenta sobre el espacio donde torturaron a los
tolosarras. La reciente ley estatal de memoria democrática prevé su
cesión a Donostia para un uso memorialístico.
Asegura
Maixabel Lasa que “Juan Mari” hizo lo que tenía que hacer, es decir, colaborar
para limpiar la corrupción a todos los niveles. “Conocía perfectamente las
irregularidades que se cometían en Intxaurrondo”, afirma sobre su marido.
Sostiene también Lasa que es “vergonzoso” que Lasa y Zabala no sean
considerados víctimas del terrorismo: “Son igual de víctimas que yo. Estamos en
2023. Han pasado 40 años. Me da vergüenza”.
Lamenta
esto mismo Etxeberria, que también es guipuzcoano y también de “un pueblo de al
lado” del de las familias, Beasain. La segunda familia, según expresa Pili
Zabala, está muy herida por un reciente intento judicial en el que no solamente
no obtuvieron los objetivos deseados sino que les han obligado a pagar las
costas, 9.256,06 euros exactamente. “A mi madre, con 93 años, le han hecho
esto. Nos quitan lo que más queremos y encima les tenemos que pagar”, dice la
hermana de uno de los dos asesinados.
“Ellos
son víctimas del terrorismo igual que lo soy yo. Fueron rastreros. Es obsceno
que les cobraran. El calvario de estas familias es terrible. Es un maltrato
gravísimo”, sostiene en la misma línea Consuelo Ordóñez. Y denuncia que no es
el único caso. Ordóñez cita otro ejemplo reciente, el del hijo de un
guardiacivil asesinado por ETA. Le pagaron la mitad de la indemnización que le
correspondía y, al recurrir, “le llegaron unas costas impresionantes”. Esa
víctima es Antonio Ramos, que antes de fallecer en 1986 tras ser tiroteado en Arrasate-Mondragón
ya había resultado herido en otro atentado, precisamente el de la noche del 15
de octubre de 1983 en la que Elgorriaga y Rodríguez Galindo iniciaron un negro
capítulo de terrorismo de Estado después de visitar el lugar de aquella acción
de ETA
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