LA VIRUELA DEL MONO HIPÓCRITA
Las minas a cielo abierto con las que las
transnacionales del Norte global expolian la República Democrática del Congo
unen deforestación y trabajo precario, dos condiciones para el contagio y la
extensión de una nueva epidemia
Minería
artesanal de cobalto en República Democrática
del Congo.
/ Afrewatch 2020
La
viruela del mono empezó en Canadá. Esto puede parecer una ocurrencia, pero
ahora que los países ricos nos preocupamos por ella hay que preguntarse quién
ha generado las condiciones para la aparición y propagación de esta zoonosis, y
por qué.
Científicamente hablando, sabemos que la nueva variante ha surgido en el este de la República Democrática del Congo (RDC), un país enorme, en extensión, culturas y riqueza natural, y, precisamente, esta maldición de la abundancia todavía provoca que funcione bajo la herencia de un colonialismo expoliador. Como muchas veces hemos visto en los medios de comunicación, la selva frondosa y otros parajes naturales están salpicados de muchas minas a cielo abierto, donde las condiciones de trabajo son absolutamente precarias y donde la explotación infantil es la norma. Es decir, confluyen dos ingredientes; el primero, la deforestación, que hace posible que las personas entremos en contacto con los virus de los animales; el segundo, una situación social con deficiente atención sanitaria, carencia de acceso a agua potable, condiciones higiénicas inexistentes y un devenir forzado para muchas mujeres hacia los trabajos sexuales, favorable para el contagio y la extensión de una nueva epidemia.
La
viruela del mono, de hecho, en este lugar no es nueva. Lo que tenemos es un
nuevo brote que, solo ahora que parece que se extiende hacia Occidente,
ha despertado la preocupación de las instituciones internacionales y de los
gobiernos de los países desarrollados. Esta actitud es una de las
características propias de una relación, para continuar hablando en términos
biológicos, de parasitismo, donde el Norte capitalista vive a expensas de un
huésped, el Sur global, sin preocuparse del mal que le genera.
Pero,
¿podemos concretar qué capital hay detrás? En la RDC conviven la minería
artesanal con grandes operadores internacionales. Se pueden encontrar tanto
bajo el control del gobierno como bajo control de grupos rebeldes
de la zona, pero directa o indirectamente es habitual el apoyo de capital de
fondos extranjeros. En concreto, si revisamos información al respecto de la
minería en Kamituga, zona cero del nuevo brote, aparecen tres corporaciones
significativas: SAKIMA, Kamituga Mining y, sobre todo, Banro Mining.
Banro
es una transnacional que tiene su sede bien lejos, en Toronto, Canadá, e
históricamente ha mantenido posiciones de privilegio en la RDC. De hecho, ha
participado y participa de los negocios de las otras dos corporaciones
mencionadas. Gracias a entidades como Mining Watch Canada podemos
acercarnos un poco a los oscuros mecanismos de acción de estas corporaciones
mineras. Según datos del 2020, “Banro dispone del paquete de tierras combinado
más grande de cualquier empresa minera de oro en el continente africano. Con cuatro
licencias mineras y diecisiete permisos de exploración, las perspectivas de
Banro cubren 7.500 km² del cinturón de oro de Twangiza-Namoya en la RDC”. Y las
informaciones que describe dicho observatorio son alarmantes, porque
responsabiliza a la transnacional de al menos tres tipos de violaciones de los
derechos humanos: traslado forzoso de partes de la población local; muertes por
la falta de medidas de seguridad; e impedimento del derecho del trabajador a
formar sindicatos, abriendo la puerta a que, finalmente, aparezcan y se repitan
los lamentablemente habituales brotes de violencia. Hace más de treinta años
que este territorio vive en guerra.
El
filósofo y escritor Paul B. Preciado insiste en que vivimos bajo un modelo de
organización social que él denomina “petrosexorracial” donde la dependencia del
combustible fósil va ligada “a la legitimación de la destrucción del ecosistema
y la dominación de unos cuerpos sobre los otros”. La epidemia de la viruela,
como hemos visto, le da la razón. Y si añadimos que buena parte de lo que el
capital extranjero extrae de esta tierra africana es el coltán, demandado por
la industria de la llamada transición ecológica, creo que lo justo y razonable
sería rebautizarla como “la viruela del mono hipócrita”.
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