LA CULTURA EN LOS TIEMPOS
DE TERELU
DAVID TORRES
En
España basta abrir un periódico o encender una televisión por cualquier canal
para hacer un diagnóstico de la cultura española. Ayer en cambio, con sólo tres
noticias, más que un diagnóstico se podía hacer una autopsia: el papel olía a
cadáver y la pantalla del ordenador a pescado podrido. Ni una sola universidad
española está entre las doscientas primeras del mundo según el ranking de
Shangai, noticia alentadora da una idea de la eficacia de los diversos
ministerios implicados en este ajoporro, los cuales no sólo siguen empeñados en
centrifugar del país a cualquier joven con estudios y/o dos dedos de frente
sino empecinados en una batalla a muerte para que no vuelva a brotar ninguno.
Los
planes de estudio de las últimas décadas, perfectamente diseñados para la
analfabetización general, han conseguido escardar excelentes cosechas de
botantes (también se puede escribir con uve), aunque de vez en cuando, de entre
las redes oficiales, todavía escapa alguno con suficiente cuajo como para liar
el petate. Mientras tanto, a Mariano, el actual presidente y principal
representante del país -un hombre rigurosamente desleído- no se lo ha visto
jamás en ningún acto cultural, ni en la ópera, ni en el teatro, ni en el cine,
no digamos ya con un libro en las manos, al menos hasta que editen uno lo
bastante flexible para que pueda doblarse en tres y guardarse debajo del sobaco
al estilo del Marca. Lo más parecido a un acto cultural donde ha ido este
verano el Hombre Que Camina Deprisa es al Baile de la Peregrina, una gala de
caspa organizada en el Liceo Casino de Pontevedra donde las muchachas se
presentan en sociedad como en las novelas decimonónicas. No se descarta que,
después del baile, Mariano acabe con otro ataque de lumbago.
Ejemplo
supremo de la intelectualidad mostrenca y mamarracha producida en las
universidades españolas a ritmo de morcillas, el historiador Josep Abad se ha
lucido con un informe enviado al Ayuntamiento de Sabadell donde incluye una
lista negra de escritores, intelectuales, políticos y hechos históricos
hostiles, según él, a la lengua, la cultura y la nación catalana, y modelados
según el “modelo pseudocultural franquista”. Entre los escritores se encuentran
-atención- Quevedo, Góngora, Tirso de Molina, Calderón, Bécquer, Goya,
Espronceda y Antonio Machado, y suponemos que Cervantes no porque hace unos
años otra lumbrera catalanista descubrió que el padre del Quijote, en realidad,
usaba barretina.
La
máquina del tiempo inventada por este audaz historiador le ha permitido montar
un equipo de fútbol franquista que no tiene nada que envidiar a aquella
selección de filosofía alemana ideada por los Monty Python donde Nietzsche era
expulsado por juego sucio. Donde ya no cabe perdón de Dios -ni de Companys- es
en la adscripción de Machado (¡y de La Pasionaria!) a la delantera del
Caudillo: para catalogar a ambos de franquistas hace falta ser ignorante, lerdo
y miope de 50 dioptrías. Don Antonio se alineó desde el primer momento con la
República, pronunció un discurso multitudinario ante las Juventudes Socialistas
Unificadas en una plaza de Valencia, escribió una elegía terrible tras el
asesinato de Lorca y permaneció cerca de un año en la finca de Torre Castañer,
en Barcelona. Murió en el exilio, en Colliure, un pequeño pueblecito francés a
cuyo cementerio acuden en peregrinación cada año miles de amantes de la poesía
de todo el mundo, catalanes incluidos.
En
fin con tales eminencias trabajando a tope para las instituciones oficiales, no
es de extrañar que el libro de memorias de Terelu Campos haya vendido ya más de
trescientos mil ejemplares. Puede que incluso alguien se lo haya leído. Pero ya
que he hablado de Machado, prefiero terminar con un monumento auténtico de
nuestra Memoria Histórica, de la poca que va quedando: el soneto que don
Antonio le dedicó a Líster, jefe de los ejércitos del Ebro:
Tu carta -oh noble
corazón en vela,
español indomable,
puño fuerte-,
tu carta, heroico
Líster, me consuela
de esta, que pesa en
mí, carne de muerte.
Fragores de tu carta
me han llegado
de lucha santa sobre
el campo ibero;
también mi corazón ha
despertado
entre olores de
pólvora y romero.
Donde anuncia marina
caracola
que llega el Ebro, y
en la peña fría
donde brota esa
rúbrica española,
de monte a mar, esta
palabra mía:
“Si mi pluma valiera
tu pistola
de capitán, contento
moriría”.
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