I N T R I G A
(De
Honda Mesura)
José Rivero Vivas
CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO
HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)
APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)
Publicados en 1 volumen.
(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91
Editorial Benchomo, Islas Canarias
Septiembre de 1991
Los cuentos se hallan impregnados de aire
intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se
enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un
cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.
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Tenerife
Islas
Canarias
Enero de
2021
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José Rivero Vivas
INTRIGA
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Mi padre me llevó una vez a San Andrés. Fue hace muchos años, o quizá fuera ayer. No recuerdo. Lo que sí tengo presente es que fuimos con motivo de un barco de los antiguos soviéticos, o los actuales quizá, que quiso atracar en el muelle, derruido y medio sepulto, demasiado pequeño para un petrolero de tanta envergadura.
-Larga eslora y profundo calado para un dique ínfimo.
El comentario de mi padre me dejó perplejo. Quise preguntarle
la causa del posible fallo del capitán, pero se había enzarzado en franca
charla con algunos de los hombres, alongados como nosotros sobre el muro que
bordea la carretera a la entrada del pueblo, y no consideré oportuno distraerle
de su animado coloquio con los otros, que también opinaban y exponían su idea
acerca del curioso accidente, que por fortuna no llegó a pasar de lo anecdótico,
ni significó nada grave para la tripulación.
Un grupo de chicos, mayores que yo, hablaban entre ellos,
apuntando la conveniencia de dejar el buque embarrancado en la abierta
ensenada.
-Nosotros nos encargamos de desmantelarlo después.
No logré entender el sentido de sus palabras, pero sin duda
aludían al hecho de aprovechar el material que pudieran sacar de la bodega y
aun el que en sí componía la estructura del propio navío.
A mí, sin embargo, me pareció estupendo ver aquella mole, aquel
edificio marino atracado casi en tierra, de forma que podíamos alcanzarlo con
solamente extender el brazo y agarrar la borda con la mano.
La carretera estaba llena de coches y la acera de aquel trozo de
autovía se encontraba abarrotada de gente que miraba extrañada el atraque
inesperado, y se mantenía expectante ante la maniobra de los remolcadores
tirando del gigantesco minero -decía alguien-, para rescatarlo del fondo
arenoso que lo aprisionaba.
El mar estaba encrespado con cuantiosas olas coronadas de espuma,
que incesantes restallaban contra la escollera protectora de la vía; aunque el
tiempo sur había amainado, la gruesa mar batiendo la costa zarandeaba el
barco, haciéndolo zozobrar mientras.se alargaba la operación de rescate.
-Menos mal, que la luna está alta y
las mareas son cortas.
Iba a preguntar a mi padre qué tenía
aquello que ver con la suerte corrida por el petrolero, pero desistí. Mi padre
seguía atento a cuanto ocurría ante nosotros, comentando a ratos con quienes se
hallaban a su lado, pero sin que la respuesta fuese directa, sino como si cada
cual hablara consigo mismo, que es lo que suele suceder cuando las personas
reunidas, o agrupadas, no se conocen, y todos desean manifestar su opinión y
ser escuchados por otros, aunque no estén cerca ni retirados. Es algo que no he
comprendido todavía. Si estamos juntos, analizando un mismo tema, ¿por qué no
contestar con franqueza a quien nos habla?
Estuvimos un par de horas contemplando el desastre que no llegó
a ser, pero que de haber culminado pudo costarle caro al capitán, a la
compañía, a la tripulación y hasta a San Andrés, si el barco hiende su proa por
medio del pueblo y surca tierra adentro cual si abriera un barranco que
partiera la pequeña villa en dos.
La policía ordenaba el tráfico cuidando de que la gente no se
echara fuera de la acera ni se arriesgara a caer por el muro de contención.
Pero la curiosidad no era del todo satisfecha y persistían en inclinarse cuanto
podían, con lo que más de un niño estuvo a punto de medir la altura de la
carretera al mar.
De pronto vi que mi padre cambiaba
de color y quedaba demasiado interesado en algo que decía alguien, retrepado en
las piedras, un poco más bajo de nuestro nivel. Intrigado miré hacia donde él
lo hubo hecho segundos antes. Un coche rojo pasaba despacito, con una mujer
dentro que lo conducía. No vi nada más.
Mi padre pareció preocuparse mucho
más por el proceso de desembarrancamiento del barco ruso, y hasta pujó un rato
consigo mismo cual si ayudara a los remolcadores y a la tripulación de todas
las naves en conjunto.
Al momento, mostrando una prisa enorme, me dio la mano diciendo:
-Vamos, que es tarde.
Nos dirigimos a la parada, allí cerca, en la misma entrada del
barrio, que la guagua había arrancado del Castillo y lentamente se aproximaba.
Al mirar hacia allá, para verla
venir, observé que el coche rojo, ante cuya visión palideció mi padre, estaba
parado al final de la avenida, junto al puente sobre el barranco, que orilla el
campo de fútbol por esta parte de acá. Me atrajo su silueta brillando al
trasluz del sol de media tarde, y me quedé mirándolo un momento.
Su conductor no había descendido, permaneciendo dentro todo el
rato. Escudriñaba la guagua que acababa de llegar, justo cuando la otra hubo
partido. Tal vez estuviera esperando a alguien con quien habría de encontrarse
allí. Quién sabe.
Cuando la guagua que íbamos a coger estuvo cerca, vi que el
coche se puso en marcha y se perdió carretera adelante con dirección a las
Teresitas.
Mi padre y yo regresamos a Santa Cruz, dejando detrás el enigma
del coche rojo, la odisea del buque encallado y la simpática imagen que ofrece
San Andrés cuando, desde la Punta, se avista el Valle.
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José Rivero Vivas
INTRIGA
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Honda Mesura)
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CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO
HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)
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Publicados en 1 volumen.
(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91
Editorial Benchomo, Islas Canarias.
Septiembre de 1991
Los cuentos se hallan impregnados de aire
intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se
enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un
cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.
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