PROHIBICIONISMO Y OTRAS ÁREAS
POLÍTICAMENTE INCORRECTAS
ANA PARDO DE
VERA
Escena de la película 'Casablanca' (1942)
España se mueve en una curiosa (o hipócrita) paradoja: por un lado, tenemos a un Ministerio de Sanidad empeñado en acabar de un plumazo con fumadores y bebedores sin prohibir la fabricación y el consumo de tabaco o el alcohol, perfectamente legales y lucrativos para las arcas públicas aunque sean dos sustancias muy adictivas y, a la vez, muy consumidas, sobre todo, el alcohol, que forma parte de nuestra vida social con total normalidad. Por otro lado, tenemos la prohibición -esta sí- del cultivo y la venta de cannabis, una droga ilegal cuyos beneficios en áreas muy concretas de la salud o la paliación de dolores crónicos o terminales, no obstante, están demostrados. Pero nada, pese a las experiencias de países tan subdesarrollados como Canadá o Uruguay con la legalización de la marihuana, en España mandan la moral conservadora y el prohibicionismo progresista (¿?), dos extremos que se tocan demasiado a menudo.
En
nuestro país, puedes hacer publicidad de la cerveza o el vino, pero no del
whisky o el ron, como si a un alcohólico, un enfermo, le importara algo la
diferencia de grados: un adicto no cuenta ni calorías ni cantidades, como todo
el mundo sabe, bebe para estar borracho/a lo que haga falta. Pero del adicto al
bebedor puntual hay infinidad de grises que no importan a las instituciones; si
no eres adicto o no tienes un problema de salud mental en un momento
determinado que te lleve a consumir compulsivamente, obviamente, no es lo mismo
que te tomes un par de vinos que un par de whiskies, lo sabes. También sabes
que el riesgo cero no existe y que el mejor tabaco es el que no se fuma (ni se
masca), la mejor copa la que no se bebe y la mejor raya de coca la que no se
inhala. No te contarán todo esto.
¿Te
han informado tus políticos de todos los riesgos que supone el consumo de
sustancias adictivas, legales o ilegales, para que tomes siempre tus
precauciones si decides consumir consciente de ellos y libremente como adulto/a
o se han desentendido de una parte, no vayan a decir? Porque naturalmente, los
menores, por cuestiones evolutivas, de maduración, no están invitados a esta
mesa de debate, pese a que el consumo de drogas, legales e ilegales, siga
siendo tan sencillo para ellos -más con el acceso a las plataformas digitales-
mientras el Gobierno se empeña en educarnos a los adultos a base de
prohibicionismos estériles, con solo la parte catastrofista de la información:
no hay una experiencia más fallida e hipócrita en la historia del control de
las sustancias adictivas que la llamada guerra contra las drogas de
EE.UU. en el siglo XX, incluida su ley seca; una guerra cruel que
se cebó hasta el odio con los enfermos, adictos y adictas, y potenció el crimen
organizado mirando para otro lado. Y ahí sigue, y aquí seguimos. Lo cuenta muy
bien el periodista Johann Hari en Tras el grito (Paidós
Contextos), un libro que siempre recomiendo, para que, como dicen las críticas,
seamos conscientes de la disparidad que existe entre lo que se nos transmite
desde las instituciones sobre las drogas y lo que en realidad sucede en las
calles.
Este
verano, donde la expresión del ocio se da al máximo nivel, he tenido la
sensación de que no hay nadie al volante de la educación pública en materia de
consumo (o no) de sustancias potencialmente adictivas (no; por suerte para
el sistema, los/as adictas son una parte pequeña de los consumidores y deben
ser tratadas desde una perspectiva multidisciplinar para la que existen muchas
asociaciones y recursos privados y apenas tratamientos públicos). La
reducción de riesgos en cuanto al consumo de alcohol y tabaco no existe, dice
Sanidad, tampoco te dan información rigurosa para que tomes tus propias
decisiones con conocimiento. Va todo en el mismo saco, como si el ser humano
fuera un adicto potencial sí o sí en todos los momentos y en todas partes; como
si las personas mayores de edad no supiéramos diferenciar entre tomarte un par
de cañas al salir del trabajo -si no vas a conducir-, una copa en casa con una
visita, el tabaco calentado o el tabaco de combustión frente a la
potencialmente autodestructiva adicción a cualquiera de estas dos drogas
legales, alcohol y nicotina.
