LOS PEQUEÑOS EMIGRANTES
CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
¿Qué los
impulsa a emprender una aventura semejante? Estudios sobre el tema abundan en
proporción inversa a las soluciones, dejando la puerta abierta para que miles
de niñas, niños y adolescentes intenten o, peor aún, logren traspasar los
límites de su aldea, caserío, ciudad y país en búsqueda de algo mejor, de un
futuro más promisorio que el ofrecido en su propia tierra.
Son los niños
emigrantes, aquellos privados de toda posibilidad de desarrollo en uno de los
países más ricos del continente.
Sacrificar a la
niñez en aras de la corrupción ha sido una de las políticas recurrentes durante
todos los gobiernos de la era democrática de Guatemala. Es importante mencionar
esto último porque durante las dictaduras los dados estaban echados, pero las
promesas a partir del renacer democrático se centraron de tal modo en los
derechos de la niñez, como para haber construido una de las plataformas
nutricionales, educativas, recreacionales y sociales perfectas para el desarrollo
integral y óptimo de las nuevas generaciones. Por supuesto, nada de eso ha
sucedido. Desde el minuto siguiente a la toma de posesión de un nuevo gobierno,
el olvido de la niñez ha sido el tono oscuro de todas las administraciones.
Institutos clausurados,
escuelas abandonadas, maestros mal pagados y peor capacitados ha sido la marca
país durante generaciones. Una universidad estatal que un día fue símbolo de
alta calidad académica cayó bajo el mismo círculo de corrupción, con obvias
consecuencias. La desnutrición crónica infantil se disparó hasta cubrir con su
sombra a enormes sectores de la población menor de 12 años y la carencia de
políticas públicas destinadas a reparar esos agujeros negros brillan por su
ausencia. El sistema de salud pública, también cautivo de grupos criminales,
sobrevive en condiciones paupérrimas por falta de un presupuesto que se deslizó
hacia los bolsillos de unos pocos.
Entonces, ¿cómo
es posible criminalizar a la niñez emigrante como si para ellos emigrar fuera
una travesura llevada al extremo? Porque esas niñas, niños y adolescentes,
quienes cruzan las fronteras en condiciones horrendas de riesgo e indefensión
son tratados como delincuentes en todos los puntos del trayecto. Explotados,
violados, hambrientos y desprotegidos por las autoridades –las mismas que los
agreden- carecen de toda garantía de supervivencia cuando por el contrario,
deberían ser objeto de la mayor protección.
La prioridad
ahora es evitar esa emigración de niñez abandonada. Para lograrlo, la sociedad
y el gobierno en pleno tienen la obligación absoluta de corregir los errores
que han llevado a Guatemala a convertirse en uno de los países con menor
calidad de vida del mundo por causa de la violencia, la corrupción y la desidia
de quienes detentan el poder en los sectores de decisión política y económica.
La vergüenza de ser una de las naciones “productoras” de emigración infantil ya
debería haber hecho reaccionar a la ciudadanía. Pero esta se ampara en la
ignorancia de la verdadera dimensión de la tragedia para no actuar, dejando el
destino de sus descendientes en manos de los menos calificados.
La niñez y la
juventud son los únicos recursos posibles de reciclaje de un país, son el nuevo
inventario de talentos, constituyen un tesoro potencial de productividad y
desarrollo cuyo desperdicio demuestra cuán poco interesa a las generaciones
actuales el futuro de su patria. El tiempo de rescatarlos ya ha vencido y ahora
es una tarea de la mayor urgencia actuar con conciencia, empatía y
responsabilidad. No es un asunto de caridad, es un tema de derechos humanos.
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