DESACUERDO RADICAL
ELISA BENI
Amenazas en las
puertas y la fachada de un centro de culto en Montblanc
Tras
la muerte y el dolor, la unidad se nos presenta como un salvavidas evidente que
nos redime del absurdo del terror y nos humaniza. Si somos realistas podemos
afirmar que ni las fotografías conjuntas ni los mensajes comunes consiguen
ocultar la diferencias en el análisis de las causas últimas de la
radicalización de los yihadistas que manejamos en las democracias occidentales
y, por tanto, de las divergencias a la hora de señalar de forma unívoca los
pasos a dar para paliar y minorar el efecto de esta oleada de terrorismo cruel
y destructivo.
Las
redes sociales, pero no sólo, también en menor medida las calles y las declaraciones
de unos y otros, han vuelto a dejar palmariamente claro que al menos hay dos
posiciones de opinión pública frente a un problema que nos atañe por igual y
que golpea con la misma fuerza a todos. No todas estas posturas, desde luego,
son equiparables en términos éticos. Ya hablaba el otro día de que entre el
bien y el mal no podemos ser equidistantes y, por tanto, no puedo serlo entre
los que buscan bienintencionadamente soluciones, aunque sean distintas, a esta
devastadora realidad, y los que quieren aprovecharla para hacer fuertes sus
propuestas xenófobas, racistas y fascistas. Entre ambos sólo cabe plantar cara
a los últimos, como hicieron los barceloneses en la Rambla.
Ahora
bien, entre los que buscamos de buena fe comprender este terror que golpea a
los pilares de nuestras sociedades, tampoco hay unanimidad.
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Por
un lado tenemos a los que consideramos que –sin olvidar el necesario refuerzo
de medios y financiación para los servicios de inteligencia, policías y lucha
antiterrorista– la respuesta debe pasar también por la eliminación de los
ingredientes socioeconómicos que contribuyen a la radicalización de personas,
cada vez más jóvenes, que viven entre nosotros. Según el Instituto Elcano estas
cuestiones sobre las que es preciso actuar tienen que ver con el desarraigo, la
exclusión social, la falta de oportunidades, el conflicto identitario y el
salafismo.
Hay
quiénes entendemos que la organización mundial que hemos creado en torno a la
globalización, el individualismo y la competición creará cada vez más
perdedores. Aquí enlazo con Enzensberger: "El perdedor radical se aparta
de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus energías y
espera su hora". Insertos en nuestras sociedades, viviendo entre nosotros,
hay individuos a los que la comparación de su realidad personal con su entorno
vital les resulta siempre desfavorable y que ante ello no sienten sólo irritación
sino rabia asesina. Mientras son individuos solitarios son casi invisibles pero
cuando llega una ideología capaz de hacerles sentir que hay un colectivo de
congéneres que les da la bienvenida y para cuya causa son seres únicos y
valiosos, entonces "el perdedor radical experimenta un poderío
excepcional, su acto le permite triunfar sobre todos aniquilándolos". Ese
aglutinador ahora mismo está servido con DAESH o Al Qaeda y con los
predicadores salafistas y wasabistas, que en los atentados de Barcelona parece
haber sido el imán de Ripoll y en el 11M fue Mohamed Larbi Ben Sellam y la
pequeña mezquita de Alonso Cano.
Reflexionar
sobre las causas no significa, desde luego, justificarlas. Lo cierto es que si
no buceamos profundamente en los motivos que hacen que jóvenes casi
adolescentes se radicalicen hasta pasar a cometer tremendos atentados en
periodos cortos de tiempo no podremos aproximarnos al problema, aunque cierto
es que "al sentido común, la lógica del perdedor radical le resulta
incomprensible".
Comenzaba
diciendo que las posturas no son comunes. Frente a este discurso que pide a
gritos ampliar la lucha policial o militar contra el yihadismo a una lucha
también social, nos encontramos el discurso que veladamente nos habla de las
dificultad de otras religiones u otras culturas para integrarse con la nuestra
y convivir. Este posicionamiento clama por posicionamientos más duros y
restrictivos en el ámbito de la seguridad, el control de la inmigración y el
mantenimiento de sociedades de mayor homogeneidad cultural y racial.
El
verdadero problema para una respuesta unívoca no reside pues en los cálculos
políticos, como algunos quieren hacer ver, sino en la irresoluta coexistencia
de ambas tendencias en la sociedad europea y también en la española.
García–Albiol
clamando el viernes en Plaza de Catalunya por la unidad en torno al Pacto
contra el Terrorismo Yihadista, tras haber declarado recientemente que el
problema de la UE con el terrorismo reside en el multiculturalismo y en la
falta de integración, resume de forma abrupta la cuestión. Entre los que
piensan como Albiol y los que abominamos de ese planteamiento y nos
posicionamos más en torno a la idea de Enzensberger es difícil adoptar un
ideario común. Para ellos nosotros somos "buenistas" y para nosotros
ellos son xenófobos intolerables.
Ahora
que todos repiten que es el momento de la unidad, es cuando procede señalar que
mientras este debate recorra Europa y España será difícil una línea de
actuación unívoca. Yo, particularmente, tampoco en esta cuestión creo en la
equidistancia. Tengo claro que los excluyentes sólo añaden gasolina a esta
compleja cuestión.
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