CUIDAR DE LAS BESTIAS LO
QUE VOTAMOS
JUAN CARLOS MONEDERO
Después del 15M, El
Roto publicó una viñeta que resumía una época. En una Puerta del Sol abarrotada
y bajo una bandera blanca, se leía: «los jóvenes salieron a la calle y
súbitamente todos los partidos envejecieron». Eran tiempos del bipartidismo, de
un PNV y una CiU aliadas de las tropelías bipartidistas, y de una Izquierda
Unida a la que le pesaba demasiado la ortodoxia. Europa ya no ayudaba sino que
mandaba memorándum secretos que golpeaban nuestra Constitución en lo mejor que
tenía. El 15M se echó a la calle con preguntas, no con respuestas. ¿Por qué no
me representas? ¿Por qué me tratas como una mercancía? Y fueron esas preguntas
las que operaron la magia de la politización de una sociedad que parecía
adormecida entre la televisión y el fútbol.
En aquel entonces
hacíamos La Tuerka, un programa humilde en una televisión de barrio. Sabíamos
que algo se movía. Yo acababa de publicar La Transición contada a nuestros
padres y ya allí reflexionaba sobre el agotamiento del régimen del 78, de la
monarquía de Juan Carlos I, del consenso territorial y del bipartidismo. La
crisis de 2008 había soliviantado los ánimos y se hacía más intolerable la
distancia entre la ciudadanía y los políticos. Un tiempo se marchaba y otro se
aproximaba. Pero lo viejo no terminaba de morirse y lo nuevo no acababa de
nacer.
Cuando en 2016
Podemos sacó cinco millones de votos e Izquierda Unida un millón, las alarmas
de los beneficiarios del bipartidismo sonó con estruendo. Los ricos llamaron a
sus mafiosos, las cloacas volvieron a reunir a sus ratas y la prensa mercenaria
recibió su soldada. Hay que recordar que Pedro Sánchez gobernaría después tras
la moción de censura con apenas 5’3 millones de votos. La alternativa ante la
irrupción de Podemos era clara: o un gobierno del PSOE con Podemos e Izquierda
Unida, o una gran coalición del PSOE con el PP y Ciudadanos. La historia
después del fracaso de la gran coalición del PSOE con Ciudadnos es conocida:
presiones, cloacas, mentiras, ataques, fomento de divisiones, caída de votos,
ataques furibundos y, sorprendentemente, una resistencia insólita de Podemos y
de Pablo Iglesias. Albert Rivera descansa en los márgenes sucios de la
historia.
Ayer se firmaba un
acuerdo de gobierno que recoje una parte no pequeña -tampoco enorme- de las
reivindicaciones de los movimientos sociales, incluidos los sindicatos, que
venían reclamándose cuando menos desde el 15M. Faltan muchas cosas, en algunos
ámbitos va despacio, pero es, sin duda, el programa de gobierno más progresista
que se recuerda en muchos años.
Aparecen en el
programa la subida de impuestos a los muy ricos (aunque a los economistas del
sistema les parece que ganar 130.000 euros al año no es gran cosa); subida del
salario mínimo; derogación de la reforma laboral de 2012 que permite el despido
por bajas por enfermedad; se deroga la maldita Ley Mordaza con la que el PP
quiso acallar a nuestro país; creación de una red de escuelas infantiles que
haga más real la igualdad entre hombres y mujeres junto al aumento de los
permisos de paternidad y la equiparación de salarios entre hombres y mujeres;
reducción de las tasas universitarias; avances en la atención a la dependencia
(cuya ausencia tiene a tantas personas y familias en el infierno); actualización
por ley de las pensiones al IPC (para que los pensionistas salgan a la calle a
enseñar desobediencia y no más a pedir esta promesa siempre incumplida);
caminar hacia la renta básica atendiendo de momento a los más vulnerables con
un ingreso mínimo vital; se van a frenar las subidas abusivas de los alquileres
que impiden a tanta gente, especialmente a los jóvenes, tener una vivienda
digna; enfrentar con valentía la ludopatía y las casas de juego (no hay que
olvidar que el Ministro de Justicia del PP, Rafael Catalá, venía de la patronal
del juego y está otra vez en la patronal del juego); recuperar el apoyo a las
renovables y caminar hacia la transición ecológica; fomentar la conciencia
feminista que vaya acabando con siglos de patriarcado y violencia contra las
mujeres; apoyo a las PYMES, especialmente atendiendo a sus dificultades
tributarias que no han atendido a sus peculiares necesidades; participación del
Estado en la recuperación de la memoria histórica en un país donde el
franquismo sociológico campa por sus respetos mientras 114.000 españoles siguen
en cunetas; crear infraestructuras en la España vaciada, que reclama trabajo en
las zonas rurales, atención sanitaria, infraestructuras y un internet muy
potente que le otorgue una ventaja competitiva. Y todo ello, dentro de un
compromiso europeo e internacional con la democracia, urgente en un momento de
lawfare y de ataques constantes en tantos sitios a los derechos humanos.
