JUECES, MENTIRAS Y CINTAS DE VIDEO
JOAQUÍN URÍAS
Profesor de
Derecho Constitucional y exletrado
del Tribunal
Constitucional
Entrada de los
Juzgados de Plaza de Castilla. Imagen de archivo. Europa Press
Hay quien cree que los jueces son los guardianes de la democracia frente al autoritarismo y los excesos del poder ejecutivo. No es verdad. Quien protege a la democracia es la ley. Los jueces tienen que limitarse a aplicarla. Cuando en 1973 se descubrió que el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, espiaba a sus oponentes políticos tuvo que dimitir porque se trataba de algo ilegal. En ese caso el mérito fue de los periodistas que lo descubrieron y demostraron, no de los jueces que obligaron al presidente a entregar las cintas ni de los que finalmente enviaron a prisión a algunos de los implicados. Los jueces se limitaron a aplicar la ley. Nada más. Y nada menos.
Esta
reflexión viene a cuento de la glorificación en algunos medios conservadores de
los jueces que mejor sirven a sus intereses. Llarena, Marchena,
García-Castellón o Peinado —entre otros — son presentados como auténticos
héroes de la lucha contra el separatismo o la corrupción del gobierno
socialista. Desde la teoría democrática este encumbramiento resulta cuanto
menos problemático. Si los jueces se limitan a hacer su trabajo y aplicar las
leyes, no hay heroísmo ni creatividad alguna en su actuación. Al poner el
acento en su valentía, se transmite la idea de que o el resto no se atreve a
hacerlo, o ellos van más allá del mero cumplimento de sus funciones
constitucionales. Lo más peligroso de esta tendencia es la posibilidad de que
el propio juez se crea un justiciero. Corre entonces el riesgo de sentirse
legitimado para utilizar sus poderes como juez para finalidades ajenas a la
justicia.
Es
lo que para gran parte de la opinión pública está sucediendo con el juez Juan
Carlos Peinado en la instrucción de la denuncia por supuestos delitos
contra Begoña Gómez, esposa del Presidente del Gobierno. Es una
percepción subjetiva, sin duda. Sin embargo, es cierto que desde el punto de
vista jurídico se suceden en este asunto decisiones muy discutibles;
separadamente pueden responder a una interpretación peculiar del ordenamiento
jurídico pero vistas en conjunto transmiten una impresión distinta. La propia
apertura del procedimiento de instrucción resultó más que dudosa a la vista de
la escasez de indicios de ningún tipo. Más adelante hubo una declaración de
secreto no justificada y que el propio instructor rompía; insistencia en abrir
líneas de investigación por supuestos delitos que no tienen que ver con los
inicialmente investigados a pesar de la prohibición por órganos judiciales
superiores; providencias que atacan a la fiscalía acusándola de ser demasiado
diligente; abuso de los tiempos para evitar que los recursos contra sus
acciones sean eficientes... Todo, lo suficientemente dudoso jurídicamente
como para que diversos juristas crean que es una instrucción prospectiva
destinada a encontrar, incluso debajo de las piedras, cualquier indicio contra
al presidente del Gobierno. Ahora parece que si no los hay, el objetivo es que,
al menos mediáticamente, lo parezca.
Hace
unas semanas el instructor decidió tomar declaración al presidente del
Gobierno. Podría ser una decisión razonable, puesto que uno de los delitos
investigados es el de tráfico de influencias, en el que la señora Gómez, que no
ocupa ningún cargo político, habría usado el de su marido para conseguir
favores. El testimonio de Sánchez no era urgente y previsiblemente no aportaría
ningún dato relevante por su derecho a no declarar, pero podía tener cierta
lógica recabarlo. Sin embargo, el modo en que se ha hecho da a entender que la
intención, consciente o inconsciente, no sea jurídica sino política. El juez
decidió que la declaración fuera inmediata y oral, aunque la ley permite al
presidente declarar por escrito en todo lo que tenga que ver con su cargo. No
sabemos si se la iba a preguntar solo por cuestiones personales, pero, puesto
que si no fuera presidente del Gobierno no habría caso, parece que tenía que
ver con su responsabilidad institucional. Así que procedía la declaración
escrita. El empeño en la oralidad tiene implicaciones mediáticas. El acto de
declaración fue grabado en vídeo. Se produjeron imágenes en las que se ve al
Presidente del Gobierno respondiendo un juez. Aunque fuera como testigo, los
medios y partidos conservadores pueden usarlas en una campaña que insinúe su
implicación en algo ilegal.
