jueves, 22 de agosto de 2024

PERIODISMO SIN RACISTAS MENTIROSOS

 

PERIODISMO SIN RACISTAS MENTIROSOS

Los periodistas no podemos permanecer impasibles ante la usurpación de nuestro oficio para difundir bulos de odio. Las asociaciones profesionales deben actuar y nosotros mismos pedir la retirada de las acreditaciones del Congreso

VANESA JIMÉNEZ

Discurso de odio. / La Boca del Logo

La portada de El País del 17 de agosto de 2024 ha pasado a engrosar la lista de primeras páginas más desafortunadas de ese periódico. No ni ná. Antes ha habido errores graves y enfoques pirómanos, pero aquel titular a cuatro columnas y en este momento solo servía para alimentar el racismo. “Las entradas irregulares de migrantes a España crecen un 66% en lo que va de año”, decía el periódico en letras gordas. ¿Y? ¿Qué significa ese dato? ¿Nos están invadiendo? Cuando se destaca una cifra sin contexto, ese número vale para poco, o más bien para lo que pretenda su autor. En este caso presupongo un interés informativo, pero cuando intento entender cómo un dato del Ministerio de Interior abre la portada de un periódico, más aún, cuando en el artículo se explica que “las cifras revelan un frenazo respecto a principios de este año”, concluyo que los ultras han conseguido contagiar su marco más de lo que creemos. Y que si el contagio se extiende por los medios de comunicación que se mantenían alerta, estamos perdidas. No ni ná. 

Mientras escribo esta columna, la Fiscalía anuncia que estudiará los bulos publicados en las redes sociales contra menores extranjeros no acompañados tras el asesinato de un niño de 11 años en Mocejón, un pueblo de Toledo. Bien. Como son racistas y también cobardes, alguno ya ha comunicado su marcha de la red X. Pero no es suficiente. Todas sabemos quiénes son y que algunos de ellos, líderes influencers en la propagación de discursos de odio, se hacen llamar periodistas. 

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Los medios de comunicación no somos redes sociales, ni señores que se compran una silla ergonómica de diseño y un micrófono caro y se dedican a decir cosas. No somos creadores de contenidos, ni lugares poblados de indecentes y mentirosos que se ponen la etiqueta de prensa para actuar con mayor impunidad. Los medios podemos ser nada, y también todo, si hacemos bien nuestro trabajo. Que no es solo publicar noticias, sino asumir y defender nuestra misión de servicio público, que afecta de forma directa al derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y también a la protección de los derechos de todos los seres humanos, sobre todo de las minorías. Miren, más fácil, no es periodista quien miente, y mucho menos quien difunde esas mentiras para atacar a los más débiles. Me pueden enseñar todos los títulos que quieran, que ya he visto que lo hacen.

Sé que hay muchos colegas que llevan tiempo alertando sobre la situación. Pero hoy, todavía en plena resaca de la campaña contra el periodista Raúl Solís, al que Alvise Pérez puso en la diana del odio y consiguió que sus seguidores pidieran “lincharlo, castrarlo y ahorcarlo”; después del tuit racista del alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, y del extraordinario acoso que ha sufrido el portavoz de la familia del niño asesinado [“Está siendo horrible, dicen que tengo las manos manchadas por tener fotos en África”], no queda más opción que decir basta. Y como diría Aznar, el que puede hacer, que haga. 

Los periodistas, creo, no podemos limitarnos a informar sobre lo que ocurre. Estamos obligados a defender el único espacio en el que podemos realizar nuestro trabajo, que es la democracia. Tenemos pocas herramientas, pero entre todas encontraremos más. A mí, para empezar, se me ocurren dos. 

La primera tiene que ver con la defensa del oficio y desde aquí hago un llamamiento a todos los colegios y asociaciones profesionales de España para que se manifiesten, de forma clara y contundente, contra los pseudoperiodistas que mienten, y condenen estas prácticas de forma pública por ser la antítesis del periodismo.

La segunda afecta a las acreditaciones de prensa en el Congreso de los Diputados. Si, como pide Podemos, fuese la presidenta Francina Armengol la que retirara los pases de medios a estas personas, tendríamos mártires de la libertad de expresión y la victimización solo lograría darles más voz. Por eso me dirijo a mis colegas que cubren el Congreso, para que sean ellos, todos ellos, los que soliciten la retirada automática de la autorización a cualquier periodista que mienta. No parece tan descabellado.

Las avalanchas y los efectos llamada eran propios de las portadas de ABC. Pero cuando El País utiliza el mismo lenguaje, algo está cambiando. El racismo y la xenofobia se han filtrado por demasiadas grietas y las personas migrantes se han convertido en el sujeto enemigo que sacuden las nuevas ultraderechas internacionales.

La inmigración es una realidad. Y los datos que daba el periódico de Madrid son ciertos. El mundo está lleno de guerras y el cambio climático está acelerando los desplazamientos forzosos. Hay muchas zonas en las que ya no se puede vivir. Y habrá más cada vez. El asunto es complejo y en el mejor de los casos las soluciones vienen desde un enfoque utilitarista: los necesitamos como mano de obra. Pero quizá aquí esté también el error, si entendemos que la única dimensión posible de las personas migrantes es esa, la del trabajo que son capaces de realizar, nos olvidamos de su dimensión humana y, a partir de ahí, es más fácil mirar para otro lado, incluso en el caso de los niños que llegan solos. Quizá por eso, el señor Albiol fue capaz de denunciar, alarmado, que un grupo de hombres que identificó como marroquíes tuviera teléfono móvil y aspecto saludable, “alguno incluso con un cuerpo de gym”. Son pobres, deben parecerlo y, como mucho, tienen derecho a un trabajo. La risa, el placer y todo lo bueno que tiene esta vida no es para ellos. 

A la mierda las fronteras y el trabajo. Y el racismo. No ni ná. 

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