NI SALUD, NI ECONOMÍA: SILLONES
Mientras la vacuna se suministra a cuentagotas, la tercera ola
de la pandemia nos devora de nuevo. Centenares de muertes cada día y un debate
falso. Se trataba de salvar sus cargos
GERARDO TECÉ
Es cansado. Son muchos meses ya, casi un año de una vida que no queremos. En occidente, al contrario que en otros lugares, solemos poder elegir más o menos la vida que queremos. No es esta. No es una vida de distancia social, de toques de queda, de restricciones en la movilidad. Es cansado.
Entrevista en la
radio. Recién terminadas las fiestas de Navidad, el consejero de Salud de
Extremadura se justifica al colocarse su comunidad en la cabeza del ranking
nacional de la resaca post navideña. No lo vimos venir, se explica. Antes de
las navidades los datos en Extremadura eran buenos, dice, los mejores de
España: 145 casos por cada 100.000 habitantes. El dato que el consejero
califica como “bueno” situaba a Extremadura cerca de lo que la OMS llama, en
lugar de “bueno”, “riesgo extremo”. El dato sólo era bueno si lo medías en
función de otras comunidades autónomas que estaban peor. En España es raro ver
que alguien mida los datos del virus en función del virus. Es cansado, es
agotador. Antes de las fiestas navideñas, el vicepresidente de la Comunidad de
Madrid protagonizaba un titular de prensa: quiero que las familias puedan
juntarse en Navidad. Aplausos. Era lo que queríamos escuchar en diciembre.
Después de las navidades, el vicepresidente de la Comunidad de Madrid advierte:
hay que distanciarse, muchas familias tienen a casi todos sus miembros
contagiados tras las fiestas. Aplausos. Es lo que queremos escuchar en enero.
Es cansado. Es agotador. Es irritante. La Junta de Andalucía exige que el
Gobierno central decrete el encierro domiciliario. Sin embargo, la Junta
mantiene abiertos los bares y comercios no esenciales. También permite la
movilidad entre provincias si el motivo es que los cazadores vayan a disparar
contra ciervos. Es cansado. Es agotador. Es insultante a veces. Salvador Illa
anuncia que dimite. Se centrará ahora en las elecciones catalanas. Deja la
dirección del Ministerio de Sanidad en mitad de la tercera ola, en lo que
podemos llamar peor momento de toda la pandemia, no de forma figurada, sino con
los datos en la mano. Que un ministro de Sanidad decida abandonar el cargo no
debe suponer un problema real de salud pública. Que en su partido confíen en el
“efecto revulsivo e ilusionante” que generará en el votante quien ha abandonado
sus funciones en plena crisis, sí es un problema. Es cansado. Es agotador. Es
decepcionante.
Una luz de
esperanza aparece entre lo cansado, lo agotador, lo decepcionante y lo
insultante a veces. Llegan las vacunas. ¿Alegría? A medias. Una dura polémica
estalla en el minuto uno por una pegatina del Gobierno de España colocada en el
palé en el que llegan las primeras dosis. El presidente de Extremadura y jefe
del consejero de salud de los “buenos datos” siembra dudas en torno a la
vacuna. Lo hace para maquillar la incompetencia del suministro en su comunidad.
Las estamos inyectando despacio porque no nos fiamos, la investigación de esta
vacuna ha sido demasiado rápida, explica el científico de prestigio mundial y
presidente extremeño. Queremos esperar a ver cómo le sientan las dosis a uno de
Huelva o de Salamanca y luego nos las ponemos. Mañana mismo, el presidente de
Extremadura mandará un mensaje contra el independentismo: son unos insolidarios
con el resto de españoles. Es cansado. Es agotador. Es ridículo. La campaña de
descrédito contra las vacunas encuentra en España la mejor campaña de promoción
posible: decenas de alcaldes, concejales, altos cargos militares y listos de
turno deciden que les toca vacunarse antes que a la población de riesgo. No se
me ocurre campaña pro vacuna mejor que ver a los más egoístas haciendo trampas
para inmunizarse los primeros.
Mientras la vacuna
se suministra a cuentagotas, la tercera ola de la pandemia nos devora de nuevo
la salud y la economía. Centenares de muertes cada día. También hoy, cuando
Oxfam publica su informe económico: el riesgo de sufrir pobreza extrema se ha
disparado en España. El debate, como suele pasar en este país, era falso: no se
trataba de salvar la economía o de salvar la salud, se trataba de salvar los
sillones. Es cansado. Es desesperante. Es lo de siempre, con o sin pandemia.
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