PORRAZOS, PATADAS Y PELOTAS DE GOMA: EL ARTE DE PEGAR A NEGROS
MOHA GEREHOU
Se
suele decir que sentimos mayor empatía y solidaridad por las muertes o
desgracias cercanas, ya sea proximidad afectiva a la víctima o por compartir
espacio común. Es decir, que nos toca más si alguien muere en Sevilla que si lo
hace en Mosul (Irak), o si alguien es apalizado en Huesca a si recibe una tunda
en Banjul (Gambia). Lo que no deja de ser curioso es cómo hay sucesos que por
muy cerca que nos toquen no despiertan la misma indignación: el último ejemplo,
las patadas y porrazos de unos agentes de Policía a unas personas que
intentaron cruzar la frontera de Ceuta.
Tras
la entrada del grupo aprovechando un fallo de seguridad, varios miembros de las
autoridades que custodiaban la verja intentaron frenar su entrada básicamente
‘a hostias’. Un episodio que no dista en absoluto de lo sucedido en el Tarajal
cuando 15 personas fueron asesinadas tras recibir pelotazos de goma cuando
intentaban entrar a España. Un episodio más en una lista que tiene un punto en
común: el uso de la fuerza bruta para proteger las fronteras (internas y
externas) pasando por encima de todos los derechos humanos habidos y por haber.
Más
allá de lo perpetrado por las autoridades la situación es similar. Semanas
atrás moría en Salou el senegalés Modou
Mai Ndiaye tras recibir una paliza de cuatro individuos que se dieron a la fuga
y que todavía no han sido detenidos. Posteriormente, la autopsia reveló que
Modou no murió por los golpes y ya se buscan otros motivos, para lo cual se
hará un análisis de tóxicos. Pero lo único obvio es que sin esa paliza habría
un 99% de probabilidades de que Modou Mai Ndiaye siguiera vivo.
¿Por
qué eldiario.es necesita socios y otros medios no?
La
principal tarea pendiente del periodismo es reconectar con la sociedad. Nuestra
profesión no inspira la confianza que debería. Nadie se cree...
Leer
más Abrir en una pestaña nueva
Casi
25 años después del primer asesinato racista reconocido como tal, el de
Lucrecia Pérez, el panorama apenas ha avanzado. Las personas negras, latinas,
árabes, etc... seguimos siendo asesinados en casos que no movilizan ni a la
población en su conjunto ni a políticos y medios en particular.
Cuando
pensamos en crímenes racistas siempre nos vienen a la cabeza los Estados
Unidos. Philando Castile, Michael Brown, Alton Sterling... Casos que
trascendieron las fronteras del país norteamericano para situarse en nuestras
pantallas y textos. Una atención necesaria que contrasta con España, donde los
episodios similares son apenas conocidos por la mayoría social. Las desgracias
se suceden en España como en el Tarajal o ahora en Salou, pero seguimos
indignándonos solo con lo de Estados Unidos como si lo de aquí no fuera con
nosotros.
Estos
casos tan dispares pero con el elemento común de la nula atención social
reafirman una idea que debería extenderse más: la lucha contra el racismo no
necesita solo de una educación que termine con los prejuicios, sino que debe
llevar aparejada una lucha política que cuestione situaciones relacionadas con
la política y las leyes. Un modelo de sociedad que garantice los derechos y
libertados de los ciudadanos por igual, y esta ciudadanía de segunda que
provocan todas las fronteras, la maquiavélica ley de extranjería y cientos de
situaciones en las que nos sentimos desamparados e incomprendidos.
La
lucha contra los crímenes racistas debe avanzar, independientemente de la
empatía de una sociedad que por el momento prefiere indignarse con lo que
sucede en Estados Unidos a levantar la voz con lo que ocurre en España.
Garantizar que los porrazos, patadas y pelotazos de goma sean castigados del
mismo modo y repudiados unánimemente por la sociedad, ocurran en Salou o
Minnesota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario