ALGUNOS HOMBRES MALOS
MIGUEL LORENTE
El presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo (3º
d), junto a otros miembros del Ejecutivo , durante el minuto de silencio que se
guardó en memoria de la mujer asesinada en Santa Cruz de Tenerife
El
hombre es bueno por naturaleza, ya lo dijo Rousseau, aunque luego se convierta
en un lobo para Caperucita, sobre todo si es roja y feminista. En cambio la
mujer es mala por esa misma naturaleza, aunque luego se conviertan en madres y
santas, siempre bajo los dictados de un hombre y un dios que las controle y las
oriente por el buen camino.
La
bondad o la maldad esencial, esa que va unida a la identidad de las personas,
no se mide por la conducta aislada, sino por el papel que dicha conducta tiene
dentro del grupo o de la sociedad donde se lleva a cabo. Por eso, cuando el
sistema está construido sobre el machismo y los valores e ideas que se adoptan
como normales están fundamentados sobre la desigualdad, los comportamientos
dirigidos a mantener el modelo, a corregir las desviaciones que se produzcan
dentro de él, o a castigar comportamientos que puedan debilitarlo, no se ven
como “malas acciones” ni como algo negativo en su esencia, aunque se pueda
cuestionar, incluso sancionar, su resultado cuando este supere ciertos límites.
Pero, en esos casos, lo que se cuestionará será la extralimitación en el
resultado, no la conducta a favor del sistema.
Es
lo que sucede con la violencia de género, una violencia completamente integrada
dentro de la normalidad, hasta el punto de que el 44% de las mujeres que la
sufre y no denuncia dice no hacerlo porque “no es lo suficientemente grave”
(Macroencuesta, 2015), y que su objetividad en forma de 60 homicidios de media
cada año haga que sólo el 1’4% de la población la considere un problema grave
(CIS, julio 2017).
La
violencia de género es una violencia estructural, es decir, surge de las
referencias que nos damos para convivir, y está amparada por los mandatos que
la cultura del machismo da a hombres y mujeres, tal y como hemos visto. Esa
normalidad lleva a la contextualización y a presentar los excesos como producto
de las circunstancias, y la conducta del agresor como consecuencia de ese
contexto circunstancial.
Desde
esa perspectiva, en lugar de ver toda la desigualdad histórica, que incluso ha
llegado a tipificar de manera benévola y comprensiva los homicidios por
violencia de género por medio del uxoricidio, y que mantiene la discriminación,
el acoso, el abuso y la violencia que sufren las mujeres en diferentes
contextos y circunstancias, se ve todo de manera fragmentada, como si fuera una
imagen pixelada. A partir de esa realidad resulta sencillo detener de manera
interesada la conciencia sobre algunos de sus aspectos que, sin ser falsos, no
son verdad al darle un significado completamente distinto fuera de su contexto.
El
machismo siempre ha jugado con esa contextualización sobre las circunstancias y
a esa individualización de los hombres violentos, para de ese modo ocultar el
bosque del machismo detrás de las ramas y frutos de los árboles que
estratégicamente ponen en primera fila.
No
es nuevo, siempre lo ha intentado al hablar de que los agresores en violencia
de género eran hombres con problemas con el alcohol, las drogas, que tenían
trastornos mentales o enfermedades psíquicas… pero ahora han dado un paso más,
lo cual, entre otras cosas, demuestra que el machismo es consciente de la
situación y juega con los argumentos para mantener sus ideas y privilegios.
Y
el paso que han dado es el de la “indefinición”, es decir, situar el problema
de la violencia de género a posteriori, es decir, una vez que ya ha ocurrido, y
en los hombres que la han protagonizado, pero ahora al margen de las
circunstancias. Es decir, ya no es necesario demostrar que era alcohólico,
drogadicto o enfermo mental, ahora basta con afirmar que era un “hombre malo” o
que se trata de un problema individual. Esta afirmación, que puede parecer algo
intrascendente, es un gran paso para el machismo, aunque sea un tropiezo en el
camino hacia la Igualdad para la sociedad.
Es
lo que ha venido a decir el Presidente de Canarias, Fernando Clavijo, al situar
el homicidio de Tenerife en un “problema de personas individuales”, afirmación
que es doblemente preocupante. Por un lado, porque reproduce el nuevo argumento
del machismo, y por otro, porque lo hace desde la Presidencia del Gobierno de
Canarias, que es desde donde se deben impulsar muchas de las medidas para
erradicar la violencia de género, y que si se parte de esa idea no se
desarrollarán.
No
debemos aceptar esta deriva argumental e ideológica que estamos viviendo en
estos últimos tiempos, y que ha llevado a manifestar planteamientos similares
desde el Tribunal Supremo y el Ministerio del Interior a través de las
conclusiones aparecidas en prensa sobre un trabajo científico realizado con los
homicidas por violencia de género, a los que califica de ocasionales,
sociópatas, psicópatas… pero siempre alejados del machismo y sin tener en
cuenta el contexto social y el significado de sus crímenes.
La
violencia de género está enraizada en el machismo, forma parte de los
instrumentos que ha necesitado a lo largo de la historia para hacer de la
desigualdad normalidad y de la injusticia cultura, no podemos permitir como
sociedad que el avance hacia la Igualdad y el cuestionamiento del machismo se
traduzca en una reacción que evite alcanzar la meta de los Derechos Humanos.
Los machistas lo tienen claro, lo vemos a diario, quienes aspiramos a la
Igualdad y a la convivencia en paz también debemos tenerlo para impedir que los
nuevo argumentos por tierra retrasen aún más la deuda histórica con la
Igualdad.
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