Y, como no podía
ser de otra manera, la asunción de que el conflicto en Cataluña tiene que
convertirse en un reto que debe solventarse a través del diálogo. La derecha
lleva más de dos décadas viviendo de agitar el fantasma de «España se rompe»,
ayer con Euskadi, hoy con el independentismo catalán. Y solo ha servido para que
el número de gente que quiere irse de España haya crecido invariablemente.
España es una nación de naciones. Y es tiempo de explicarlo para poder
entenderlo. Hay que explicar que nos sentimos españoles solo desde 1808 y
también que en Cataluña fue más importante 1808 y la lucha contra los invasores
franceses que 1714 y esa guerra entre Cataluña y España que tuvo también su
parte de guerra civil. Hay que enfriar los mitos que preparan las cabezas para
embestir y no para pensar. La democracia no bebe acríticamente de la historia,
ni viene dictada por mitos irracionales, sino que nace de la decisión que tomen
los pueblos acerca de su convivencia. Para que España no se rompa hay que
entender que España es un país plurinacional y que los Reyes Católicos nunca construyeron
nación sino imperio.
El cada vez más
cercano gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos ha desatado la
correa de las bestias. La derecha, como en otros lugares del mundo, no reconoce
el resultado de las elecciones si no les ha favorecido el voto. Braman en las
televisiones con ánimo pregolpista y ya no es que no concedan los 100 días de
rigor para saber cómo es que gobiernan, sino que les dan menos cien días para
poner en las ruedas todos los palos que puedan. Deseando que se tropiecen en
sus trampas y luego poder decir con su hipocresía bastarda: «ya te decía que
ibas por mal camino». ¿No lleva la derecha haciendo eso toda la vida? ¿Cuándo
han reconocido alguna derrota electoral?¿No dieron un golpe en 1936?¿No
hicieron un cartel para acabar con el gobierno de Felipe González?¿No hablaron
de pucherazo cuando ganó Rodríguez Zapatero?¿No hicieron el Tamayazo cuando
perdieron la Comunidad de Madrid? ¿No se han aliado con la extrema derecha para
gobernar en Madrid, Andalucía, Murcia?¿Cuándo esa derecha franquista y violenta
ha guardado las formas democráticas cuando estaba fuera del gobierno? Es
estando en el gobierno y escuchamos a Díaz Ayuso, que es Presidenta de todos
los madrileños, decir que el gobierno de Sánchez e Iglesias es un gobierno
proetarra.
Este gobierno de
coalición representa a una España mayoritaria que nunca ha podido ser
representada en España en libertad, siempre asustada por el ruido de sables, el
advenimiento del apocalipsisis o alentada por la trampa electoral del voto
útil. Este gobierno nace con muchos enemigos, algunos internos, y lo tiene que
cuidar tanto una gestión excelente a favor de las mayorías como el pueblo que
lo ha votado. Siempre he dicho que no basta votar. Ahora nos va a tocar cuidar
lo que votamos, siendo muy exigentes, convirtiéndonos en las calles en un
eslabón fuerte de la cadena, reclamando y sosteniendo un gobierno para las
mayorías. Siempre dijimos que no bastaba con depositar el voto. Ahora, con la
derecha echada al monte, es el momento de darnos cuenta de que votar es
solamente uno de nuestros esfuerzos y no el mayor. Feliz gobierno y feliz 2020.
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