LAS HORAS PASAN Y LOS FACHAS
SE DESESPERAN
JUAN TORTOSA
Parece que hasta
que no veamos a un ministro de Unidas Podemos con la bandera española en su
despacho, muchos no van a acabar de caer en la cuenta de que esa bandera, al
menos de momento, nos representa a todos. Ha llegado la hora de que
determinados partidos políticos entiendan que no tienen ningún derecho a
utilizarla como instrumento de agresión frente a aquellos compatriotas que no
piensan como ellos. La bandera no es patrimonio de ningún sector, por mucho que
haya quienes se empeñen en esgrimirla en la pulsera o colgada en los balcones
como si fuesen dardos envenenados. A unos les puede gustar más y a otros menos,
pero la bandera española representa a todos mientras esté vigente. Esa
secuencia en la que Angela Merkel aparece retirando una bandera alemana de un
acto de su partido es toda una lección de democracia y respeto, una manera de
actuar que nos vendría bien copiar y aplicar aquí cuanto antes.
Quizás lo que temen
muchos de quienes gritan ¡Viva España! como si estuvieran diciendo ¡Arriba las
manos! es que la llegada al gobierno de varios ministros de un partido a la
izquierda del PSOE se produzca con absoluta normalidad democrática y sin que
eso signifique que se va a acabar el mundo. Esa incorporación va a comportar
cambios en según qué usos y costumbres, qué duda cabe, pero el mundo no solo va
a continuar su marcha con absoluta normalidad sino que muchas cosas es posible
que mejoren pronto, y eso es lo que en realidad temen los fulleros y
predicadores del desastre que tanto nos calientan la cabeza en estos días. Como
temen también que el asunto de Catalunya encuentre caminos de solución por la
vía del diálogo y eso acabe despojándoles de una de sus coartadas favoritas
para seguir metiendo follón y alentando el mal rollo.
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A la derecha
ultramontana le va a costar digerir que quienes hasta hace poco estaban
protestando en las calles reclamando un cambio en la manera de hacer política
puedan a partir de ahora andar representándonos por medio mundo con una bandera
y un himno que ellos consideran solo suyos. Ese gobierno inédito, si finalmente
sale adelante a pesar de los intentos de golpismo de estos días, partirá con un
programa amplio y sólido, pensado para mejorar la vida de la mayoría, un
ejecutivo que tendrá que adoptar medidas también inéditas con las que desarmar
los vaticinios de tanto agorero desaforado. De tanto gamberro y vocinglero
dedicado a poner a diario el grito en el cielo y que, si se consuma la
coalición, no tendrá reparo alguno en elevar el listón de los ataques haciendo
el mayor ruido posible y obligando al gobierno a defenderse de patrañas que le
robarán mucho tiempo del que necesitan para hacer el trabajo para el que han
sido elegidos.
Quienes atacan con
saña el gobierno de coalición que puede formarse a partir de este martes lo
hacen porque temen su solidez. Saben que quienes ocuparán las carteras en
nombre de Unidas Podemos no son, ni mucho menos, cuatro indocumentados. Saben,
además, que por primera vez, quizás, podrán levantarse según qué alfombras que
llevan lustros pegadas al suelo y que, si eso se hace, puede que acabemos
conociendo según qué cosas que quienes ocuparon el poder hasta ahora nunca
quisieron que conociéramos. Ese es uno de los mayores miedos que tienen, que ha
llegado el momento de pasar la ITV. Por eso se envuelven en la bandera de todos
como si fuera exclusivamente de su propiedad, por eso ladran insensateces y
llaman sin pudor a la rebelión de jueces, políticos y militares.
Destrozaron España
y siguen empeñados en continuar haciéndolo. Y en el colmo de la ironía, acusan
de querer romperla a quienes aspiran a poner un poco de esperanza en tanto
desencuentro. Porque ¿cómo se puede romper lo que ya está roto? Lo que hay que
hacer es recomponerlo, y para eso hace falta mucho trabajo y tiempo. Dos cosas
que los ultras, con la ayuda de la Iglesia y tantos otros poderes que intuyen
su pérdida de influencia, no quieren que el nuevo gobierno tenga ni en broma.
Las horas pasan y los fachas se desesperan. El suspense, hasta el último minuto,
será inevitable.
J.T.
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