sábado, 30 de enero de 2021

UNA POLLA IRLANDESA

 

UNA POLLA IRLANDESA

"'Todo eso está muy bien, señora, pero yo le he preguntado por el máster', intervino el representante del Ministerio Público. 'Eso no lo recuerdo', contestó"

"'¿Y usted, señor Iglesias, qué cojones pinta en este juzgado?', preguntó el magistrado cuando vio al vicepresidente segundo asomar la cabeza"

PASCUAL GARCÍA

 “Lo vi todo gracias al telescopio ultrablancanieves que me regaló Esperanza. Había un hombre fumando sin parar en la terraza de aquel ático. Estaba tendido en el suelo, boca arriba, desnudo, y parecía seguro de sí mismo. Era medio pelirrojo. Un maldito irlandés, quizás. Al lado de su mano zurda tenía un cartón de tabaco y un mechero; a la altura de su diestra, una tosca garrafa de cerámica. Cada rato le daba una calada al pitillo y cuando lo había consumido por completo se incorporaba para encender otro y de paso aprovechaba para engullir un trago de cazalla acomodando la vasija en el codo, como los tramperos de Connecticut.

Parecía un cochino borracho y tenía todo echo un asco y abarrotado de colillas. No era neoliberal; eso seguro. Ni tan siquiera democristiano. De hecho, durante unos minutos su pene se vino arriba y se puso gordo, muy gordo, aunque en ningún momento llegó a tocarse las partes. Tenía un miembro descomunal, pálido, con las venas bien marcadas y coronado por un capuchón malva como el capirote de un nazareno”, inició su relato, resuelta, la acusada. “Todo eso está muy bien, señora, pero yo le he preguntado por el máster”, intervino el representante del Ministerio Público. “Eso no lo recuerdo”, contestó. “He tenido una vida muy complicada, sabe usted. Cuando uno pasa sus días intentando poner orden en las terrazas de los demás no es raro olvidar esos otros asuntos insustanciales, fatuos; esos asuntos que no son ni fu ni fa. Aquel nabo no lo olvidaré jamás, pero del máster no guardo recuerdo alguno. Es curioso”. “Sí que lo es”, confirmó irritado el fiscal. “¿Y del trabajo de fin de grado, de las llamadas al personal de la Universidad presionando para que le mandaran un certificado, aunque fuera falso, o de las ruedas de prensa que convocó para descalificar a los periodistas que destaparon la historia tampoco recuerda nada?”. “Nada, querido amigo. Nada de nada”, ratificó la procesada. “¿No será que nos toma usted por gilipollas y está intentando quitarse el muerto de encima así, sin más?, repreguntó el fiscal. “Del muerto sí que me acuerdo. Ahora que lo dice, creo que él tiene la culpa de todo”, intervino decidida. “¿Está hablando del catedrático?”, interpeló el togado. “Si, del catedrático. Tengo la impresión de que fue el responsable de este maldito embrollo. Es una pena que haya fallecido y que no puedan ustedes preguntarle acerca de tan desafortunado cambalache”, cerró la mujer su alegato con los ojos cuajados de lágrimas. “No hay más preguntas”, susurró abatido el representante de la acusación desde su incómoda silla. “Perdone, señor juez”, volvió a tomar la palabra la enjuiciada luciendo esta vez, como por arte de magia, una contagiosa sonrisa. “¿Podría llamar a Ana Rosa para entrar en directo en el programa? El programa de #AR, ya sabe. Allí me hincho a decirle a la peña lo que está bien y lo que está mal, de quién se debe fiar y de quién no, cuando es arre y cuando es so. Me pagan una pasta. ¡Y nunca me ponen el vídeo de Inda!… El del Eroski”.

 

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Justo cuando el presidente del tribunal empezaba a aporrear el mazo contra la base redonda de madera donde los presidentes de los tribunales aporrean sus mazos alguien entornó tímidamente la puerta que daba acceso a la sala. “¿Y usted, señor Iglesias, qué cojones pinta en este juzgado?”, preguntó el magistrado cuando vio al vicepresidente segundo asomar la cabeza. “No sé. Pasaba por aquí y se me ocurrió comparar a Puigdemont con el exilio franquista”, contestó el exégeta del Empordá. “¿Y no le da vergüenza decir esas chorradas?”, insistió el juez. “Para nada”, perdió su oportunidad de rectificar públicamente el incontinente hombre parlante.

 

 

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P.D. Mi madre insiste en que vuelva a tomar la medicación. “Deberías tomarla”, me dice.


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