OTRA POESÍA (DE AMOR)
ES POSIBLE
LAURA CASIELLES
“¿Sabéis cuál es / la última de mis herejías?
/ No me vais a creer / pero canto / al amor feliz”. El poeta marroquí
Abdellatif Laâbi, conocido por su trayectoria política, encarcelado y exiliado
por su escritura, sorprendía hace algunos años con un poemario amoroso, y él
mismo anticipaba las bromas, las críticas y las explicaciones, con versos como
estos. Entre los clichés que la poesía lleva encima como losas, el de los
“poemas de amor” es uno de los más pesados: el fantasma de la cursilería, el
arquetipo del amante doliente, un reparto de roles y voces acorde con todas las
estructuras del amor romántico. Entonces, si queremos pensar y construir otras
formas de amor, ¿tenemos una poesía que afronte el reto de ponerles palabras?
Haz
lo que te digo (Bartleby, 2015), de Miriam Reyes, aborda la parte del
diagnóstico: poemas que trazan el recorrido de una relación que se va forjando
a través de la indagación en el lenguaje y las conductas. Se va encontrando, así,
la conversión del asombro y de lo vivo en certezas, el modo en que todo se
llena de estructuras. “No es aconsejable depositar toda esperanza en otro
cuerpo”, previene; “por ejemplo yo a ti / ni te encontré ni te estaba esperando
/ por ejemplo tú y yo / ni tenía que ser ni que no ser”. Otras autoras indagan
en el proceso desde una perspectiva nítidamente feminista. Wendy (Pre-Textos,
2015), de Martha Asunción Alonso, inspira el título en el síndrome, conocido
por tantas, de las que van recogiendo peterpanes: “Dejad / que los huérfanos se
acerquen / a mí / (…) Mi corazón: seda / para sus garfios”.
Al
seguir explorando la aventura, se llega a lo que quizá sea lo único que ha
llenado aún más de clichés los libros de poesía que el amor mismo: su final.
Más allá de los relatos viciados de despecho y venganza, encontramos propuestas
reflexivas para acompañar la tarea de afrontar los cambios. Los dos últimos
libros de Teresa Soto, Nudos (¡Arre!, 2013) y Caídas (Incorpore, 2016),
conjugan las heridas de una historia que termina –”Cobijar el miedo / como si
fuese un exiliado / un herido de guerra / Sorprenderse después / de que domine
/ todo”– y la delicada sorpresa de otra que, por el contrario, nace en mitad de
un duelo, como un regreso de la luz: “Nos sonreímos / un poco / con cautela /
estábamos siendo felices / entre tanta ruina / y tanta pérdida”.
Si,
como escribe Carlos Vidania, “el amor en conserva / es una lata”, tenemos el
reto de encontrar maneras de “amar sin dueño / amar sin daño” (que dice a su
vez José María Gómez Valero). Y, sí: también en poesía hay quienes intentan
otras maneras de escribir la historia más vieja del mundo. Sara Torres, por
ejemplo, desarrolla en La otra genealogía (Torremozas, 2014) la utopía de una
isla de mujeres que viven amándose y sin extraños, entre el deseo y la magia,
con nuevas normas o tal vez sin ninguna: “Dos me aman / y a dos amo / Madre; /
dos me aman / a dos amo / y juntas tres / vamos al baile”.
Otro
par de libros recientes se zambullen en esa herejía cumplida del amor feliz.
Simplemente, eso tan difícil de encontrar: deliciosos, alegres, serenos relatos
de amor. De regreso a nosotros (Ya Lo Dijo Casimiro Parker, 2016), de Ana Pérez
Cañamares, es un poemario luminoso sobre un momento sin daño, un momento de
calma que no busca más: “La pasión por un paisaje / sin deseo de casa con
balcones”. Así también Felicity (Valparaíso, 2016), de Mary Oliver: a sus 80
años, la autora echa la mirada atrás y disfruta con limpieza y hondura. Y, como
quien deja migas en el camino, nos acerca, para las búsquedas, una pista: “Yo
pensé, vayamos lentamente con esto. / Es importante. Deberíamos pensarlo / en
profundidad. Deberíamos dar / pequeños pasos meditados. / Pero, bendícenos, no
lo hicimos”.
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