El
presidente no declaró. Su comparecencia ante el juez duró apenas un par de
minutos y en ella se limitó a acogerse al derecho que dispensa a cualquier
ciudadano de declarar contra su cónyuge. Esta dispensa tiene una raíz
constitucional en la protección a la vida familiar y en el derecho a la
intimidad familiar. Se trata de evitar que nadie esté obligado a contar cómo se
desarrolla su vida de pareja, de qué habla con su pareja en la cama o cualquier
otro dato conocidos en un momento que debe ser íntimo y estar protegido de
intromisiones ajenas.
Ahora
se plantea quién debe tener en su poder la grabación del momento en el que el
Presidente Sánchez se niega a hablar de lo que conocido en su intimidad
matrimonial. En principio cualquier declaración de un testigo debe ser
incorporada al sumario y las partes tienen acceso a ella. En este caso, sin
embargo, resulta que las actuaciones fueron declaradas secretas, de modo que no
rige tal principio. Más allá, la expresión de Sánchez no fue una declaración,
sino la expresión de querer ejercer un derecho. Por ese motivo, la fiscalía
pidió al juez que tales imágenes, inútiles a efectos procesales y con un
potencial dañino sobre los derechos de las personas, no se distribuyeran a las
acusaciones.
La
respuesta del instructor resulta disparatada desde el punto de vista
constitucional. Dice que ha decidido entregar la grabación porque de ella
quizás se pueden deducir indicios sobre la culpabilidad de algún imputado. Se
trata de una barbaridad mayúscula: donde la ley procesal garantiza que no se te
fuerce a decir nada contra tu cónyuge, el juez Peinado dice que del hecho de
que decidas acogerte a ese derecho sustentado en la Constitución puede ser un
indicio de culpabilidad de tu cónyuge. No solo rompe la regla universal de que
el silencio es solo silencio y no puede ser interpretado, sino que vulnera el
derecho a la intimidad familiar al permitir que no hablar de tus momentos
íntimos sea un indicio de ilegalidad.
Si
la decisión de tomar declaración del Presidente del Gobierno pudo ser
razonable, el modo en que se ha hecho apunta a que desde el principio lo que se
buscaba era producir y luego difundir un vídeo que pudiera dañarlo
políticamente, destruyendo públicamente su presunción de inocencia.
Ahora
solo resta que el video se filtre y aparezca en los medios. Si se hubiera
filtrado cuando solo lo tenía el propio juez, su responsabilidad sería
demasiado evidente. Tras pasarlo a las acusaciones podemos apostar sin miedo a
perder que esa filtración se producirá en breve y que, aunque sea delictiva, no
se investigará eficientemente.
Ante
este cúmulo de circunstancias es lícito que la opinión pública dude cada vez
más de la intencionalidad política, quizás inconsciente, del juez. Cualquier
abogado que haya denunciado alguna vez malos tratos policiales sabe de la ligereza
con la que muchos jueces se toman cualquier acusación de ese tipo. Es frecuente
archivar esas denuncias, incluso existiendo pruebas evidentes, sin realizar
ninguna investigación. Hasta el punto de que los tribunales superiores han
condenado decenas de veces a la justicia española por no investigar denuncias.
Frente a ello, el celo del juez Peinado por encontrar prospectivamente
cualquier indicio de posible delito es llamativo. Más aún, el modo en que se ha
propiciado que todos veamos en nuestras pantallas a Pedro Sánchez respondiendo
a sus preguntas —sin que importe que eso suponga vulnerar un puñado de leyes y
derechos fundamentales— dice muy poco de nuestra justicia. Dentro de unos
meses, cuando todos hayamos visto las imágenes y la campaña de desprestigio que
las seguirá, quizás un juez superior decida que Peinado está equivocado. Si
sucede así, por favor que nadie intente tomarnos el pelo diciendo que eso
demuestra que el sistema funciona. Sin integridad judicial y sin magistrados
que se tomen en serio el reto de su apariencia de imparcialidad la justicia no
puede funcionar.
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