El 75% de los menores de 18 años habría consumido alcohol
en los últimos doce meses
Prohibido
consumir todo, pero yo, Estado, me lucro con los impuestos porque sé que no vas
a dejar de consumir. ¿Me lo explican? Es
más, tanto no vas a dejar de consumir, que si prohíbo la fabricación, venta y
consumo de alcohol, te irás al mercado negro, como ocurre con las drogas
ilegales y entonces, no sabrás ni qué consumes ni los efectos que tendrá,
porque este Estado prohibicionista -que se dice "protector"-, que te
trata como a un/a menor y lucra sus arcas con tu consumo, no te da información
real de nada; mucho menos te la van a dar tu camello o el narcotraficante. Y
así se construye, por tanto, una economía paralela e ilegal muy fructífera en
torno al tráfico de drogas, de la que se habla poquito y contra la que se lucha
precariamente desde las fuerzas y cuerpos de Seguridad. Lo que está
pasando, vaya: porque todo el mundo sabe que el consumo cero no existe, es una
utopía por muchas y muy variadas razones, pese a la consciencia de los riesgos,
claro que sí; y tu Gobierno lo sabe también, pero nunca lo reconocerá porque,
al fin y al cabo, vivimos en una España todavía muy condicionada por una
doble moral que se niega a aceptar que el ser humano es nada más que eso.
Es
posible que sea mi experiencia adolescente y universitaria con el tabaco de
contrabando (de batea, el paquete blando que nos decían que era
mejor cuando íbamos a comprar) o la fariña en Galicia, opacada por la
falta de información, el lucro salvaje, la corrupción política y la muerte en
masa de quienes no sabían o desconocían casi todo, porque a nadie interesaba su
futuro. También es ese afán por la información rigurosa que mueve el
periodismo y que, en mi opinión, debe mover a todas las personas si aprecian en
algo su libertad. Mi criterio, profano pese a un moderado aprendizaje que
nunca se acaba de una cuestión complejísima, me dice que España no necesita un
Gobierno que le diga nada más que el tabaco y el alcohol son tóxicos en todas
sus vertientes, que lo son, sin diferenciación de ningún tipo. Los españoles
adultos necesitan y quieren, algunas al menos, toda la información de todo
tipo de los sectores implicados -no solo los médicos, que también- para tomar
las decisiones libremente y con todos los datos, sobre todo, en materia de
consumo de estupefaciente desde la copa de vino hasta las nuevas y peligrosas
drogas sintéticas, pasando por esas benzodiacepinas y opioides que se recetan
tan alegre y legalmente -y tan adictivas- desde los centros de salud colapsados
y sin sanitarios, sin capacidad de terapias ni tratamientos psicológicos y/o
psiquiátricos completos para todos y todas, ni siquiera para una pequeña parte
de los afectados, salvo los de la cartera llena. Eso sí genera adictos y
adictas, alcoholismo y/o tabaquismo: la falta de tratamiento de los problemas
de salud mental cada vez más graves en gente cada vez más joven; la adicción
como consecuencia de los problemas de salud mental también existe y no hay
prohibiciones que puedan ponerle remedio, sino una sanidad y la consciencia
plena (información) del asunto. Es un mundo éste en el que las instituciones se
niegan a entrar como merece, salvo aprobando cuatro leyes prohibicionistas sin
sentido para que creas que se preocupan por ti mientras hacen caja y demonizan
a tantos enfermos/as con su indiferencia. Y seguimos igual, con más consumo,
más tipos y cantidad de drogas, más adictos/as y menos sentido de la realidad
que nunca.
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