PERIODISMO SIN RACISTAS MENTIROSOS
Los periodistas
no podemos permanecer impasibles ante la usurpación de nuestro oficio para
difundir bulos de odio. Las asociaciones profesionales deben actuar y nosotros
mismos pedir la retirada de las acreditaciones del Congreso
Discurso de odio. / La Boca del
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La portada de El País del 17 de agosto de 2024 ha pasado a engrosar la lista de primeras páginas más desafortunadas de ese periódico. No ni ná. Antes ha habido errores graves y enfoques pirómanos, pero aquel titular a cuatro columnas y en este momento solo servía para alimentar el racismo. “Las entradas irregulares de migrantes a España crecen un 66% en lo que va de año”, decía el periódico en letras gordas. ¿Y? ¿Qué significa ese dato? ¿Nos están invadiendo? Cuando se destaca una cifra sin contexto, ese número vale para poco, o más bien para lo que pretenda su autor. En este caso presupongo un interés informativo, pero cuando intento entender cómo un dato del Ministerio de Interior abre la portada de un periódico, más aún, cuando en el artículo se explica que “las cifras revelan un frenazo respecto a principios de este año”, concluyo que los ultras han conseguido contagiar su marco más de lo que creemos. Y que si el contagio se extiende por los medios de comunicación que se mantenían alerta, estamos perdidas. No ni ná.
Mientras
escribo esta columna, la Fiscalía anuncia que estudiará los bulos publicados en
las redes sociales contra menores extranjeros no acompañados tras el asesinato
de un niño de 11 años en Mocejón, un pueblo de Toledo. Bien. Como son racistas
y también cobardes, alguno ya ha comunicado su marcha de la red X. Pero no es
suficiente. Todas sabemos quiénes son y que algunos de ellos, líderes influencers en
la propagación de discursos de odio, se hacen llamar periodistas.
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Los
medios de comunicación no somos redes sociales, ni señores que se compran una
silla ergonómica de diseño y un micrófono caro y se dedican a decir cosas. No
somos creadores de contenidos, ni lugares poblados de indecentes y mentirosos
que se ponen la etiqueta de prensa para actuar con mayor impunidad. Los medios
podemos ser nada, y también todo, si hacemos bien nuestro trabajo. Que no es
solo publicar noticias, sino asumir y defender nuestra misión de servicio
público, que afecta de forma directa al derecho de los ciudadanos a recibir
información veraz y también a la protección de los derechos de todos los seres
humanos, sobre todo de las minorías. Miren, más fácil, no es periodista quien
miente, y mucho menos quien difunde esas mentiras para atacar a los más
débiles. Me pueden enseñar todos los títulos que quieran, que ya he visto que
lo hacen.
Sé
que hay muchos colegas que llevan tiempo alertando sobre la situación. Pero
hoy, todavía en plena resaca de la campaña contra el periodista Raúl Solís, al
que Alvise Pérez puso en la diana del odio y consiguió que sus seguidores
pidieran “lincharlo, castrarlo y ahorcarlo”; después del tuit racista del
alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, y del extraordinario acoso que ha
sufrido el portavoz de la familia del niño asesinado [“Está siendo horrible,
dicen que tengo las manos manchadas por tener fotos en África”], no queda más
opción que decir basta. Y como diría Aznar, el que puede hacer, que haga.
Los
periodistas, creo, no podemos limitarnos a informar sobre lo que ocurre.
Estamos obligados a defender el único espacio en el que podemos realizar
nuestro trabajo, que es la democracia. Tenemos pocas herramientas, pero entre
todas encontraremos más. A mí, para empezar, se me ocurren dos.
La
primera tiene que ver con la defensa del oficio y desde aquí hago un
llamamiento a todos los colegios y asociaciones profesionales de España para
que se manifiesten, de forma clara y contundente, contra los pseudoperiodistas
que mienten, y condenen estas prácticas de forma pública por ser la antítesis
del periodismo.
La
segunda afecta a las acreditaciones de prensa en el Congreso de los Diputados.
Si, como pide Podemos, fuese la presidenta Francina Armengol la que retirara
los pases de medios a estas personas, tendríamos mártires de la libertad de
expresión y la victimización solo lograría darles más voz. Por eso me dirijo a
mis colegas que cubren el Congreso, para que sean ellos, todos ellos, los que
soliciten la retirada automática de la autorización a cualquier periodista que mienta.
No parece tan descabellado.
Las
avalanchas y los efectos llamada eran propios de las portadas de ABC. Pero
cuando El País utiliza el mismo lenguaje, algo está cambiando. El
racismo y la xenofobia se han filtrado por demasiadas grietas y las personas
migrantes se han convertido en el sujeto enemigo que sacuden las nuevas
ultraderechas internacionales.
La
inmigración es una realidad. Y los datos que daba el periódico de Madrid son
ciertos. El mundo está lleno de guerras y el cambio climático está acelerando
los desplazamientos forzosos. Hay muchas zonas en las que ya no se puede vivir.
Y habrá más cada vez. El asunto es complejo y en el mejor de los casos las
soluciones vienen desde un enfoque utilitarista: los necesitamos como mano de
obra. Pero quizá aquí esté también el error, si entendemos que la única
dimensión posible de las personas migrantes es esa, la del trabajo que son
capaces de realizar, nos olvidamos de su dimensión humana y, a partir de ahí,
es más fácil mirar para otro lado, incluso en el caso de los niños que llegan
solos. Quizá por eso, el señor Albiol fue capaz de denunciar, alarmado, que un
grupo de hombres que identificó como marroquíes tuviera teléfono móvil y
aspecto saludable, “alguno incluso con un cuerpo de gym”. Son pobres, deben
parecerlo y, como mucho, tienen derecho a un trabajo. La risa, el placer y todo
lo bueno que tiene esta vida no es para ellos.
A
la mierda las fronteras y el trabajo. Y el racismo. No ni ná.
Autora
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