DE MIS MANÍAS, QUE TAMBIÉN LAS TENGO
QUICOPURRIÑOS
Desde que esta mañana
me estaba tomando el café, en mi bar de siempre, me asaltó el pensamiento.
Seguro que fue porque en la mesa de al lado uno pidió un barraquito y a la hora
de revolver comenzó con el ritual que tanto me enerva. Sí, reconozco ser un
maniático, pero no soporto a quienes para endulzar la bebida de turno, marean
el café hasta la perdiz., y, encima o
como remate, por si ya no hubieran jeringado bastante, culminan la faena
haciendo sonar la cuchara, a modo de campana, tres o cuatro veces para
finalizar la tarea chupándola antes de dejarla, ya fatigada la pobre, en el
plato sobre el que reposa el puñetero barraquito, café o cortado. Normalmente
quienes esto hacen, seres desconsiderados y egoístas ellos que no piensan en el
prójimo que resiste a duras penas en la mesa vecina, obedecen a un mismo
perfil. Son de los que acuden solos a la
ingesta del café matutino y mientras eso hacen o se limitan a ver con mirada
perdida el oleaje/sunami que provocan con tanto mareo, es decir no hacen nada,
o leen el periódico del día, lo que es
peor si cabe, pues entonces el tintineo no finaliza hasta que no leen la última
esquela del diario. Entonces me pregunto si esa actitud es correcta e incluso
si hasta es legal. A la primera de las
cuestiones creo que estaremos de acuerdo en que es una cuestión de educación,
de pensar un poco en los demás, en tener un poco de sentido común, pero como la
educación y el sentido común desaparecieron de nuestras vidas tiempo ha, me doy
por respondido a la primera de las preguntas.
Y a la segunda? Pues resulta ser
que está regulado legalmente y por tanto prevista la sanción, si no se cumplen
las previsiones del legislador sobre la materia. Haciendo un análisis amplio
del ordenamiento jurídico que pretende regular la convivencia de quienes
transitamos por este país ( no siempre con buena fortuna), estimo que le sería
aplicable al jo'puta de la cucharilla, la normativa en vigor reguladora del
ruido, de la contaminación acústica y por tanto del nivel sonoro admisible, de
manera que, si el perturbador de mi equilibrio auditivo, supera los decibelios permitidos
podría y debería ser sancionado cayéndole encima todo el peso de la ley, que
para eso está . La sanción justa, además de la multa que el órgano
administrativo sancionador proponga y disponga, debería conllevar también la
prohibición al infractor del acceso al local de comisión de la conducta
prohibida por un tiempo no inferior a seis años y de forma indefinida ( lo que
en derecho penal sería ahora la pena de prisión
permanente revisable) en el caso de reincidencia. Creo, sin miedo a caer en
exageraciones, que una campaña promovida desde la Consejería de Sanidad del
Gobierno de Canarias para perseguir a esos maltratadores, evitaría muchos
episodios violentos con final imprevisible, pues sabido es que, por mucha
paciencia que uno tenga, en alguna
ocasión ese ruido me podría provocar un trastorno mental transitorio, con
brotes paranoicos de incierto resultado.
Alguno dirá que la
cosa no es para tanto, que me paso tres pueblos, que soy un maniático e igual
lleva razón, pero “el que esté libre de
manías que tire la primera piedra”.
Nota: Con las papas fritas de sobre y los caramelos envueltos en celofán me
pasa lo mismo, pero eso lo dejo para otro día.
quicopurriños
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