EL INCESTO, UN DELITO OCULTO
CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
Esta
es una de las razones del porqué el incesto es uno de los crímenes más impunes
y difíciles de erradicar. Sucede en la intimidad del hogar, un ambiente exento
de vigilancia externa gracias a un condicionamiento social que lo considera el
ámbito amoroso, seguro y educativo por excelencia. Este prejuicio es un castigo
adicional para sus víctimas, condenadas al silencio absoluto por miedo y
vergüenza. Hablar de incesto, por lo tanto, resulta extremadamente difícil aun
cuando los delitos sexuales ya comienzan a ser debatidos en foros públicos y
círculos familiares, aun cuando los perpetradores de esta clase de violencia deben
enfrentar la acción de la justicia y la exposición pública de su conducta.
Si
todas las víctimas de incesto hablaran, el coro sería ensordecedor. Quienes se
han atrevido a exponer públicamente su tragedia resultan ser una minoría
insignificante en comparación con quienes la ocultan. Las experiencias
compartidas hablan de una patología social y no de actos aislados, como se
suele –o se desea- creer. Niñas, niños y adolescentes son presa fácil de un
depredador que los tiene a su alcance día y noche, en la soledad de un hogar
supuestamente seguro. Cuando el hecho es revelado por la víctima, se estrella
contra el conflicto de familiares más preocupados por el alcance social de la
vergüenza que por el derecho del menor a ser protegido de su victimario.
Uno
de los estereotipos frecuentes alrededor de este delito, es la creencia de que
lo comete alguien desequilibrado por el alcohol o de conducta violenta. En la
realidad, el depredador sexual puede ser una persona amable, respetable y
cariñosa, por lo cual su víctima –especialmente si es muy joven- sufre una gran
incertidumbre, por creer que la violación es también un acto de amor. Esto
convierte al incesto en uno de los delitos más perversos y destructivos contra
un ser humano indefenso.
Las
consecuencias del incesto alcanzan y atraviesan a generaciones completas. Al
ser cometido por personas del círculo familiar, cuenta de manera casi
automática con un pacto de silencio cuyas repercusiones son devastadoras para
las víctimas, pero también para quienes conocen el drama y lo callan. En este
escenario amparado por un sistema patriarcal dominante, se colocan sobre la
balanza la respetabilidad de la familia y la integridad del o la menor
afectado, resultando por lo general más livianos los derechos de las víctimas
en este juego de apariencias.
Quienes
son presa de un padre, un hermano o un tío agresor muchas veces callan por
miedo a la incredulidad de quienes deben protegerlos, agravándose todavía más
el profundo daño psicológico y la sensación de indefensión, sentimientos cuyo
efecto durará todo el resto de su vida manifestándose en patologías como baja
autoestima y relaciones de codependencia. La sociedad tampoco ayuda al imputar
toda la culpa a quienes padecen esta situación aparentemente irremediable en el
seno de su hogar.
¿Cuál
es la salida, entonces, a un fenómeno de tales dimensiones? Educación,
vigilancia, justicia y sobre todo asumir que la denuncia de una niña, un niño o
un adolescente es verdadera. La reacción automática de rechazo ante una verdad
cruda como el incesto es un golpe adicional contra la integridad de un ser
humano incapaz de defenderse e incluso de comprender aquello que le afecta.
Quitar los obstáculos a la expresión libre es un paso vital en la lucha contra
el secretismo de los delitos sexuales, no importando su naturaleza. La
protección de la niñez no es un asunto negociable.
EL
SILENCIO ES EL PEOR CASTIGO PARA UNA VÍCTIMA DE DELITOS SEXUALES, NO IMPORTANDO
QUIEN SEA EL AGRESOR.
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