TIEMPOS DUROS PARA LOS NIÑOS Y NIÑAS
Foto: Unicef
Tiempos duros para los niños y las niñas. Los israelíes se centran especialmente en ellos, los supuestos terroristas del mañana. Para los nazi-sionistas, sus vidas no valen nada. Pero la vida no sólo es dura para los niños y niñas palestinos. Es dura para todas las criaturas de todo el mundo. La guerra se extiende a innumerables zonas del planeta y el clima es cada vez más caluroso. En su película Cafarnaum, la directora libanesa Nadine Labaki pone en escena a un niño de 12 años, refugiado sirio en Beirut, que comparece ante un tribunal tras haber decidido incoar un proceso civil contra sus padres. Cuando el juez le pregunta por qué quiere demandar a sus padres, Zain responde: «Porque nací» (o, más exactamente, «porque me trajeron al mundo»). ¿Qué es la vida para un niño sirio obligado por la guerra a refugiarse en Beirut, sino un infierno? Pero no sólo en Gaza y en Siria la vida es un infierno para los niños y las niñas.
Tomemos a modo de ejemplo Estados Unidos, donde la facilidad para adquirir armas permite que jóvenes infelices maten a niños y niñas en escuelas y supermercados antes de suicidarse. Es bien sabido que la infelicidad se extiende como un incendio en el bosque en ese país a juzgar por la venta de antidepresivos. Así pues, podemos predecir que los niños y niñas correrán cada vez más el riesgo de ser asesinados. Lo cual no es el peor de los destinos.
Sin
embargo, los supremacistas blancos quieren que las mujeres no dejen de procrear
a las víctimas del sueño americano, que se basa en el trabajo duro, la dura
competencia, el fentanilo, las armas y los proyectiles. Por ejemplo, la nueva
gloria del sueño americano, J. D. Vance, cree que tener hijos es un deber
nacional. Hace unos años, en su novela Hillbilly Elegy (2016),
Vance relataba el alcoholismo de sus abuelos y el historial de drogadicción de
su madre. Pero como el joven Vance no era un idiota, consiguió ir a Yale. Para
ser exactos, antes de ir a Yale Vance fue a Iraq para luchar en una guerra
criminal en la que murieron innumerables niños y niñas. Pero si uno tiene que
ir a matar criaturas para entrar en la prestigiosa Facultad de Derecho de Yale,
entonces uno pensaría que la vida para la gente de ese país no es realmente tan
hermosa. Sin embargo, J. D. Vance no está de acuerdo y desprecia a las mujeres
que no aceptan tener hijos para la patria. Refiriéndose a este tipo de mujeres
que traicionarían a Estados Unidos con su comportamiento, Vance pronunció estas
palabras:
Un puñado
de señoras estrafalarias, cuya única ocupación es cuidar gatos, que no tienen hijos,
que están descontentas con sus propias vidas y con las decisiones que han
tomado y que, por lo tanto, quieren hacer infeliz también al resto del país.
Lo que es
falso y repugnante en esta frase es la identificación de la miseria psíquica
con la decisión de no tener hijos. Vance es un hombre, está orgulloso de ser
estadounidense y está dispuesto a ir a Iraq para realizar su sueño americano,
pero cada vez menos mujeres en el mundo (y también hombres) están de acuerdo
con él. Y ello también se verifica en Estados Unidos, donde un número récord de
mujeres está optando por no tener hijos: 21,9 millones de mujeres
estadounidenses de entre 20 y 39 años no habían dado a luz en 2022,
alcanzándose con estas cifras un mínimo histórico, según el Census Bureau estadounidense.
¿Por qué deberíamos tener
hijos? ¿Por qué debemos entregar a personas inocentes a las máquinas asesinas
de la guerra, al apocalipsis climático y a una explotación laboral cada vez más
brutal? ¿Por qué debemos contribuir a la superpoblación en condiciones de
escasez de agua?
De
acuerdo con informes de encuestas recientes, el porcentaje de adultos
estadounidenses menores de 50 años que no tienen hijos y que probablemente
nunca los tendrán ha aumentado 10 puntos porcentuales entre 2018 y 2023, pasando
del 37 al 47 por 100. En 2022 nacieron casi 134 millones de niños en todo el
mundo, lo cual supone una media de 367.000 recién nacidos cada día. Aunque
pueda parecer una cifra elevada, en realidad es el número más bajo de recién
nacidos registrado desde 2001. Y podemos apostar a que esta cifra descenderá, a
pesar de Vance y de todos los guerreros patriarcales adalides de la supremacía
blanca. Si el fascismo del siglo pasado era la movilización de jóvenes
eufóricos que querían hacer la guerra y conquistar colonias, el fascismo de hoy
es la movilización obligatoria de energías que no tenemos ningún deseo de
movilizar. Ante todo, el fascismo es una campaña concebida para aumentar la
natalidad. Incitando a los europeos a ir a la guerra contra Rusia, Emmanuel
Macron dijo que Europa no solo necesita un rearme militar, sino también un
rearme demográfico.
El
problema es que cada vez más mujeres se dan cuenta de que vivir en el futuro
será probablemente horrible, así que la pregunta es: ¿por qué deberíamos tener hijos?
¿Por qué debemos entregar a personas inocentes a las máquinas asesinas de la
guerra, al apocalipsis climático y a una explotación laboral cada vez más
brutal? ¿Por qué debemos contribuir a la superpoblación en condiciones de
escasez de agua?
No hay razón
alguna para movilizar nuestras energías psíquicas en favor de una sociedad que
sólo sobrevive chupando la sangre psíquica y económica de los que tienen la
desgracia de haber nacido.
El
principal problema político actual es un problema filosófico (o biopolítico, si
se prefiere). La cuestión es: ¿es la vida un bien en sí misma? ¿Debemos pensar
que la vida es un bien, aunque se esté convirtiendo en una cámara de tortura?
Si crees que es justo traer al mundo a alguien que no te pidió venir a un
planeta invivible, si crees que tienes derecho a obligar a alguien a vivir en
un lugar donde la esclavitud, la aridez, la depresión y la guerra anulan la
posibilidad de cualquier placer, adelante.
Pero cada
vez hay más personas en el mundo que abandonan la tarea de dar a luz a las
víctimas de un mundo destruido por el capitalismo.
Recomendamos
leer: Franco Berardi, «Bifo», «Thomas Matthew Crooks»,
Diario Red y la serie de artículos publicados en el El Salto.
Articulo
originalmente aparecido en Il disertore y
publicado en Diario Red con permiso expreso de su autor.
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