BAJO LA SOMBRA DE LA MENTIRA
CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
Mientras
un ex presidente recluido en prisión por haber creado una de las organizaciones
más sofisticadas para defraudar al Estado exige “trato humanitario” en sus
esfuerzos por convencer al juez de concederle arresto domiciliario, miles de
guatemaltecos sufren toda clase de carencias por el saqueo de la riqueza
nacional durante su mandato y viven en la más profunda miseria por falta de
oportunidades.
¿Hubo
para ellos “trato humanitario”? No debía haberlo. Lo pertinente debió ser un
modelo justo y equilibrado de administración del poder desde una visión de
nación, cuyos objetivos primordiales fueran el desarrollo de todos, para todos.
Sin
embargo, no fueron solo la pareja gobernante de la anterior administración
–junto con su círculo cercano de depredadores- los únicos responsables de la
situación caótica e irremediablemente perversa en la cual se debate la
población. Antes y después el cuadro permanece inalterable con sus vacíos, sus
deficiencias y sus hábiles estratagemas para mantener un estatus imposible de
transformar sin el concurso de quienes se benefician de él. Lo cual, por
deducción lógica, es casi imposible de lograr por las vías del diálogo y el
consenso, ambas herramientas condenadas al desuso no solo en los círculos
políticos, también en los centros de decisión económica cuya palabra es
decisiva y no deja espacio a disenso alguno.
En
este escenario, por lo tanto, hay grandes sectores de la ciudadanía cuya
existencia solo es tomada en cuenta por los círculos de poder cuando el tema se
trata de violencia, racismo, criminalidad o pobreza extrema. Es decir, cuando
el dedo acusador apunta a los menos favorecidos tal cual fueran ellos los
culpables de todos los males del país. Criminalidad, prostitución, hambre,
vienen siendo sinónimos de una Guatemala dolorosa para quienes pretenden
conservar una imagen más pulida de su país. Es entonces cuando se inicia la
frenética búsqueda de excusas para justificar una realidad inaceptable, pero
sostenida a la fuerza por un sistema al cual las clases más privilegiadas se
han adherido como lapas a la roca.
La
ciudadanía no quiere entrar en razones. No se ha apropiado del ejercicio
ciudadano para actuar, pero ni siquiera lo ha hecho para pedir explicaciones a
sus representantes políticos. Por un lado, quizá ignoran su poder porque nunca
leyeron la Carta fundamental en donde figuran sus derechos. Pero también porque
es muy cómodo esperar la intervención de otros para resolver los problemas que
les afectan de manera directa. Con esa actitud respaldan de manera tácita los
abusos cometidos en su contra y en contra de la integridad de la nación.
Guatemala
vive en una mentira constante. Vive la mentira de una democracia que no existe
en plenitud porque un puñado de adictos al poder ha tomado el control absoluto
de las decisiones más importantes para su presente y su futuro. Vive también la
mentira de un equilibrio económico sostenido por uno de los sectores más
maltratados de todos: los migrantes. Estos guatemaltecos, cuya vida consiste en
trabajar duro para enviar remesas, son quienes en realidad sostienen a un país
que los desprecia y cuyas autoridades ni siquiera intentan protegerlos de la
marginalidad y las deportaciones. Entre ellos, muchas niñas, niños y jóvenes
obligados a emigrar por causa de la violencia y la miseria, ambas lacras
provocadas por la codicia y el latrocinio de sus gobernantes.
Guatemala
no puede desarrollarse bajo la sombra de la mentira, para alcanzar el
desarrollo y la paz debe iniciar un proceso de cambios profundos contra toda
oposición.
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