LOS MANTEROS DE
BILBAO
JONATHAN
MARTÍNEZ
Manifestación de apoyo a los
manteros en Aste Nagusia organizada por Bilboko Konpartsak. Imagen de su cuenta
en X.
Lo llaman Aste Nagusia y lo traducen como "Semana Grande". Es grande porque dura más de siete días y porque tiene toda las pompas de una fiesta mayor. ¿Cómo explicaríamos su mecánica y su esencia a alguien que hubiera caído por primera vez en este planeta y no tuviera ni pajolera idea de qué va la vaina? Pues bien, en las fiestas de Bilbao corren al menos dos agendas paralelas. Por un lado hay una agenda institucional, que lo mismo anuncia un recital de bilbainadas que te ofrece un concierto de Nena Daconte. Por otro lado hay una agenda de genealogía popular, la de Bilboko Konpartsak, levantada a ritmo de militancia y trabajo voluntario. Perdonad la brocha gorda.
Ocurre
que ambas agendas convergen en muchas ocasiones y acaban a palos en muchas
otras. Cuando convergen no hay noticia ni comentario, si acaso se alaba la
frágil armonía o se advierte la tensión latente. Sin embargo, en el momento
menos pensado, ambos modelos pueden entrar en colisión. Entonces estalla la
tangana y arde Troya con polémicas que perduran más allá del espacio y el
tiempo. La fiesta toca a su fin, las luces se apagan y los servicios de
limpieza riegan las calles mientras la controversia continúa en las portadas de
prensa y en las tertulias radiofónicas. Y es que no hay forma de que tengamos
la fiesta en paz.
En
los prolegómenos de esta última Aste Nagusia, la derecha caldeó
el horno de las inquisiciones porque la comisión de fiestas había elegido como
pregonera a Itziar Ituño. El PP y Vox la pusieron de terrorista para arriba e
Ituño respondió a sus detractores como cabe responder en estos casos:
ignorándolos, dándolos por sentado con un pregón en euskera exultante de
apelaciones al feminismo, la amistad con Palestina y el orgullo de clase
trabajadora. Después los polemistas polemizaron —discursitos en vascuence,
habrase visto— y el cronista de El Mundo se inventó que la pregonera
había enviado un abrazo a los presos de ETA desde el balcón del teatro Arriaga.
Chimpún.
Pero
el pregón no era el único horno caliente de Bilbao ni mucho menos. Unos días
antes del chupín, enmedio de El Arenal, la Policía municipal arrestó e
inmovilizó a un mantero aplastándolo contra el suelo. La Ertzaintza formó un
cordón, hubo gritos indignados y los vídeos inundaron las redes. Ya hemos visto
el espectáculo en muchas otras ocasiones: redadas de aquí te pillo, patrullas,
persecuciones, chorreos de insultos xenófobos y peticiones de mano dura en los
albañales de la fachosfera. Los manteros han recibido la simpatía pública de
figuras como los hermanos Williams, pero nada es suficiente para quienes medran
al calor de la caza y captura.
En
el ecuador de Aste Nagusia, Bilboko Konpartsak dirigió un mensaje
categórico al Ayuntamiento: "estamos con los manteros". En el
suelo, dobladas sobre sábanas blancas, las camisetas comparseras simulaban la
mercancía de los vendedores ambulantes que andan siempre con un ojo en el
cliente y otro en la escapatoria. Ya basta, dice el comunicado, de hostigar a
quienes no tienen más opción que el trabajo precario. Los defensores de la
razias, en cambio, se arrogan la defensa del comercio local. El problema es que
no son los manteros quienes arrasan con las pequeñas tiendas sino la
especulación inmobiliaria, las grandes firmas y los gigantes tecnológicos.
Mientras
la extrema derecha convertía el crimen de Mocejón en un abasto de racismo y
casquería, el recinto festivo de Bilbao supuraba mensajes de resistencia. No
obstante, el debate migratorio rebotó en la prensa vasca cuando Radio Euskadi
le preguntó a Arnaldo Otegi por la más reciente correría ultra. El
portavoz de EH Bildu censuró los marcos conceptuales del racismo y defendió el
derecho a emigrar, pero subrayó la importancia del derecho previo a vivir con
dignidad allá donde hayamos nacido. La entrevista despertó interpretaciones
contradictorias y suscitó algunas discusiones tardoveraniegas.
Cuesta
entender la sorpresa, pues las palabras de Otegi no hacen sino desarrollar dos
consensos históricos de la izquierda vasca. El primero podría resumirse en un
viejo lema de ANV: "Trabajador, no importa de dónde vienes sino a dónde
vamos". Esa voluntad de acogida estuvo presente en Aste Nagusia
con lemas antirracistas y bienvenidas al refugiado. El otro hilo de
reivindicación habla del derecho a hacer una vida digna en nuestros pueblos y
nuestros barrios. "Euskal Herrian lan eta bizi", dicen las
paredes vascas. Vivir y trabajar aquí como derecho que vemos en peligro cada
vez que deslocalizan una fábrica, turistifican un barrio o gentrifican nuestra
vidas.
Por
eso, entre otras cosas, la txozna de Kranba exhibía un panel con una invitación
a okupar las viviendas turísticas ilegales que han ido proliferando como
champiñones en el centro de Bilbao. A la Asociación de Apartamentos
Turísticos de Euskadi no ha debido de hacerle gracia el asunto, porque se
ha plantado en el Juzgado de Guardia con denuncias de amenaza. La chavalada de
Kranba esboza una sonrisa pícara y se congratula. Después de todo, les parece
muy pedagógico que los cenáculos de propietarios se hayan dado por aludidos. Ekologistak
Martxan detecta 937 pisos turísticos en toda la ciudad y Kranba recuerda que
existen 749 alojamientos sin licencia.
No
nos vamos de nuestros barrios, nos echan por la fuerza del dinero. No nos vamos
de nuestros países, nos expulsan a golpe de miseria inducida, desempleo,
desertificación industrial, extractivismo y guerras imperiales. Y por fin,
cuando aterrizamos donde buenamente nos alcanzan los recursos, el mismo sistema
que nos expulsó tarda un segundo en condenarnos a la clandestinidad y los
trabajos subterráneos. Nos piden que hablemos de migración con los esquemas
mentales de un recipiente que recibe y se satura. Pero no somos el recipiente.
Somos el líquido rebosante y derramado. No somos anfitriones ocasionales sino
eternos migrantes en potencia.
El
otro día, ya en las postrimerías de Aste Nagusia, la Policía
municipal de Bilbao volvió a abalanzarse sobre los manteros. Pero esta vez
encontró una respuesta, un muro popular que fue avanzando y avanzando hasta
hacer retroceder a los agentes. Hay muros que cierran fronteras y hay muros que
abren dignidades. La policía retrocedía, el muro avanzaba y los manteros
estaban dentro del muro, eran parte del muro y ya no importaba quién era
mantero y quién no lo era. Las ciudades nos expulsan y todos somos en el fondo
ese mantero que trabaja y que huye y que vuelve a trabajar. Somos las piedras
de un muro caído que ha aprendido a levantarse.
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