BRASIL: LA VICTORIA DE LULA Y EL GOLPE
DE ESTADO CONTINUADO
BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS
Vista de una máscara de Luiz Inácio Lula da Silva mientras
simpatizantes celebran su triunfo en la segunda ronda de las elecciones
presidenciales, en la Avenida Paulista en Sao Paulo (Brasil). - EFE
Traducción de Bryan Vargas Reyes
El domingo pasado quedó claro que en Brasil se está produciendo un golpe de Estado. Se trata de un nuevo tipo de golpe cuyo curso tal vez no se se vea afectado sustancialmente por el resultado de las elecciones. Por cierto, con la difícil victoria de Lula da Silva su ritmo será ciertamente afectado. Se trata de un golpe que comenzó a ponerse en marcha en 2014 con la impugnación de los resultados de las elecciones presidenciales ganadas por la presidenta Dilma Rousseff; continuó con el impeachment de la presidenta Rousseff en 2016; y con el encarcelamiento ilegal del expresidente Lula da Silva en 2018 para impedirle presentarse a las elecciones que ganó el presidente Bolsonaro, principal beneficiario del golpe en su fase actual. Con la elección de Bolsonaro terminó la primera fase del golpe y comenzó una segunda. Al igual que Adolf Hitler en 1932, Bolsonaro dejó claro desde el primer momento que había utilizado la democracia exclusivamente para llegar al poder y que, una vez conseguido este objetivo, ejercería el poder con el objetivo exclusivo de destruirla. En esta segunda fase, el golpe tomó la forma de un lento vaciamiento de la institucionalidad democrática y de la cultura política, cuyos principales componentes fueron los siguientes.
En el ámbito de la
institucionalidad: la explotación de todas las debilidades del sistema político
brasileño, en particular del poder legislativo, profundizando la
mercantilización de la política, la compra y venta de votos de los
representantes del pueblo en el período entre elecciones y la compra y venta de
votos de los electores durante los períodos electorales; la complicidad del
poder judicial conservador, incapaz de imaginar la igualdad de los ciudadanos
ante la ley y acostumbrado a convivir tanto con el imperio de la ley como con
el imperio de la ilegalidad, según los intereses en juego; la captura de las
fuerzas armadas a través de la distribución masiva de cargos ministeriales y
administrativos.
En el ámbito de la
cultura política democrática: la apología de la dictadura y sus métodos
represivos, incluida la tortura; el uso masivo de las redes sociales para
difundir fake news y promover la cultura del odio y una ideología del bienestar
vaciada de cualquier contenido que no sea el del malestar o el sufrimiento
infligido al "otro" construido como enemigo; la capilarización en el
seno del tejido social del imperialismo religioso conservador estadounidense
(evangelismo neopentecostal) vigente desde 1969 como política contrainsurgente
preferente.
Esta fase concluyó
al final de la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado 2 de
octubre. A partir de entonces, entró en una nueva fase basada en un ataque
frontal al núcleo duro de la democracia liberal, al proceso electoral y a las
instituciones encargadas de garantizar su normal desarrollo. Esta fase es
cualitativamente nueva debido a dos factores.
En primer lugar, se
ha puesto de manifiesto la internacionalización del ataque a la democracia
brasileña a través de organizaciones globales de extrema derecha originadas y
financiadas por la plutocracia estadounidense. Brasil se ha convertido en el
laboratorio de la extrema derecha mundial donde se pone a prueba la vitalidad
del proyecto fascista global en el que el neoliberalismo se juega un nuevo
(¿último?) aliento. El objetivo principal es la elección de Donald Trump en 2024.
Informaciones fiables nos dicen que las empresas de desinformación y
manipulación electoral vinculadas al notorio fascista Steve Bannon se
instalaron en dos pisos de una de las principales calles de São Paulo desde
donde dirigían las operaciones.
En esta fase
electoral, las dos estrategias principales fueron las siguientes. La primera
fue la intimidación para evitar el "voto equivocado" y los beneficios
a cambio del "voto correcto" ofrecidos por la clase empresarial baja
y los políticos locales. La segunda, utilizada durante mucho tiempo por las
fuerzas conservadoras de EE.UU. bajo el nombre de vote supression. La supresión
del voto consiste en un conjunto de medidas excepcionales, siempre bajo el
barniz de la normalidad legal, destinadas a impedir que los grupos sociales más
proclives a votar al candidato opuesto a los golpistas ejercieran su derecho al
voto: bloqueos de carreteras, exceso de celo en el control de los vehículos que
transportaban a los potenciales votantes, intimidación para provocar el abandono,
suspensión del transporte gratuito decretado por la ley electoral para promover
el ejercicio del derecho al voto de los más pobres.
¿Y ahora qué,
Brasil? La democracia brasileña ha sobrevivido a esta nueva fase del golpe de
Estado en curso. A ello contribuyó la notable e intrépida implicación de los
demócratas brasileños, que vieron en su voto la prueba de una vida mínimamente
digna, la afirmación de su autoestima en términos de civilización y el
principio activo de la energía democrática para los difíciles tiempos que se
avecinan. También contribuyó la firmeza de las instituciones de justicia
electoral, en medio de presiones, desautorizaciones e intimidaciones de todo
tipo. Pero sería una locura irresponsable pensar que el proceso golpista ha terminado.
No ha terminado y entrará en una nueva fase porque las condiciones y las
fuerzas nacionales e internacionales que lo reclaman desde 2014 siguen vigentes
y no han hecho más que reforzarse en estos últimos años.
El golpe de Estado
continuado entrará en una nueva fase. En lo inmediato, será probablemente la
impugnación de los resultados electorales para compensar el fracaso de los
golpistas en conseguir los resultados que querían con sus múltiples fraudes.
Después, el golpe adoptará otras formas, a veces más subterráneas, con la
utilización del crimen organizado para intimidar a las fuerzas democráticas, y
a veces más institucionales, con la movilización artera del poder legislativo
para crear una situación de ingobernabilidad permanente, es decir, con la
amenaza de destitución del gobierno elegido y de las altas esferas del sistema
judicial.
Aunque el objetivo
de los golpistas a medio plazo es impedir que el presidente Lula da Silva
complete su mandato, el proceso golpista continuará y sólo será verdaderamente
neutralizado cuando los demócratas brasileños se den cuenta de que la
vulnerabilidad de la democracia es en gran medida autoinfligida, por la
arrogancia en pretender ser la única condición para la legitimidad del poder en
lugar de asumir que su legitimidad estará siempre al borde del colapso en una
sociedad socioeconómica, histórica, racial y sexualmente muy injusta.
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